miércoles, 4 de mayo de 2016

Crítica de "Yo Soy mi Propia Mujer" (Teatro)

"Su vida siempre fue un gran enigma", dice el autor/actor Doug Wright, después de repasar y repensar la vida de Charlotte. Y si lo pensamos bien, la vida de cualquier travesti es un gran enigma sin resolver para nosotros, los héterosexuales. Pero este es un enigma con clase, con categoría...
Ayer, Día de la Memoria, fui a ver la puesta de Agustín Alezzo con Julio Chávez del unipersonal "Yo soy mi propia Mujer", la cual me pareció excelente. Decir que Chávez es uno de los mejores actores de la Argentina es una perogrullada, pero la fascinación que ejerce desde el escenario representando este texto, es irresistible. Cada pequeño gesto, cada sonrisa o caída de ojos, cada impostación de voz, lo confirman. Julio Chávez (aún gordo como está) es el intérprete ideal para esta travesti que existió de verdad y que ahora repone en el Paseo La Plaza después de haber cosechado cuanto premio había y nueve años después de su estreno.
La historia del personaje es esta: "Yo soy mi propia Mujer" está basada en la vida de Charlotte von Mahisdorf, un extravagante personaje de Berlín del Este, conocido por coleccionar relojes, fonógrafos y muebles de la época de Wilhelm II. Von Mahisdorf salió airosa de dos de los más opresivos regímenes del siglo XX (los nazis y los comunistas) mientras se mostraba abiertamente travestido. Creó un museo en Berlín, que aún hoy sigue abierto, donde salvaguardó los objetos de arte y el mobiliario que rescató de los embates de la segunda guerra mundial. Por este aporte al patrimonio cultural germano fue distinguido con la Orden Alemana del mérito luego de la caída del muro. Sus años finales fueron muy controvertidos debido a las acusaciones de complicidad con los Stasi (policía secreta alemana). Explorando el conflicto sobre los sentimientos de Charlotte, Doug Wright produjo un dinámico y profundo trabajo que resultó un vivo retrato de Alemania en la segunda mitad del siglo XX, moralmente compleja.
Charlotte vivió en una enorme mansión de piedra convertida en museo y en su sótano había preservado el último cabaret Weimar para homosexuales y lesbianas que quedaba en la Alemania del este. Un amigo de Doug viaja a Alemania y conoce a Charlotte y se la recomienda conocer para escribir una obra de teatro. A partir del primer contacto se inicia una relación entre ambos que los modificará profundamente. Y así aparece un personaje insólito, excéntrico, apasionado, que se consideró a sí mismo un espíritu femenino atrapado en un cuerpo de hombre. Dueña de un gran encanto, su personalidad se nos revela en aspectos extremadamente contradictorios, dulce, reflexiva, inteligente y a la vez un animal salvaje, capaz de las mayores traiciones (de hecho delató a su amante y dueño de incontables antigüedades, Alfred, quien murió en la cárcel).
Esta particularísima obra narra definitivamente una historia de amor nada convencional, y exige que ambos protagonistas sean actuados por el mismo intérprete, lo que le imprime una intensa teatralidad. De hecho, Chávez se carga al hombro los dos caracteres, y resulta tan eficaz cuando hace de Doug como cuando interpreta a Charlotte. Tiene largos parlamentos hablando en un alemán "castellanizado" pero con fuerte acento germano y hasta se anima a largar frases completas en un perfecto alemán. La puesta de Alezzo también es singular, con un mobiliario conformado con muy pocos elementos vuelve interesante y atrapante una historia de una hora y media de duración sin decaer en ningún momento. Se nota que Chávez, actor obsesivo por su trabajo, ha profundizado en el idioma alemán para poder hablar como lo hace y sin equivocar nada de su hablar en esa lengua.
El vestuario es una cosa aparte. Doug aparece vestido íntegramente de negro (pantalón y camisa negros), tal como nos enseñara la Piaf, que cantaba vestida también de riguroso negro y sin joyas que pudiesen distraer para que no se pierda la atención en lo que se está diciendo (cantando) en ningún momento. Pero después aparecerá con una túnica multicolor en la que se envuelve y revolea constantemente para dar carnadura a esa Charlotte. Sobre el final de la obra recuerda a su madre mientras le lavaba las bombachas y ligas con que se vestía, a los 20 años, diciéndole, "Charlotte, ya es hora de que te dejes de disfrazar y vayas pensando seriamente en casarte". "¿Para qué -contesta él- si yo soy mi propia mujer?".
Sobre el final de su vida un grupo de psiquiatras revisó a Charlotte y dictaminó que padecía una enfermedad mental: autismo adulto, y que las historias que ella contaba eran ficticias, y necesitaba repetirlas una y otra vez a quien la escuchara como forma de automedicarse. Este será otro de los misterios que queden sobre Charlotte. Gran contadora de historias, eso sí, recuerda su iniciación en el travestismo, su relación con su padre, un ser maligno y autoritario a quien ella dio muerte y por lo que tuvo que pagar con cárcel, su paso por la convivencia con el régimen nazi -que estuvo a punto de fusilarla- y el comunista. Así también cómo fue comprendida por su tía, una lesbiana declarada, que la escuchó y auspició su travestismo y sus relaciones con hombres.
La historia de este famoso travesti está bien documentada y consolidada, separándose tanto de los de "Casa Valentina", que por eso le doy el visto bueno a este. Hay lugar para el humor y para la tristeza, pero siempre con una sonrisa en el rostro de Charlotte, quien pasó sus últimos años de vida en Estocolmo, añorando su Alemania natal.
La obra está por bajar de cartel, pero para los que se apuren todavía queda el placer infinito de asistir a una verdadera clase de actuación ofrecida por el Maestro Julio Chávez y por el director Alezzo. Háganme caso, no pueden perderse esta joya que habla más de política y de la situación del mundo en el siglo XX que de travestismo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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