Continuamos en el "universo Fellini" y ahora nos toca asistir a la más hermosa página de Nino Rota (si se puede) quien ha compuesto una sinfonía para este film. La música, tocada sola o en conjunto por la orquesta, es sublime y está a la altura de las más altas genialidades de los compositores clásicos (por cierto Rota lo era, ya que compuso música de cámara, conciertos y hasta una opereta). El argumento y el guión es del propio Fellini con la colaboración de Brunello Rondi, la fotografía corre por cuenta del siempre excelente Giuseppe Rotunno y el montaje de Ruggero Mastroianni. Se suma a esto la voz de Fellini como entrevistador de la televisión.
Los créditos de "Ensayo de Orquesta" son un mundo vacío, en los que no hay música ni apenas imagen. O sólo una imagen pobre que se va llenando de caos de ruidos urbanos de toda clase, molestos, incesantes. Esos ruidos, que ya empezaban a aparecer en "Roma" o en "Toby Dammit" en las entradas de la ciudad por la autopista, ahora se han adueñado por completo del cuadro.
Estos títulos son una prefiguración del desarrollo de "Ensayo...". Pero también "Ensayo..." puede ser toda ella un emblema del vacío invadido por ruidos e interferencias que impiden ver u oír y ver nada, y por tanto crear algo distinto que la colme: la música como obra artística nos salva de ese vacío, si atendemos y si seguimos las notas. Pero para oír las voces interiores, los sonidos del alma, hace falta amor por el trabajo, calma y silencio, aunque estemos perdidos en una nube de polvo y cascotes tras el derrumbe de los fundamentos, valores y certezas de otro tiempo, pues, a la postre, todo lo sólido se desvanece en el aire. De ahí esa imagen emblemática, barroca y romántica, del arpa entre los escombros, catastrofista si se quiere, pero también melancólica.
Quizá por ir dirigida a la televisión, Fellini presenta "Prova d'orchestra" como obra menor: se trata únicamente de asistir a los ensayos de una orquesta en una capilla. No es un palacio de la música o un auditorio, ni asistimos a la preparación de una ópera, como en la película de Itsvan Szabo "Encuentro con Venus". Tiene esa sencillez aparente, engañosa, la falsa modestia de un Fellini que trabaja por encargo para un medio que no es el suyo. No va a contarnos las viscisitudes de la obra cinematográfica que se despliega según se va problematizando, como en "8 y 1/2", sino el ensayo de una sinfonía en un modesto oratorio rescatado de las escenas de la infancia en los salesianos de otros films. Pero la idea es la misma: la obra como ensayo, reducida a sus preparativos. Y es simplemente un documental para la televisión, otra máscara irónica de Fellini, como en "I clown", que parece así marcar ese espacio sin las connotaciones que tenía la capilla en "8 y 1/2" o en "Giulietta", ligado al mundo de la infancia y de la educación religiosa. Estamos ya lejos de esa problemática y claramente dentro de otra que la sustituye: la del trabajo artístico. Pero este viejo espacio para nuevos usos no va a estar exento de la misma reflexión metafórica y global: institución, organización, visión del mundo, orden, subversión, reglas, disciplinas y castigos. Los niños son ahora músicos y los curas se han transformado en el director de orquesta, bajo el control de los sindicalistas. La subversión no está representada ya por la "diabólica" Saraghina sino por otros deseos igualmente utópicos, de rechazo de la realidad, de búsqueda de un sentido como consecuencia de la pérdida de las referencias, de valores y de fundamentos. Los castigos o las penas siguen cayendo del cielo, pero ahora de un cielo secularizado: esa inmensa bola metafórica que sustituye las penas de la condenación, y es más terrible, porque pone en peligro a todos indiscriminadamente, no sólo a un orden represor, pudiendo acabar incluso con el artista inocente, encarnado en la arpista.
Incluso la visión colectiva del proceso de hacerse la obra como trabajo, presente en toda la película en lo que el concierto/film tiene de realidad, de trivialidad y de pérdida de aura, es mostrado por Fellini en términos musicales. Por una parte, a través de las distintas formas de ejecución de la partitura musical, ora lenta, cansina, torpe, ora con más brío, como comparando el trabajo con el instrumento con trabajos físicos: aserrar madera, por ejemplo. Los músicos se calientan tanto que tienen que ir sacándose los sacos. Fellini hace un chiste: los flautistas, que desarrollan poco esfuerzo físico para tocar su instrumento, casi se desnudan. Ironiza la visión del arte como "trabajo" con una exageración. La imagen sigue la misma pauta que la música: planos generales de ida y vuelta, de ciento ochenta grados, cuando la ejecución musical se va desarrollando. La cámara "sigue" los movimientos musicales. Cuando el director de orquesta (Baldwin Baas) dice "alt", la cámara se detiene. Tanto se ha identificado en ese momento el realizador del pretendido documental con el propio proceso de ejecución del concierto, que ha atravesado el espejo y se ha metido dentro de la música, dentro del espectáculo, fundiendo así su propia obra con la otra. También la cámara se ve obligada a seguir los dictados del metrónomo cuando el director de orquesta es sustituido por el aparato. La panorámica de ciento ochenta grados se repetirá al final cuando estalle la revuelta de los jóvenes con sus propios ruidos, ritmos y sones. Aquí, aunque la panorámica sea similar, los músicos se han convertido en algo extraño y amenazador, bien porque se vea la masa más que al individuo, bien porque sus rostros en primer plano parezcan poseídos por la violencia. La figura musical del contrapunto se convierte en ironía y es constantemente utilizada por Fellini hasta que se produce el descontrol total, el desencadenamiento de lo reprimido. Hasta ese momento se componía una dualidad, un equilibrio precario entre lo alto y lo bajo, entre el payaso blanco y el Augusto, entre lo espiritual, lo poético, y la necesidad, entre la palabra y el cuerpo. Luego, ese equilibrio ya no será posible, y lo reprimido estallará sin permitir ninguna elaboración discursiva poético-cultural civilizadora.
Como se ve, "Ensayo de Orquesta" es una película que parece simple pero que nos da mucha tela para cortar y su visión es imprescindible para acercarse un poco más al mundo de Fellini. Aunque él no concuerde con ese final de "orden" impuesto por el trabajo bajo las órdenes de un dictador alemán. Esta sí es altamente recomendada para ver, oír y disfrutar porque no deja de ser un Fellini auténtico.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).