Ayer fui a ver esta gran obra que venía con ganas de ver desde que se estrenó y no quería perderla. Debo confesar que colmó mis expectativas a medias, porque en vez de ofrecer respuestas a un tema tan preocupante, Chávez se queda en hacerse preguntas. Pero bueno, en definitiva eso debe ser el arte: un constante hacerse preguntas, ¿no? Aunque no salimos de la sala con la angustia con que nos dejaría el tema sino que ofrece algunas puntas de resolución, seamos justos. Ya vamos a verlo. Paso por paso. La obra lleva la firma de Julio Chávez y Camila Mansilla, dupla que ya ha dado exitosas obras y que acá vuelve a repetir la fórmula. Aunque aquí estemos frente a un posicionamiento diferente: la paternidad. Sí, porque Chávez juega el rol de padre en esta ocasión. Y es gratificante verlo en esa postura, habiendo estado casado con una mujer a la que amó, Andrea (Alejandra Flechner) aunque ya no estén juntos. Y es que el deseo de mí como espectador es el de ver a Julio por fin en un rol masculino y adulto, aunque como bien sabemos los que nos psicoanalizamos no es posible hacer que alguien sea heterosexual tan sólo con pedírselo, muy distinto es el camino que recorre el "deber ser" con el del deseo. Así que ya sabemos, nunca vamos a lograr cambiar a Chávez y su sexualidad aunque hubiera sido muy reconfortante saberlo padre. Acá se lo permite, por un rato. Y él es Juan Oribe, un reconocido cineasta que tiene un hijo, Federico (Matías Recalt) discapacitado, o "con capacidades diferentes", como la corrección política nos impulsa a llamarlo. Federico tiene problemas madurativos, si bien tiene 21 años parece un chico todavía. Y la gran pregunta que se hace Juan, quien está a cargo de su hijo es ¿qué pasará con nuestros hijos cuando nosotros ya no estemos? Pregunta inquietante y medular si las hay. Para esto no tiene respuesta Andrea, quien ha formado pareja con otra mujer, Paola, y quien se ofrece a llevarse a vivir con ellas a Federico, ya que las responsabilidades parecen abrumar a Juan.
Para colmo todo explota en esta noche. Un caño de agua se ha roto y hay un plomero trabajando en él (Mariano Musó), esa misma noche deben entregarle un premio a Juan por un documental, que él no piensa ir a recibir, la empleada de la casa, Mercedes (María Rosa Fugazot) ha sido echada por Juan tras haberla escuchado hablando mal de él y su ex esposa con el plomero ("yo creí que la esposa era una degenerada por juntarse con otra mujer, pero conociendo a este infeliz, me doy cuenta, a falta de pan, buenas son tortas..."), lo que enfurece totalmente a Juan y la pone de patitas en la calle. A eso se suma la gran amistad que Federico ha trabado con Mercedes, quien parece ser la única en comprenderlo y en "saber llevarlo", aunque se abuse de su amistad, como cuando le pidió que declarara ante la policía por un accidente con su hija sin haberlo presenciado. Le pidió a Federico que mintiera por ella, y él no miente, pero "si no se le puede hacer un favor a una amiga", dice él. Por eso todo está preparado esa noche para que todo explote. Pero no hay que tener miedo, la sangre no llegará al río, las explosiones son más implosiones, hacia dentro que hacia fuera. Es el interior de Juan lo que estalla, llevándolo hasta el llanto más regresivo, casi como un niño, situándolo a la par de Federico. Por suerte la obra no es el dramón que se anunciaba ser, sino que todo corre por la vía de la comedia dramática, hay mucho de humor en la pieza (aunque irónico o sarcástico) que impide que derramemos lágrimas. La pieza dura tan sólo una hora, pero es el tiempo justo para permitir que el conflicto se establezca y se desarrolle.
La personalidad de Juan es impulsiva, enérgica, verborrágica, algo que combina muy bien con la de Chávez y a la que ya nos tiene costumbrado, es por eso que en la actuación suya, si bien notable, como siempre, no hay nada nuevo que descubrir, Chávez no presenta ningún matiz novedoso que nos impresione. También Alejandra Flechner está muy bien, pero le he visto actuaciones más destacadas, sobre todo en el ámbito de la comedia, que es donde ella se mueve como pez en el agua. La interpretación de la Fugazot es también una composición buena, aunque breve, pero nos tiene acostumbrados a piezas de bravaura como su Bernarda Alba (lo que la consagró como actriz dramática), aunque acá se maneje en un tono más bien zumbón. Matías Recalt aporta candidez a su Federico y momentos de desesperación que están muy bien manejados por la hábil mano de Daniel Barone en la dirección, un director que suele acompañar las andanzas de Julio Chávez ya sean teatrales o televisivas. Volviendo a la relación de padre-hijo, podemos decir que Juan es un padre sumamente preocupado por todo lo que le sucede a Federico, aunque no por eso permisivo, lo reta cuando tiene que hacerlo sabiendo soportar las tempestades que desata. Tal vez sea un poco aniñada la manera de dirigirse a Federico, se inclina para hablarle, como para ponerse a su "altura", lo trata con mesura, casi delicadamente, cosa que no hace su madre ni Mercedes, aunque ninguna tratándolo como el adulto que es. Ambos padres están muy inquietos por lo que el futuro pueda depararle a su hijo, cuidándolo, casi preservándolo del mundo exterior para que nada pueda herirlo. Cuando Juan se entera de que le hicieron un reportaje a su hijo para emitir en la entrega de su premio, es que él decide no asistir, porque sabe que todos lo miraran con pesar por tener un hijo "diferente" y el se avergüenza de ello. Sabe que es un sentimiento que no debería existir, pero Juan no puede evitarlo: tiene "vergüenza" por su hijo, sabe que Federico es un ser maravilloso y que debería haberle tocado otro destino y no ese, pero no puede evitar el pensar con dolor qué le pasará a su hijo cuando él ya no esté para protegerlo. El final de la obra nos anuncia un rayo de sol en la forma de encarar las cosas, pareciera que Federico tiene una madurez que ni su padre imagina que está allí, en él. Así nos permite salir del teatro con una sonrisa que desempañe tanta nube ocasionada por la reflexión más cruda.
Finalmente Federico vuelve para quedarse con su padre, aunque Andrea y Paola quisieron llevarlo al campo, que es donde viven, pero él regresa, porque tiene que "cuidar de su padre", quien parece necesitarlo. Y es así, cuando se desata el temporal de ese caño que se rompe y Juan no encuentra salida para taponar el agua que brota, será Federico quien cierre la llave de paso nueva que Juan ni siquiera tenía conciencia de haber comprado. Todo parece transitar sobre carriles aceitados cuando vuelve a ponerse negro sobre blanco, aunque sepamos que no es así, que Fderico siempre va a necesitar de un Juan y una Andrea que velen por él.
La escenografía es ampulosa, una gran biblioteca, sillones, una pantalla de cine, una pared limpia con una cañería a la vista, todo casi desaprovechado por una acción que transcurre más en la palabra que en los hechos físicos, es una lástima que esto sea así porque sería bueno darle más utilidad a semejante decorado. De todos modos podemos estar hablando de una de las grandes propuestas para esta temporada 2020, con un texto rico, que sin embargo no posee subtramas, es lineal, y con buenas actuaciones, que sin ser novedosas, permiten reconocer el talento de los intérpretes. Una excelente opción para quienes se quedaron en Buenos Aires a pesar del calor.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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