Primero me enojé mucho con una película que suponía miserabilista, conforme de publicitar todas las desgracias que sufren los niños pobres de la India, mientras nosotros, personas acomodadas y de buen vivir, miramos sus vidas sentados en el cómodo sillón de nuestra casa, como para sentirnos bien culpables. Esta infancia que tiene mucho que ver con las infancias y adolescencias que narraba Charles Dickens, es lo que se puede ver en películas como la abominable "¿Quién quiere ser Millonario?", que arrasara con los Oscars hace algunos años. Después pasé por la indignación: "claro, tratan de reemplazar el amor familiar por la comodidad y los lujos que puede darle una familia burguesa en la otra punta del planeta, olvidándose de todo..." Claro, no reparé que el rostro de Saroo chico y joven no reflejaba en ningún momento la felicidad, ni una sonrisa acudió a sus labios en toda esta mitad de película.
Pero después reconsideré todo y me amigué con la obra cuando Saroo joven (de 20 años) inicia su búsqueda de regreso a su hogar, con su verdadera madre y sus hermanos y tradiciones. Lamento contarles el final pero Saroo, ayudado por la tecnología, vuelve a su casa y reencuentra a su madre (no ya a su hermano, quien ha muerto) y a su hermana, a pasos de la casa donde vivió su infancia.
Sobre todo porque se trata de "un caso real" y al final se ven imágenes de la vuelta al hogar del verdadero Saroo, quien ha pronunciado mal su nombre, ya que era "Sherú", que significa "León". Y claro, Saroo es un verdadero animal de caza cuando se pone obstinadamente a averiguar su paradero, y el niño indio Sunny Pawar que lo interpreta en su infancia, un concreto león de la actuación (tan convincente es).
Pero contemos un poco de la historia. Todo comienza en un pequeño poblado de la India, en 1986, cuando Saroo tiene aproximadamente 5 años y su hermano Guddu unos 12. Juntos se encargan de apuntalar la economía familiar con pequeños trabajos como el hurto de carbón a un tren para ayudar a una madre encargada de transportar piedras, y cuidar de su hermana Shekila, menor que ellos. Pero una noche en que se trasladan en un tren a otra ciudad para cometer otros hurtos, Saroo y su hermano se desencuentran, siendo aquel transportado en un tren hacia Calcuta, donde debe dormir en la calle y ser solventemente escapado de monstruos que utilizan a los niños para trabajos forzados, prostitución o transplante de órganos o vaya a saber qué. Así llega a la casa de una "bondadosa" mujer quien le presenta a Rama, un "dulce" hombre que pasará a buscarlo a la noche porque es "lo que ellos necesitan"... Así pasa a vivir en un refugio de niños donde son maltratados y posteriormente atendidos por una asistente social que se encargará de buscar a su madre y enseñarle (junto a otros niños) palabras en inglés para una posible adopción.
Esa adopción llega desde Hobart, en Australia, en 1987, por un matrimonio formado por Sue Brierley y John Brierley (Nicole Kidman, ya en papeles de "señora Señora", algo avejentada, y David Wenham), una pareja que presuntamente no puede tener hijos, aunque después se demuestre que no es que no pudieran tener sino que desde siempre han querido adoptar. Allí tiene todo a su disposición, comida en abundancia, televisor, video, juguetes, cariño de madre y padre, salvo... a su familia de origen, de la que nunca se olvidará, aunque llame mamá y papá a sus adoptantes.
Llegamos a Melbourne en el 2008, y el niño de tez aceitunada tirando a negro, ha crecido y se ha transformado en... un muchacho blanco (¡upppps...! por la magia del cine, ¿vio?) con todos los atributos para gustarles a las chicas, pelo largo desprolijo eternamente, barba de cuatro días y bigote, además de un físico digno. Se inscribe en la universidad para administrador de hoteles y consigue seducir inmediatamente a la chica más linda, Lucy (Rooney Mara, mientras que él es Dev Patel) y a los cinco minutos estar acostado con ella. Pero con su grupo de amigos aprende todos los secretos de la tecnología y de la computación, lo que lo ayudará a buscar a su familia y su casa. A partir de aquí se transforma en una obsesión y hasta deja escapar a su amor por el hecho de encontrar sus raíces.
A todo esto (han pasado 20 años desde la adopción), visita a sus padres y a su hermanastro Mantosh (otro indio adoptado, con problemas de conducta y violento), y su madre tiene el don de ¡no haber envejecido ni un solo día! (¡Nicole, siempre bella!), a quien no le revela que está buscando su origen por no lastimarla.
Al fin consigue dar con su pueblo, después de búsquedas interminables y copias y ampliación de mapas en donde iba dejando sus marcas rastreadoras. Se toma un avión, ahora sí con el consentimiento paterno y materno y llega a su poblado, conde encuentra que su casa es ahora... ¡un corral de cabras! Pero no se preocupen, a los cinco minutos encuentra a su madre oficial, envejecida, con el pelo cano ¡y rosa! y a su hermana, con quienes se abraza y lloran juntos. Ellos también han pasado su vida buscándolo. Al final se encontrarán las dos madres en un conmovedor abrazo. En la breve película documental que vemos al final del film se ve esta secuencia y vemos que el joven que ha crecido es un muchacho regordete y de color aceitunado, nada que ver con el de la película.
Pero bueno, así fue mi encuentro con esta buena película que logra emocionar y defender con buenas armas el llamado de la sangre. Estuvo nominada a algún Oscar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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