Ya a poco de terminar con el ciclo "Fellini en el cine", llegamos ahora a uno de mis films favoritos: "E la Nave Va", favorito por su riqueza musical en cuanto a ópera, en cuanto al tema o a la exquisita fotografía de Giuseppe Rotunno, su colaborador de toda la vida, o sea cuestión del inspirado guión de Fellini junto a Tonino Guerra. "E la nave va" sugiere la despedida a un género musical: la ópera, la que parece haber muerto, a la cual asistimos a sus funerales.
El reportaje felliniano no es "cinema verité", sino la crónica de la génesis de una obra de arte narrada y reflexionada desde dentro. En el caso de "E la Nave Va" (1983), se trata de la crónica del viaje de una barca de los locos, metáfora del itinerario por el océano de la vida, pero no a la manera de "La Odisea", en la que los peligros y aventuras están fuera de la nave, sino vista desde el interior. El mar no desempeña ningún papel, es indicado someramente en el estudio por procedimientos que se nos antojan irónicos y tienden a romper la ilusión naturalista (un océano de plástico), que el cine inevitablemente produce. Dos damas acodadas en cubierta contemplan la puesta del sol y una de ellas exclama: "¡Oh, que maravilla, parece un cuadro!" Más tarde vemos en una escena el sol y la luna simultáneamente, a un lado y otro de la cubierta. Al final del film se muestran incluso las cámaras, el equipo y el espacio del estudio donde se ha rodado el viaje inmóvil, cuya única meta es la dispersión al viento de las cenizas de una difunta.
El periodista conductor de la voz y emisario del director confiesa a principios del film: "Me dijeron que hiciera una crítica y dijera lo que pasaba, pero ¿quién sabe lo que pasa?" Y añada más tarde: "Yo escribo, narro, pero ¿qué es lo qué quiero contar en realidad? ¿Un viaje por alta mar, el viaje de la vida? Pero eso no se cuenta, se hace y basta..." Y en otro momento: "Ya se ha dicho todo y todo se ha hecho", como un eco de la idea de Cioran: "Existir es un plagio". No obstante, "la nave va", porque lo que nunca muere es el deseo de contar. De todas formas, ese "ya se ha dicho todo" dista de ser genérica reflexión sobre la condición del arte. Creemos, más bien, que se trata de una disculpa por el saqueo de un film poco conocido, "El barco de los locos" (1965), de Stanley Kramer, en el que se inspira. El argumento es prácticamente el mismo: unos hombres y mujeres conviven un tiempo en una nave, junto con un cuantioso número de refugiados, en este caso españoles expulsados de Cuba. Un enano, equivalente del periodista Orlando, pronuncia al principio unas palabras semejantes a las de éste. Comparar ambas obras es un buen ejercicio, que permite apreciar la agilidad de Fellini para reutilizar un rancio film clásico y convertirlo en una propuesta autoreflexiva.
La voz que explica y comenta; el delegado del director, en este caso un periodista maduro e irónico, Orlando (Fraddy Jones), acompañado por una cámara con un primitivo tomavistas, al que mira mientras da sus explicaciones a un "tú" -ustedes- que somos nosotros en tanto que espectadores de la película de Fallini y de la suya propia, situada a principios de siglo, tanto da, porque lo que nos dice es tan actual como si hablara de temas de hoy -los tormentos del arte, los caracteres nacionales de los europeos, el problema de los serbios, la bestia moribunda que todo barco transporta en la bodega....-.
Como la película comienza como un documental en blanco y negro mudo, cuando llega el coche fúnebre con las cenizas de Edmea Tetua (la más grande cantante de la historia de la ópera), suena ya un piano que comenta musicalmente las imágenes. La entrega de las cenizas, aún en blanco y negro, es una ceremonia parecida a los falsos reportajes de los comienzos del cine, en los que se doblaba la realidad para hacerla más fotogénica: de hecho, se repiten movimientos por parte del cortejo de la carroza. A partir de aquí, cuando "ya están todos", incluídos los restos de la muerta, de la ausente omnipresente en toda la obra, la película se colorea como un vampiro que hubiera bebido sangre fresca, y hay sonido. La ópera puede comenzar.
El deseo va ligado a la música, que en este film es el signo de una ausencia y a la vez lo único que puede consolar de la pérdida y del vacío resultante. La película hace un recorrido desde la escena primitiva, en este caso cinematográfica también, hacia el fin, la isla de los muertos, Erimo, para cumplir con un rito funerario. La vida es un viaje desde la pérdida de un paraíso inicial hacia la nada dejada por unas cenizas que son a su vez como la propia música, único equivalente vital posible: algo etéreo como el viento que las esparce, como las propias imágenes convertidas en representación operística. Es la falta, la ausencia de esa gran madre que es Edmea Tetua, la que impone el deseo/pretexto de contar para desplegar en realidad una representación: la de la falta y sus consecuencias. La otra cara del arte, la monstruosidad y la carencia, aunque el film salte de un registro a otro y acabe anulando sus diferencias.
La partida del barco da título a la propia obra, cantada igualmente como tal, en el momento del amanecer, del nacimiento del propio film que poco a poco va cobrando vida como el cine desde la época muda al sonoro, y luego al color, hasta tal punto identifica Fellini la vida con el cine. Los personajes parecen salidos de un álbum de fotos, pero se convierten en seres vivos. En esta operación el demiurgo no muestra expresamente su varita mágica que anima a esas criaturas en blanco y negro, que sólo existen para ofrecerse a la mirada de los demás, pero lo cierto que la sangre que les da vida no es otra cosa que la música y el rito, la representación, incluso siendo fúnebre.
Debemos acotar que como "la princesa", o sea la hermana del Gran Duque austro-húngaro, figura en el reparto la eterna Pina Bausch, es decir, la coreógrafa que desafió modas y tendencias, gustos y originalidades y a quien otro grande, su copatriota Wim Wenders le dedicara una película.
En definitiva, un film para apreciar con todos los sentidos, guste o no la música clásica y la ópera, tal es su textura que lo hace disfrutable a pesar de todo por la construcción de sus embriagadoras imágenes y su banda sonora. Imprescindible.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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