https://www.teatrix.com/ver/cuareterna-con-gonal
No me enganchan más con el pelotudazo de Sergio Gonal, aunque se decida a hablar de la cuarentena y lo matice con (¿?) humor, ya sea en una grabación en estudio especial para Teatrix, y no pare de hacerle propaganda a la plataforma de teatro en todo momento. El calvario dura sólo una hora y diez, pero parecen diez horas y una por lo insufrible. Cuenta chistes viejos, estúpidos, la mayoría de ellos con carga obscena o chabacana, se repite, se ríe de sus propios chistes, cosa que ningún cómico debe hacer y sobre todo manda cariños y besitos a todos: a las parejas, a los abuelitos, a las esposas, a las suegras, a los niños, todos ellos víctimas de sus chistes más salames.
Y cobra la gran infamia de rendirle tributo a Juan Verdaguer, un Señor del humor al que nunca se le escuchó una grosería, y lo que es más, jamás se reía de sus chistes, siempre con su eterna sonrisa irónica y esa cara de piedra que tenía para descerrajar las más profundas humoradas. Pero en fin, este es Sergio Gonal, quien sólo se pone interesante cuando se pone memorioso y evoca tiempos pasados, que son los míos, o cuando se pone a reflexionar sobre usos y costumbres de los argentinos, como la visita al supermercado chino o las mil y una forma de hacerse pasar por someliers que tienen aquellos que se hacen pasar por entendidos. Es loable su recuerdo de cuando su padre los llevaba a comer afuera y distinguía la calidad del restaurante a elegir por aquellos que tenían mantel de tela, en contraposición por el mantel de papel, que en definitiva era donde ellos terminaban comiendo.
Se puede tomar con algo de simpatía sus reflexiones sobre los barbijos y su uso -y su olvido- lo cual nos coloca en el rol de potenciales asesinos. Y de cómo incorporamos palabras nuevas a nuestro vocabulario como aquella de asintomático. Antes ser asintomático era saludable ya que quería decir que no estabas enfermo. Hoy es todo lo contrario, podés estar contagiado y ser un asintomático sin saberlo. De ahí desprende lo del cornudo asintomático, que viene a ser el que porta cuernos sin darse cuenta, y toda una sarta de chistes zonzos sobre el tema. Y como quiere tanto a los abuelitos -que vienen a ser los más expuestos al coronavirus- se manda todos los chistes viejos sobre idem que recuerda, siendo el más oprobiante aquel de las botas tejanas, que ya se lo había escuchado a otro cómico o a él mismo, vaya a saber, que no sólo es estúpido sino de muy mal gusto. Cuando nos advirtió que este material era para disfrutar en familia, con los chicos y los abuelos. También hace bromas sobre el Alzheimer o sobre las famosas dentaduras de los viejos.
Llega el turno de los chistes sobre restaurantes y no quedan afuera las cartas de los mismos con sus nombres de comidas edulcorados e irreconocibles o sus listas de precios. Y sobre el tema de los vinos de los que se jacta de ser un perfecto desconocedor, y de cómo saborearlos mejor, marear al vino, tomarlo por el tallo de la copa o sentirle sus mil y unos olores a esencias. Todo para terminar diciendo que su padre compraba el vino más barato y lo ahogaba en soda de un sifonazo. Una sutileza impecable. Por no hablar de las diferencias entre los chefs modernos y los cocineros antiguos, haciendo un culto a Doña Petrona, sin ahorrarse groserías ad hoc.
Y pasamos a hablar del tópico infaltable: los matrimonios, con algún que otro chiste aceptable pero la mayoría generosos en guarangadas y superfluos. Catalogando a las esposas en dos clases, a saber, las rezongonas y las escondedoras, como que no hubiese más categorías de mujeres. Todo le sirve en definitiva para contar sus viejos chistes sin tratar de aggiornarse o de entender que hoy en día los problemas de género pasan por otra parte, desde el amor infinito pasando por las separaciones compulsivas hasta llegar a la violencia doméstica y a los femicidios. Claro, eso no rinde para hacer bromas, pero si estamos haciendo un estudio sociológico hagámoslo enserio, ¿no?
Y finaliza su show hablando de los niños de hoy en día y dónde habrá ido a parar la supuesta inocencia, lo cual lo convierte en un cuentista más verde aun y menos apto para la familia. Lo que sí le envidio es que pueda pasar una hora y diez hablando a todo lo que da, sin cortar ni montar el material y ¡sin tomar un vaso de agua!
Conclusión, que hoy en día a cualquiera se le cuelga el rótulo de humorista, aunque no tenga la menor gracia para contar un chiste ni el más mínimo atisbo de respeto por un público al que consideran tan retardado y chabacano como a ellos. Por suerte hay de los otros casos, los cuales ya han sido comentados y elogiados también en este blog.
Bueno, gracias por seguir con la compañía y espero sus devoluciones y comentarios.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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