Ahora Teatrix estrena este unipersonal del excelente actor y cantante que es Roberto Peloni, género al que se le acerca recién después de haber ganado el Hugo de Oro por su actuación como el enano Lord Farquand en el musical "Shrek". Insiste en que tuvo que hacer este unipersonal por impulso de Patalano, ya que todo el mundo conocía su trabajo pero no lo relacionaba con su nombre. Esto no es del todo exacto ya que yo siempre le presté atención y supe de inmediato que Roberto Peloni era ese excepcional travesti que animaba "El Cabaret de los Hombres Perdidos", entre otros hitos memorables.
Pero así las cosas, incursionando en el mundo del "uni". Actor venido del under y que saltó a la notoriedad hace pocos años con trabajos como los nombrados y que volvió al teatro "off" con obras como "La Parka". Acá interpreta cinco personajes disímiles, y si bien no es el género que a mí más me gusta, este de la puteada gratuita fuerte, le reconozco una gran ductilidad para encarnar personajes y develarlos a la hora de la verdad. El libreto es de él mismo junto con Sebastián Meschengieser y el aporte autoral de Elio Marchi y más la colaboración artística de los valorados Malena Guinsburg y Claudio Tolcachir. La dirección no se especifica pero se supone que es de él mismo.
En realidad el proyecto nace como un homenaje a los 50 años del café concert nacional. Todo está unido por una entrevista realizada off escenario, con dos cámaras, por él mismo a un tal "Ricardo" Peloni, en donde no se lo deja intervenir, como en esos programas de conductores egocéntricos y cuando se lo interroga está todo errado el material. Sólo nos deja escuchar una muy buena versión de "Saber por fin quien soy", del Johnatthan Harker del "Drácula" de Cibrián. El primer personaje que presenta es con nombre y apellido: "Tetiano Telechea", un niño esperpento, un chico con grandes pechos de los que emana leche y que está a la espera de hacerse una mamografía. No es un transexual, sino una especie de hermafrodita de la naturaleza, que ha venido a este mundo con el sólo objeto de ser burla de sus compañeros de clase y despreciado por las chicas, de entre las cuales, de una de ellas, estuvo a punto de recibir un beso. Se queja de su madre que lo crió a base de comidas prefabricadas y de sus compañeros que no lo eligen para jugar al fútbol y de sus compañeras, quienes ninguna se enamoró nunca de él. Desgrana comentarios muy sutiles sobre la marginación del diferente -en este caso con creces dado el volumen de sus pechos- y sobre el bulling que sus congéneres le hacen. Se anima a interactuar con el público y hasta a bailar con una señora un bolero cantado por él. Sin mencionar que riega a todos con la leche que brota de sus pezones.
El segundo personaje es otro ser andrógino, una lesbiana peronista y machona que ha formado pareja con una tal Carito y que se reúnen con bombo y todo para ir por un choripán a los actos partidarios y cantar corrillos en contra de Macri. Están esperando un hijo, ya que su compañera -esto tanto en sentido civil como partidario-, ha sucumbido a la idea de hacerlas "mamás". Es también de mucha efectividad este personaje, sobre todo por su doblez de mujer con caracteres de hombre (todo lo contrario al anterior) y por su mirada misógina de la sociedad.
El tercer personaje -tal vez el menos logrado- es un "Donald Trump" devenido a conductor televisivo, el "Donald show", donde se dedica a contar chistes xenófobos y de características nazi-fascistas a pesar de una voz en tiplete que descoloca. Con nariz de payaso y cabellos blondos -que no serán tan perfectos como la imitación de Alec Baldwin-, le da el fisic du rol a este Trump del subdesarrollo que no duda en catalogar de imbécil a todo el que piense distinto de él.
En el cuarto papel arma a una portera de un hospital (en realidad todo el show transcurre dentro de las paredes de un nosocomio) desdentada y muerta de hambre, pero "contenta" porque le han dado finalmente el cambio de horario que tanto quería, de 8 de la noche a 8 de la mañana, para poder viajar más cómoda y dormir colgada del pasamanos del tren, aunque denuncie el peligro que se vive en las calles a esas horas. A pesar de ser muy religiosa, de besar cada dos por tres su crucifijo y desear bendiciones para todos, tiene un hijo en la cárcel (el Alfredito) y dos hijos llamados Abel, ya que como son pobres, carecen de nombres para elegir. Lleva un órgano para entregar, aunque el hambre se lo hace ver pasándole el pan al "juguito". Es bastante logrado este rol y gana uno de los aplausos más grandes de la noche. Toda su presentación tiende a enmarcar con el humor negro y hace patente su vocación por encarnar papeles de mujer.
En última instancia se presenta como el verdadero Roberto Peloni, con corbata descolocada y una muy prolija pollerita escocesa y ejecuta algunos chistes que apuntan a su desconocimiento a nivel masivo. Termina cantando a voz en cuello una canción de su creación que también lo coloca en el borde de su sexualidad. Pese a todos los baches en cuanto a humor, el saldo del breve show es positivo (tan sólo 73 minutos, y eso con los agregados entre personajes) y es recomendable para el público adulto. Todavía queda mucho Peloni para seguir disfrutando.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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