viernes, 14 de julio de 2017

Mi crítica de "Un Rato con Él" (Teatro)

¡Ay, el terror de la página en blanco! ¿Por dónde empezar con esta obra tan compleja? Ayer, con el veranito de San Juan que nos dio este invierno, me fui para la Avenida Corrientes dispuesto a pasar un  buen momento teatral. Y claro que lo pasé...
¿Qué tienen para decirse dos hermanos que no se han visto hace una punta de años más que la verdad? Pero la verdad es engañosa, lo sabemos, puede adoptar mil rostros distintos. "Nada más falso que la verdad", dice el slogan de esta obra. Y claro, cuando hay verdades que duelen, que preferirían no ser escuchadas, o que conviene acallar, lo mejor es maquillarlas. Pero a lo largo de una hora y media todas las aparentes mentiras que se han ido fabricando por años también irán cayendo como por obra de una picota.
Gregorio (Chavez) y Darío (Suar) son dos hermanos por parte de padre (y distintas madres, la "legal", la de Gregorio y un affaire del padre, la de Darío), cuyo progenitor ha muerto y se tienen que repartir la herencia. Parece ser el momento más complicado de estas situaciones. Aunque hay un cierto aire de fiesta en esa reunión con abogados para decidir el destino de las cosas. Los abogados son, por parte de Darío, la Dra. Victoria (Manuela Pal) y por parte de Gregorio, el Dr. Mario (Marcelo D'Andrea). Hay tazas de café, bocaditos, whisky y sanguchitos que amenizan la velada. Además está la constante ironía juguetona de Gregorio, un hermano mayor siempre dispuesto a las bromas para descolocar al menor y aliviar tensiones.
Sí, estamos en territorio de la comedia, que por momentos se teñirá de negro. Chávez está en su tesitura dramática, compone el mismo papel de siempre aunque sus variaciones sean sutiles: obsesivo, compulsivo, meticuloso con el lenguaje, irónico, neurasténico,  locuaz, introvertido a la vez. Pero cuando él acciona es un huracán con fuerza centrípeta que arrastra a todo y a todos a su paso. Es él el gran motor de la obra y el dueño de casa. Suar en cambio disfruta de un personaje escrito a su medida: más verborrágico, atolondrado, sintiéndose inferior ante su hermano, extrovertido. Dialoga con la comedia así como se da el gran gusto Chávez de nadar en terreno incómodo para él, que siempre prefirió el drama, y lo hace muy bien. Pero, ¿qué queda del terrible enfrentamiento entre esos dos hermanos después de muchas palabras dichas, muchos insultos y mucha carga agresiva contenida? ¿Qué otra cosa puede quedar si no es el profundo amor de hermanos que los une? Se dan el gusto de un final feliz, donde hay espacio para la reconciliación y la recuperación del abrazo y del gesto infantil.
Hay un cuadro. El padre se lo ha legado a Darío diciéndole que es una obra auténtica y valiosísima de un extraño autor. Se la ha legado para después de su muerte. Sólo resta hacerla tasar. Así lo hace por un experto que concurre a la casa en el segundo acto, un curador profesional llamado Gómez Luengo. Reconoce la obra como verdadera y la valúa en una millonada de dólares. Pero ¡oh, sorpresa!, que su hermano dice haber vendido hace mucho la original y que la que está allí es una copia. ¿Cómo se explica? tal vez esto no sea más que un truco semántico que nos tendieron los autores de la pieza, el mismo Chávez junto a Carina Mansilla para metaforizar con la fachada de sus personajes. ¿Lo que muestran es el verdadero yo? ¿Su cara es la que dicen tener? ¿O es todo una fachada para ocultar la verdad como oculta ese óleo falso una auténtica obra de arte? ¿Es Gómez Luengo, con todas sus acreditaciones y su currículum al final un chanta o está diciendo la verdad y es Gregorio quien miente? Nada de esto se dilucida, son enigmas que nos plantea la obra y nos queda a nosotros la dura tarea de reconstruirlos, con ladrillitos de Nabucodonosor.
Gregorio pregunta a Darío por su madre, "la peluquera", y esto lo instala a Darío en unos escalones menos que Gregorio, pues su madre (que hace dos años está con Alzahimer), la "terrateniente" parece ser más importante que la otra. De lo que nos habla a las claras Gregorio es que tanto su madre como su padre no lo han querido nunca: no pudieron ofrecerle amor. ¿Cómo se lo iban a dar a un hijo extramatrimonial aunque aceptado? Gregorio sabe que fue engañado por su padre con el tema del cuadro, y Darío también lo sabe. Saben que fue un mal tipo en vida y que ahora no es necesario llorarlo en su despedida. Y Gregorio sabe que hace dos años internó a su madre por el cuadro de desmejoramiento y que no la va a ir a ver nunca más. Porque ellos tampoco fueron capaces de refractar un amor que se les negó. Por eso se tienen el uno al otro, son lo único que los salva del naufragio, sobre todo para Gregorio que nunca se casó ni tiene hijos. En cambio Darío, con su madre la "peluquera", pudo recibir afecto y formar una familia con esposa e hijo, aunque le es reclamado por Gregorio no haber sido invitado al casamiento. Lo que pasa es que estos hermanos vivieron muchos años sin saber nada el uno del otro. O mejor dicho, uno a la sombra del otro.
La obra es extremadamente divertida y cruda por momentos, tiene una excelente actuación de Julio Chávez, quien una vez más da clase de teatro (si bien no es de los actores que se mimetizan, como puede ser un Pepe Soriano o un Jorge Suárez), y está Suar, quien compone cómodamente su papel y nos demuestra una vez más que ya está instalado en la comedia y que le ha tomado sus tiempos. El resto no está mal pero tampoco recibirán un ACE por su actuación. Falta decir que la perfecta y acotadísima dirección está a cargo de Daniel Barone, realizando una labor de artesano que lo deja muy bien parado. Escenografía, vestuario y una molesta musiquita que irrumpe en loso pasajes "sensibles" de la obra, contribuyen a que todo el armado de la pieza sea eficaz y feliz. Altamente recomendable para todos los públicos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

1 comentario:

  1. Me encantò tu crìtica, ayer jueves 6 vi la obra.Excelente todo y genial, comosiempre, Chàvezª

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