Seguimos recorriendo la filmografía del genial Federico Fellini, en esta, su más genial creación, de 1973, llamada "Amarcord", que en un dialecto italiano significa "Me recuerda" y que ganó el Oscar de ese año a Mejor Película Extranjera peleando cabeza a cabeza con nuestra querida "La Tregua" (Sergio Renán- 1973). El guión en esta oportunidad es del propio Fellini junto a Tonino Guerra, sobre idea de Fellini, mientras que la fotografía en color cayó en manos de su colaborador de siempre Giuseppe Rotunno, la maravillosa música de Nino Rota, ya instalada en el imaginario popular y el asombroso montaje, del hermano de Marcello, Ruggero Mastroianni.
Entramos en la primera escena, con el viento soplando suavemente, constituye una evocación y a la vez una presentación a cargo de la voz en off de un cronista, que parece asumir la carga del relato. No es así, pues muy pronto toma cuerpo en un personajecito que, saltando para agarrar una "manina" (un "panadero", como los conocemos nosotros), aterriza y habla frontalmente como si recitara la lección. Es un charlatán, una criatura más de este mundo de recuerdos. Se dirige al público y habla de "le manine". El salto del viejo sirve al mismo tiempo para fijar las propias imágenes de la película, que hasta ese momento ha ido vagando de un lado al otro, mostrando los distintos escenarios en donde se va a desarrollar: el cementerio, el paso a nivel, la playa, el gran hotel, el espigón del puerto. Esto va a marcar el carácter de todo el despliegue del film como operación de magia simpática: un viaje a un pasado fantaseado, intentando aferrar algo tan inconsistente como los sueños, un pasado personal y biográfico que tiene la consistencia de "las manine", del aire, de la música, algo que vaga de un lado al otro, voces que deben atraparse en una imagen para hacerse cine. "Amarcord" es un intento de tomarlas al vuelo: se observa la propia materialidad de este prólogo, cuando se oye la voz del charlatán, sentimental, mientras en la imagen vemos sus manos atrapando él también una "manina", como obedeciendo los designios de un demiurgo. Todo, además, tiene el júbilo del vuelo de las "manine", el júbilo de la vida, de la renovación del mundo en el ciclo de las estaciones, pues el film se abre con la llegada de la primavera, como si se produjera su propio nacimiento y el del mundo, como si ello conjurara el vacío y la muerte. El film es la vida, una sacudida a la melancolía de la nada. Se cierra con la llegada de la primavera siguiente, con la vuelta de las "manine", tras la muerte de la madre y la boda de la Gradisca, acontecimientos significativos, que en el fondo constituyen una misma pérdida y clausuran el mundo de "Amarcord", en el doble sentido de mundo fílmico de los recuerdos y mundo de la infancia.
En la plaza pública aparecen ya dibujados todos los personajes del film, como si tras el gesto enunciatorio de la obra en la secuencia de "le manine" pudiera empezar la representación -que de hecho comienza con la música y el baile de la Gradisca en la peluquería-, y todos acudieran a un espacio al que han sido convocados: los muchachos, la Volpina, la familia de Titta, el dueño del cine, todos los personajes que van a ocupar alguna viñeta de "Amarcord" al menos como comparsa. Acude también el inquietante ciego acordeonista que se contorsiona como un muñeco mecánico, una marioneta que patalea y lanza bufidos, como si fuera un apéndice del instrumento.
El realismo de este film es parcial y sólo afecta al interior de la familia. El resto es un carnaval visto desde una óptica coral y conducido por un protagonista adolescente, Titta (Bruno Zanin), cuyo imaginario está alimentado por el cine y las fantasías sexuales. Otro conductor es el erudito local, un abogado que se empeña en contarnos -contar a la cámara- la historia de la ciudad en clave de crónicas y que siempre es interrumpido por un fuera de campo que le agrede, bien en forma de pedorreta o de bola de nieve. Él disculpa ese "ruido" diciendo que forma parte del burlón carácter local: lo incorpora a su discurso.
El régimen fascista es mostrado y valorado por Fellini en términos audiovisuales. La ideología, sea del tipo que fuere, política o religiosa, no existe para él sino formulada en imágenes, puesta en escena. La iglesia aparece en "Amarcord" a través de pinceladas mínimas pero incisivas: el negocio de artículos religiosos con la vidriera surrealista de puro kitsch, el desfile de huerfanitos, la confesión como sainete. El fascismo es la teatralidad retórica de los uniformes y los desfiles, que vienen a conjurar, de una manera fetichista el terror al vacío que provoca la modernidad. No son las ideas las que mueven a todo el pueblo a participar en el desfile lleno de alegres colores ni en los actos presididos por una gigantesca cara del Duce formada por flores, es el movimiento mismo, la fiesta, la que los arrastra. Para él el fascismo es como una infantilización, un enanismo vital, bufo y ridículo.
Otro elemento de la modernidad, asimismo fugaz y casi mitológico, que viene a sustituir la espera de los milagros y apariciones religiosas de los films anteriores a "8 y 1/2", es el paso del transatlántico ante la costa. Se trata de una epifanía nocturna, majestuosa y efímera, hecha sólo de luz y contemplada entre sueños por los habitantes medio dormidos, que han esperado largamente en barcas. Hasta el ciego del acordeón se quita los anteojos para ver mejor. Ya desde la tarde se han puesto en movimiento, dirigiéndose hacia la playa como un río humano, en un desfile que va in crescendo al ritmo de la música. Mientras esperan en alta mar -un mar de estudio, de plástico como el de "Casanova" y "E la Nave Va"-, tienen lugar escenas románticas, las confesiones nocturnas fellinianas a la luz de las estrellas. La Gradisca habla de su soledad y su deseo de tener un marido y unos hijos. El padre de Titta medita en voz alta sobre la grandeza del universo y el enigma de esos astros suspendidos allá arriba sin cimientos -es constructor-.
No hay nada amable ni nostálgico en el film de Fellini, a pesar del colorido alegre y de la música vivaz. La muerte de la madre está precedida por dos epifanías maravillosas y enigmáticas: el pavo real posado sobre los montones de nieve, que abre su plumaje espléndido, mientras la cámara baja para mostrarlo en ligero contrapicado y la luz varía para resaltar la policromía de las plumas; y el toro de grandes cuernos visto por el hijo pequeño entre la niebla, en un paisaje desolado y poblado de árboles secos. El abuelo se pierde en esta niebla, que no presagia su muerte sino la de su hija, y pregunta "¿dónde estoy? Me parece no estar en ningún sitio. ¿Es así, por casualidad, la muerte?"
Todo el pueblo se reúne para el saludo final en un descampado que recuerda el de la plataforma espacial de "8 y 1/2". La Gradisca se ha casado y tiene lugar el banquete de bodas bajo un toldito. Los chicos celebran una boda carnavalesca disfrazando a uno de ellos de mujer. Alguien dice que la peluquera "ha encontrado su Gary Cooper", ese con el que Titta se identificaba en el cine prematuramente. En la banda sonora suena "Siboney" y el ciego del acordeón toca el tema del film en una especie de fin de fiesta triste. El vendedor ambulante que sueña con mujeres increíbles y que tiene delirios de extranjería, nos dice: "Adiós, váyanse a casa", como si una misa hubiera acabado. La imagen funde en el descampado y aparece no la palabra FIN sino el giro dialectal que da título a la película AMARCORD. Esto es lo que recuerdo. Esto es lo que yo cuento como mis recuerdos, pero...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
una pelicula de la gran puta impresionante
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