jueves, 19 de septiembre de 2019

Mi crítica de "Carcajada Salvaje" (Teatro)

¡Qué difícil es hacer una crítica donde una buena parte de la obra no me gustó y la otra sí! Vayamos por lo malo primero. No me gustan las groserías gratuitas ni en el teatro ni en el cine ni en cualquier orden de la vida, ¿queda claro? Y esta obra tiene mucho de eso, sobre todo en la boca y los gestos de Verónica Llinás, uno de sus dos pilares. Que insulte y putee al público no me molesta tanto como la vulgaridad en el hablar, a ver si nos entendemos, estamos viendo una obra de teatro, no en una cancha ni en un burdel. Al parecer al público le atraen mucho las vulgaridades porque es lo que más festeja. Limpiando esta parte, podemos asistir a un par de monólogos desconectados el uno del otro (solamente unidos por un pequeño hilo conductor, que va a ser el que después los reúna a los dos en el escenario) de características inteligentes, que dicen verdades sustanciales y dolorosas que se aplacan por medio de la risa. Porque el tema de "Carcajada Salvaje" es precisamente ese: aprender a reírse de las adversidades y de uno mismo ante todo. Lo resume bien el personaje de ella, cuando sentada en una alcantarilla empapada por la lluvia dice una frase de Samuel Beckett, el gran dramaturgo, que dice algo por el estilo de: "La risa es esa fricción ante lo inevitable", palabras más o palabras menos. Y claro, la risa surge en los momentos menos pensados, cuando estamos sufriendo una adversidad y de pronto nos damos cuenta de lo insignificante que somos frente al todo, de lo ridículo que nos vemos cruzando ese río de lo inesperado, cuando por fin descubrimos en nosotros que somos, ante todo, personas inteligentes, que nos podemos reír de nosotros mismos. Y esto es lo que le pasa a los dos personajes de la obra magníficamente dirigidos por Corina Fiorillo. Sí, porque hay que decirlo, lo que más destaca (además de un guión inteligentisimo de Christopher Durang, y de una adaptación a la Argentina no menos brillante), son las actuaciones, los movimientos en escena, las inflexiones de la voz (gran trabajo de Darío Barassi), el trabajo de los actores y el de la hábil y experimentada y premiada directora.
La trama, insignificante nos presenta a una mujer que se encuentra en el supermercado ante la góndola del atún que piensa comprar, con un sujeto que, inmóvil ante el producto, no se aparta de él por varios minutos, lo que desata la ira de la mujer quien le asesta un soberbio golpe en la nuca. Todo lo demás son divagaciones, bien estructuradas, pero palabras que poseen cierta coherencia dentro del contexto teatral que nos convoca. La mujer presenta fuertes rasgos psicopáticos, además de contarnos que estuvo internada cuatro veces por reincidentes problemas psiquiátricos, con los cuales no podría llegar a ser presidente del país... se detiene acá y hace una referencia implícita a la bipolaridad de Cristina, brillante acotación para nuestros días. Se presentó a muchos trabajos sin obtener ninguno, porque cuando le preguntan si sabe escribir a máquina o manejar inernet contesta que "lo básico", mas cuando le preguntan si tuvo problemas psiquiátricos, contesta "de eso sí". Y se define como una buena babysiter, o acompañante terapéutica  ya que conoce a la perfección todo sobre psicofármacos. Aún así es capaz de informarnos que intenta ir al museo Sívori o al Bellas Artes para respirar un poco de arte o que la fotografía roba el alma de quien se expone (según las tribus primitivas), lo cual no está alejado del argumento de "La invención de Morel" de Adolfo Bioy Casares... lo que denota cierto aire cultural en ella. Ante el nombre de este último libro, en la sala se produce un silencio glacial, lo cual es ocasión para ella de decir: "no me digan que no lo leyeron, les estoy hablando de un autor argentino", para reafirmar que tenía unos ojitos celestes que la calentaban al grado máximo, como los del "presi". También comenta que se junta con "amigos de Andy Warhol" ya que es admiradora de su obra y gran amiga de Marta Minujín quien lo conociera en vida de él.
Pero lo principal en esta mujer sin nombre es el odio,la hostilidad que manifiesta hacia casi todo el resto de la humanidad. Tiene un odio visceral por la gente, que va desde la Madre Teresa de Calcuta hasta Mercedes Sosa, a quien desea ver muerta ("ya sé que se murió, pero yo no la vi, quiero verla cuando estaba muerta"). Así se pelea con taxistas, músicos callejeros, viejas que van al supermercado o niñitas que lloran, todos ellos quienes le despiertan ese furor incontrolable de su presencia en esta Tierra junto a ella, perturbándola. Aún así es capaz de soltar su "carcajada salvaje" en medio de una fiesta o cuando esté inundada hasta la cintura en aquella alcantarilla mojada. Aún es capaz de reírse de todas sus desgracias -que son muchas, y no puede con su pobre vida- y de divertirnos a nosotros.
Otro tema es que a mí no me gustan los actores que se meten con el público. Pero acá está usado de forma más o menos interesante, aunque sea nomás que para cosechar enemigos. Más tranquilo -si se puede decir algo así- es el monólogo de Darío Barassi, otro hombre sin nombre, que afirma venir de un "brote" y no específicamente de uno vegetal... Es un personaje "gordo" cuya vida es un desastre, quien sueña con verse colgado en el baño (del cuello, se entiende) y quien pone en práctica las lecciones que recibió de un curso para la autoaceptación, y quien rebosa en "alegría" diciéndose "no tengo lepra" como consuelo tonto ante tantas adversidades. Así despunta su tic que es mas bien una manía, la de peinarse constantemente con un peinecito de bolsillo, y de expresarse a través de sonidos cacofónicos que expresan lo que intenta decir. Es muy lograda la cantidad de sonidos que salen de la boca de Barassi, convirtiéndose en lo mejor del espectáculo. Él es el hombre que se quedó petrificado ante la lata de atún al percibir una presencia disfuncional detrás de él en el súper. Ante la sensación de peligro optó por concentrarse en leer como un karma las propiedades del atún, para recibir luego un mortal golpe en la nuca. Se confiesa como un obseso del sexo, el cual no practica hace ya mucho tiempo y por eso a todas sus relaciones las busca con el específico tema de "¿cuándo cog...?" con lo cual no logra que nadie se le acerque. Tiene fobia a las personas también, pero entre una loca hostil de características agresivas y un fóbico de carácter retraído se forma un buen cóctel para producirse un encuentro... Aunque él afirme que se sienta tan atraído tanto por las mujeres como por los hombres (por estos aún más). Barassi demuestra su agilidad practicando varios bailes que dejan atrás su gordura y dejan ver su "sex appel" y hasta confiesa haberse unido a un grupo de personas que van al planetario a cantar y a bailar con el sólo objeto de ser queridas y aceptadas. Su monólogo es desopilante, no recurriendo tanto a la palabrota y dejando ver su buena presencia de comediante a través de miradas y sonidos inobjetables.
Pero en el último momento se produce el encuentro entre ambos y su unión pasa primero por la pelea y la agresión mutua para reunirse luego en una unión de carácter sexual que viene puntuada por el "adentro-afuera", del respirar que nos había enseñado ella. Cuando Llinás va a decirnos el sentido de la vida, después de un prólogo con suspenso y mucha expectativa nos confiesa: "Respirar", es lo que nos mueve a seguir vivos. Y nos hace respirar a todos juntos.
Un espectáculo recomendable sólo para aquellos que no sean puristas del lenguaje ni de las buenas palabras, pero entretenido, que se deja ver con una sonrisa en la boca, aunque en muy pocos o casi ningún momento nos haga escapar una carcajada salvaje.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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