viernes, 28 de diciembre de 2018

Mi crítica de "El Hilo Fantasma" (Cine)

El diseñador de modas suele apropiarse del cuerpo de la mujer, hacerlo suyo, a través de sus modelos, que vestirán esas mujeres, del tomar medidas por doquier, del marcar con alfileres y tiza, y por sobre todas las cosas se adueñan de la cabeza de la fémina a través de sus gustos y su concepción de lo que les gustaría ponerse. Algo por el estilo le pasa a Reynolds Woodcook (Daniel Day-Lewis, en lo que sería su último trabajo para el cine, antes de abandonarlo), un  modisto profesional de renombre, con quien se visten las princesas prontas a casarse y las damas de sociedad. Él es un adicto al trabajo y, por lo que se ve a primera vista, un hombre encantador. Pero no todo es tan así... Trabaja codo a codo con su hermana Cyril (Lesley Manville) y recuerdan mucho a su difunta madre, con enfermizo cariño. Entre los dos han creado una cofradía casi simbiótica e incestuosa en dónde es muy difícil que entre otra mujer. Es además un neurótico obsesivo, que trabaja todo el tiempo y vive para lucir sus modelos y cualquier cosa lo saca de su centro. Pero parece un hombre abierto cuando conoce a Alma (Vicky Krieps) una mesera de un restaurante a la que seduce e invita a cenar. Todo va bien, sólo que después de la cena la invita a su casa de campo a pasar la noche, y lo que ella se ilusiona va a ser una velada de sexo desenfrenado se le agría al instante.
Sí, porque recién llegados a la casa él le pide un favor: a saber, que se pruebe uno de sus vestidos y le deje terminarlo en su propio cuerpo. Nada más desalentador para la joven y bella Alma, que soñaba con la seducción del macho alfa. El pincha alfileres por aquí y por allá y le alaba el buen cuerpo que tiene: las proporciones exactas y además poco busto (de lo que ella se acompleja) pero a él le parece perfecto. Y cuando arriba Cyril la cosa se descompone aún más, ya no hay esperanzas de sexo esa noche ni lo habrá en todas las siguientes. Reynolds dicta números de talle como un poseso y su hermana escribe y Alma pone cara de desilusionada. Lo que parecía una cena romántica deja ver a las claras que ella se ha estado enamorando de un obsesivo e histérico. La relación recién comienza, pero él la invita a vivir a la casa con él, pero sólo por una comunión de trabajo, la convierte en su manequin especial. Todos los vestidos pasan a trabajarse en su cuerpo y, si él hace encomio del cuerpo femenino es sólo por una cuestión de trabajo. Duermen en cuartos separados, tan sólo a metros de distancia y se levantan a las 4 de la mañana para trabajar.
Ella mientras, monologa ante el médico familiar y toda la película resulta ser un flashback de ese monólogo a posteriori, en el que ella dice que nunca amó a nadie como a Reynolds y que le dio todo cuanto él le pedía, y era un hombre difícil de complacer. Porque ella le dice que lo ama, y él, como si pasara un tren, ni responde ni le dice que él también. Sólo están juntos para complementarse como creador y criatura (hay algo de "Pigmalion" en todo ésto). Desayunan juntos, con hermana incluída, y Alma unta las tostadas con manteca y hace ruido al comerlas, lo que trastorna completamente al desquiciado de Reynolds, ahí nos damos cuenta de la verdadera envergadura de su débil mentalidad (que él dice sin embargo que es muy fuerte). Cyril le aconseja que desayune después que él o que lo haga en su cuarto. Ya no le va gustando nada la convivencia a Alma, aunque hará todo cuanto sea por complacerlo ya que es su verdadero amor.
Se han encontrado ambos: inspirado e inspiradora, y pasa a trabajar con él y su legión de veinte costureras que cuentan hasta los últimos detalles. Cuando la mecenas Barbara Rose se casa por segunda vez (es ella quien sostiene la Casa de modas económicamente) le encarga su vestido de fiesta y los invita a que concurran a ella. A regañadientes Reynolds va, junto a Alma, y mientras la anfitriona se desparrama en una mesa, presa de una borrachera Alma se enfurece y le dice a su novio que no es digna de llevar un vestido suyo. Entonces Reynolds no tiene mejor idea que ir hasta el dormitorio en donde vegeta la gorda y le pide a la madre que le devuelva el traje. Al oponerse ésta, entra Alma a la habitación y procede al quitado. Se van con el vestido al hombro por la calle, y allí es cuando él la besa, dándose cuenta de que siente una atracción por su discípula.
Alma decide prepararle una sorpresa a él, y mientras sale a dar su paseo vespertino y todas las empleadas se van a sus casas, ella piensa en quedarse a solas con él y regalarle una cena preparada por ella. Lo consulta con Cyril, quien le dice que no intente doblegar su rutina ya que lo sacará de quicio, pero Alma igual la manda a su casa y le prepara la cena. Cuando él vuelve de caminar se pregunta dónde están todos y qué ha sido de su hermana. Alma le dice que le preparó una sorpresa, y eso sólo será la mecha que encenderá la pólvora. Él acepta a regañadientes sus espárragos, pero en una tensa discusión le dice que se vuelva a la mierda de donde vino.
Ella no se va, pero decide envenenarlo con un hongo nocivo. El ritual de la comida, que sirve tanto para unir como para poner nervioso al divo, sirve también para la muerte. Ella muele el hongo y se lo incorpora a su té, que él bebe con fruición al día siguiente. Mientras echa un vistazo al vestido de la princesa, que tiene que estar listo para la mañana siguiente, se desploma sobre el maniquí y llega a duras penas a su pieza a vomitar. 
Sin embargo Alma lo atiende, lo cuida, y ante su negativa, no deja entrar al médico a visitarlo. Es un día de escalofríos y sudor, en que el paciente parece que va a morir. Pero Cyril no descuida el trabajo y hace que las costureras terminen el vestido para las 9 de la mañana siguiente aunque se queden sin dormir. Una vez repuesto, se acerca a Alma y le dice que la ama, que quiere casarse con ella. Ésta duda unos momentos y por fin le dice que ella también. Por fin se casan, con un modelo ideado por él para la novia y se van de vacaciones a Suiza, donde se encuentran con el médico de la familia a la que ella le prohibió la entrada. Una vez en el hotel, ella dice que quiere ir a bailar ya que es fin de año. Reynolds no quiere, como es lógico a un neurasténico de su tipo y Alma se va sola. Una vez vueltos a Inglaterra, él le dice a Cyril que ha cometido el error de su vida, que el matrimonio no sólo lo desconcentra sino que además lo está separando de ella. Alma lo escucha todo y decide envenenarlo de nuevo. Pero a pesar de cortar el hongo en grandes dimensiones vuelve a fallar. Encuentran una cierta armonía en la convivencia y en el cuidado y viven felices incluso teniendo un bebé, se ve que él ha salido de su ostracismo y ha decidido tener sexo con ella. Es la primera noticia que tenemos de ésto. Y así termina la extensa conversación (soliloquio) con ese médico afable que decidió prestar oído a las confesiones de una discípula de su maestro.
La película, estupendamente bien dirigida por Paul Thomas Andersson cuenta con una interpretación descomunal (como siempre) del nominado al Oscar por este trabajo Daniel Day-Lewis y asimismo por las dos mujeres que lo acompañan. El clima es sosegado, ideal para una tarde de lluvia, con melodías de piano lentas, entre los que se encuentran Brahms y Debbusy, dándole un tono entre tranquilo y cansino. El trabajo de fotografía también es admirable y todo conjuga para que el film sea altamente disfrutable. Para no dejar pasar. Y estuvo nominado al Oscar en el 2018.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 25 de diciembre de 2018

Mi crítica de "La Dama del Perrito" (Cine-1960)

Vi esta hermosa película del director ruso Iosif Kheifits, basada en el célebre cuento de Anton Chéjov que ha dado nombre a tantas antologías y quedé admirado por la sencillez y sobriedad con que trata el tema. Debo recordar que ya lo había visto reflejado en el cine, de una manera más graciosa, en el film de Nikita Mijalkov de 1987 "Ojos Negros", que unía tres cuentos del célebre dramaturgo ruso. Y quiero detenerme en el perrito. Por la película de Mijalkov me enteré que "perrito" en ruso se dice "sabatchka", y ese fue el nombre que precisamente elegí para mi primera y única mascota, una perrita siberiana que enseguida adquirió ese título. Por eso escuchar la palabra en el film de 1960 trae a mi cabeza infinidad de recuerdos de ese animalito tan querido y que tengo enterrado en el fondo de mi casa.
Pero vamos al film en sí. Como en toda la dramaturgia de Chéjov, parece no ocurrir nada importante en el texto, y por el subtexto pasan miles de cosas. En esta historia sucede algo similar. Es una historia de amor simple y bella, que se desarrolla en los tiempos de Chéjov, es decir en pleno siglo XIX, cuando se usaban vestidos largos (las mujeres) y levita y galera aún en verano (los hombres, claro está) y los niños y niñas besaban en la mano reverencialmente a su madre antes de irse a dormir. Por eso que esta historia de amor supone todo un escándalo... Veamos.
En Yalta, un lugar veraniego de Rusia se encuentra descansando Dimitri Dimitriovich Guírov (Alexei Batalov),  hombre casado y con tres hijos, quien sin embargo veranea con un grupo de colegas y amigos. Allí conoce a una extraña dama joven (22 años), hermosa (la actriz Lya Sábina), rubia, de increíbles ojos claros, que pasea sola por la costa paseando a su perrito pomerania blanco (¿cómo no enamorarse de ella en la vida real, si realmente es hermosa?). Enseguida surge el contacto, muy circunspecto, como era habitual en la época, pero ella se demuestra como una mujer casada que está esperando el viaje de su marido. Comienzan a frecuentarse e ir tomando confianza hasta que, pasada una semana de conocerse, él no puede más y la besa. Ella apura el tranco y se dirigen a su hotel, donde se acuestan... (¿Cómo, en aquellos tiempos? Sí, o creen que los chicos nacían de un repollo...). Pasado el acto en cuestión ella llora y se arrepiente porque cree que él no la va a respetar más y pensará que es una mujer fácil y mala. Mientras él come sandía, la famosa sandía que aparecía en la película de Mijalkov y en el cuento de Chéjov. Él se demuestra enamorado, a lo que ella responde con igual condición. Le dice que está casada con un funcionario, un hombre inferior, un lacayo, y que siempre soñó con otra vida. Dimitri vive en Moscú, ella en San Petrsburgo. El nombre de ella es Ana Serguéirovna y promete recordarlo toda la vida. Luego de una carta de su esposo, decide volver a su lugar de origen y se separan con la intención de no volver a verse nunca más y quedar sólo como un buen recuerdo.
Pero el diablo metió la cola, y aunque Dimitri vuelva con su esposa y sus hijos, no deja de pensar en ella. Hasta cree reconocer al perrito en la calle, por lo que se baja del ómnibus y lo sigue, hasta dar con un truhán que quiere vender al perro para comprar café y él reconoce que se equivocó de can. Un amigo le confiesa que no ama a su mujer y que ella se casó con él sólo por su dinero, y le pregunta si él no tiene secretos. "Todos tenemos una vida privada", le responde Dimitri haciendo mutis por el foro. Las actuaciones están un poco sobreactuadas, como si estos actores no conocieran que existió Stanislavski y todo su método. Pero bueno, la película está bien en normas generales y no vamos a hacerle asco por tan poca cosa (la chica sigue siendo la "más hermosa"). Entonces Dimitri decide viajar al pueblo en San Petrsburgo donde vive ella junto a su marido. Como conoce el nombre del quía enseguida le ubican la casa. Allí se queda largas horas, entre la nieve, esperando que Ana salga, pero sólo sale Rolf (el perrito) a pasear. A la noche ve salir a la pareja de esposos para la ópera y allí se encamina él. La ubica enseguida con los prismáticos, y en el intervalo decide acercarse. Ella, loca de amor, sale con él detrás, del teatro y van hacia las sombras sonde puedan besarse y le pide que desaparezca de su vida, que ya nunca volverá a ser feliz y le jura que irá a verlo en Moscú en el verano.
Se vuelven a separar. Llega el estío y mientras la nieve se derrite ella anuncia su llegada. Él va a verla al hotel en que se hospeda y dichosos vuelven a besarse y a encamarse, diciéndose por qué no se conocieron antes para no tener que vivir cada uno con la persona equivocada. Dimitri le reconoce que tuvo muchas aventuras durante su vida de casado pero que nunca se había enamorado, hasta ahora. Llega la hora de la separación, y al igual que al final de "Tío Vanya" discurren con frases como "ya algo se nos va a ocurrir" "ya haremos algo", etc. Cuando él baja a la calle, Ana todavía lo mira por la ventana y, entre lágrimas, le hace con la cabeza un gesto afirmativo. Fin.
Qué se puede agregar al mundo de Chéjov si ya ha corrido tanta tinta. Sólo que es muy complejo, que detrás de lo aparente se esconde todo lo que no se dice ni se hace (los encuentros íntimos, en la película, están magníficamente sugeridos por un cigarrillo encendido y nada más), que es un creador de universos riquísimos e intrincados, que, como dijera Woody Allen en una de sus obras: "Esas obras rusas donde no pasa nada... por la misma plata podemos ver un musical". Y agradecerle al autor ruso toda su compleja maquinaria de sentimientos y sensaciones puestos a la orden de los actores que interpretan sus obras: se dice que el que puede hacer un buen Chéjov en el teatro, puede hacer cualquier cosa.
Y agradecerle también al director Iosif Kheifits por habernos regalado un momento de placer tan elegante y exquisito, así como sobrio y remarcado por una banda de sonido más que interesante, que recuerda a los grandes compositores rusos, sobre todo a Rachmaninov. Una película regalo para ver en el día de Navidad, como hoy y que disfruté con toda el alma, recordando a mi Sabatchka querida y metiéndome de lleno en el mundo de Chéjov. Si pueden conseguirla, se las recomiendo, es un gran exponente del cine contemporáneo más antiguo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 23 de diciembre de 2018

Mi crítica de "Mamma Mia! Vamos Otra Vez" (Cine)

Les tengo una muy buena noticia: si la original "Mamma Mia!" era un bodrio, esta segunda parte/precuela es notablemente superior. Bien dicen los productores de cine que si querés salvar un desastre la llames a Lily James, acá dio resultado, es prodigioso lo que puede hacer esta chica. Si vieran lo bella, lo buena intérprete y lo buena cantante que es, no dudarían en darle todos los créditos de haber salvado a esta película. Es que hay mucho metraje rodado con ella como protagonista y se ha convertido en la estrella del film. Otra cosa a favor de la obra es que todos han entendido de una vez por todas que se trata de una farsa, y ahora todos juegan a la autoparodia y no sólo Julie Walters, que era la única que salvaba la plata en la entrega anterior.
Como pasa en todo musical, debemos suspender la credibilidad por dos horas y aceptar que todos se pongan a cantar y bailar en medio de una escena, con total naturalidad (si vamos al caso, con la ópera pasa otro tanto, o con el ballet, que nos cuenta una historia y expone sentimientos mediante pasos de danza, o con un concierto, que es capaz de representarnos un poema sinfónico sólo con sonidos). Las canciones de ABBA son aquí nuevamente las protagonistas y lo hacen con ese ritmo y esa melodía pegadizas que suelen tener las canciones del popular grupo sueco. Y además las letras no están trastocadas, y se adaptan perfectamente a la historia que se está contando.
La narración juega con dos niveles de tiempo simultáneamente y alejados el uno del otro. Empieza con Sophie (Amanda Seyfried) enviando invitaciones y preparando la gran inauguración del hotel Bella Donna, en su islita griega que la vio nacer, en homenaje a su difunta madre Donna Sheridan (Meryl Streep en el otro film, aquí en un cuasi cameo). En otra instancia de tiempo anterior, asistimos a la salida del colegio de Donna (joven, acá la hermosa Lily James) y de cómo buscó su lugar en el mundo hasta llegar a la isla perteneciente a Grecia. Y de cómo engendró a Sophie, en brazos de tres desconocidos con quien la vida le llevó a tener sexo casi en el mismo momento: Harry (Colin Firth adulto), el sueco Bill (Stellan Skargard) y finalmente Sam (Pierce Brosnan), con quien se casó y sigue viviendo en la isla. Por supuesto que Sophie invita a sus tres posibles padres para la inauguración y sólo cuenta con la presencia de Sam, ya que los demás se excusan por no poder ir. Llegarán también las infatigables amigas y compinches en lo musical de su madre: Tanya (Christine Baranski) y Rosie (Julie Walters), quienes enseguida quedan prendadas del señor Fernando Cienfuegos (Andy García), un mexicano que es el brazo derecho de Sophie.
Y Sophie se pelea con su marido Sky, quien se encuentra en New York estudiando hotelería y le han tentado para que se quede a perfeccionarse. Juntos cantan una hermosa y sentida "Uno de nosotros", decidiendo su ruptura. La historia también nos retrotrae al paso de Donna por París, donde conoce a Harry y quien la conquista cantando y bailando una versión de "Waterloo" en un restaurante que no tiene nada que envidiarle a "Hello, Dolly". Con quien por supuesto se acostará... Luego de perder su barco, es socorrida por Bill, un sueco que la lleva en su embarcación hasta la islita griega, con quien por supuesto, se acostará... Y ya en la isla es seducida por Sam, quien la ayuda a instalarse en la destartalada casa... con quien por cierto se acostará... Así las cosas y abandonada por los tres (quienes sin embargo tratan de volver por ella), se descubrirá embarazada de Sophie. Entretanto se contratará como cantante de las canciones de ABBA en el mesón que hay en el centro del pueblo (especialmente bella es su versión que hace de "Andante, andante"), reclutada por el hijo cantante de la dueña del local, quien es también propietaria de la casucha a que ha ido a parar y se la cede por el buen trato que hizo de ella.
Es importante también para la dinámica de la película las escenas de canto y baile grupales (con mucho coro), lo que faltaba en su antecesora, y es acá manejado con buen relieve por el nuevo director Ol Parker. Por supuesto que antes de la inauguración del hotel se levanta una tempestad que lo destruye todo, pero, ayudada por los lugareños, Sophie y Sam logran reconstruir su hostería en menos de una jornada. Los dos padres restantes llegan, y no vienen solos, Bill se ha encontrado con un viejo amigo, a quien salvó su matrimonio, e invita a toda la cofradía de pescadores y sus esposas que les acompañan. Pero también ha vuelto Sky, el marido huidizo, y trae consigo a la abuela de Sophie (Cher) quien vuelve dispuesta a reparar sus años de lejanía. Y, en plena fiesta, esta abuela reconoce en el Sr. Cienfuegos a su antiguo amor, a quien le dedica la canción "Fernando", y... ¡se ha formado una pareja!
También Rosie (Julie Walters) se reencuentra con el hombre que siempre quiso tener y su amiga se lo acaparó, Bill y no sólo cantan a dúo sino que se quedan juntos. Y en una de las escenas más nostálgicas del film, Sophie, quien ya ha tenido a su hija, va a bautizarla a la capilla que está en la cima de la montaña, y allí se reencuentra con el espíritu de su madre, Donna (ya lo dijimos, Meryl Streep) con quien canta una emotiva "Mi amor, mi vida". Se enlaza con Lily James teniendo a Sophie y bautizándola, quien se une al canto.
Todo cierra perfecto en esta película encantadora, tan reconfortantes son las dos horas que hemos pasado junto a esta fauna de viejos amigos, que dan ganas de repetir. Los actores no desentonan (salvo Pierce Brosnan cuando canta) y se muestran encantadores y sumados al juego de encontrarse a cantar canciones de ABBA; todos trabajan bien y ahora se dan cuenta que están interpretando una farsa. Y queda en nuestros oídos la bella melodía de las canciones y los hermosos paisajes de la costa griega. Por una vez la película ha vencido al musical en el teatro. Véanla, no los va a defraudar. Escucho opiniones.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 21 de diciembre de 2018

Mi crítica de "Bossi Big Bang Show" (Teatro)


Teatrix tuvo la excelente idea de estrenar para estas fiestas el "Bossi Big Bang Show" y demuestra que Martín Bossi es un actor y cantante (e imitador) completísimo y bien aceitado a la hora de manejar un show a la altura de los espectáculos internacionales. Siempre tuve un resquemor para ir al teatro a ver imitadores, lo consideraba un género menor, pero viendo lo que es capaz este muchacho, me saco el sombrero. Hay tres partes bien diferenciadas en este espectáculo dirigido por Emilio Tamer, pero cuyo centro indiscutido es Bossi: la primera serie de imitaciones de cantantes extranjeros, todos en inglés; una segunda parte con un ácido monólogo; y la tercera y final donde "reviven" a Alberto Olmedo y Javier Portales en su clásica charla del sofá y como el Manosanta. Todas las secciones del espectáculo están coronadas por el éxito y hasta una furtiva lágrima se deja escapar en el momento del homenaje a los capocómicos.
En el primer segmento, el más rico musicalmente y en cuanto a imitaciones, secundado por una gran orquesta y un coro de tres chicas, imita en breves fragmentos de canciones y sin solución de continuidad a Ray Charles (tocando el piano y con anteojos negros); Louis Armstrong, con trompeta incluída cantando "What´s the wonderfull world"; a Frank Sinatra con su típico sombrero en "New York, New York"; a Joe Cocker; Rod Stewart, con peluca y saco y corbata colorinche incluídos; a Elton John, ya en pleno éxtasis imitatorio; a Axel Rosel, con guitarrista de rock incorporado; John Lennon, con guitarrista femenina invitada; para deslumbrar con su impecable imitación de Michael Jackson en un baile en que parece de goma su musculatura, sacando los pasos y los movimientos exactos del bailarín y cantante y por último impacta con su versión de un Freddie Mercury en calzoncillos y chaqueta cantando micrófono en mano.
Instantes más tarde llega el actor/músico invitado Manuel Wirtz en una pobre actuación, destinada a alargar el show mientras Martín se cambia y se repone. Luego vendrá el momento del monólogo. Desgrana temas de actualidad como son el uso de los celulares y la tecnología que separan a las personas en lugar de unirlas, con una melancólica mirada al pasado donde "todo era mejor", no se tenía tan fácil acceso a las drogas utilizando todo el léxico "narco" para referirse a cosas de la vida cotidiana por ese entonces y revalorizar el papel del campito que les permitía jugar de chicos. No deja en pie los ritmos modernos como el rageeton o la cumbia, aduciendo que antes, la cumbia era un baile familiar y que cuando surgió la cumbia villera lo arruinó todo. Considera al grupo "Agapornis" como los "terroristas" de esta expresión, tomando viejos temas y aggiornándolos para destruirlos, y canta una versión muy irónica de "El día que me quieras" en versión "Agapornis". Critica el lenguaje de los chicos jóvenes (que lo han perdido) prendidos como están a sus celulares, Iphone, Tablets y demás porquerías y tiembla al saber que los chicos de hoy serán los profesionales del mañana y realiza una brillante composición de un médico de esta generación ante la dura tarea de tener que informar un deceso.
Finalmente revaloriza los bailes de los "lentos", e invita a subir al escenario a una pareja menor de 25 años para que aprendan cómo fueron concebidos. Hace parar a todas las parejas mayores de 40 años y la orquesta toca un lento para que bailen y "chapen" como en los viejos y queridos tiempos y concluyan con un beso. Por supuesto que todo el teatro accede, le sigue el juego y se forma un espectáculo muy emotivo al ver tantas parejas bailando apretados y besándose. Él se reconoce con sus 40 años como la última generación en bailar un lento...
Después viene un momento en el que se va a dormir, dando poro concluído el show e insta a mirar la tele. No se salva "Crónica", ni los pastores brasileños ni el mismo Santiago del Moro, y recuerda que antes podía dormir tranquilo porque existían los capocómicos...
Y ahí entra la emotiva celebración de Alberto Olmedo (Bossi) y Javier Portales (idéntico, en presencia y tono de voz, de la mano de Jorge "Carna" Crivelli). Están en su living del sillón que hicieron famoso, y el que los recuerda en la estatua de la Avenida Corrientes, esperando para ser recibidos y juzgados en el cielo. La verdad que su imitación de Olmedo lo designa como un actor completo y desgrana muy buenos chistes, no todos ellos lo que se dice finos, pero en el tono que usaba Olmedo para comunicar. Critican a los jugadores de la selección que no se saben el himno, entre otras ocurrencias certeras. Y reconsideran que en el cielo no esté todo prohibido, y que se les permita jugar. Y recuerdan cómo eran los juegos entre ellos. Y de ahí surge el "Manosanta".
En un rápido interín, Bossi se cambia de nuevo y aparece vestido como el truhán inventado por Olmedo. Hay buenos chistes entre ellos y aparece una sorpresa: la "Bebota". Sí, la misma Adriana Brodsky en persona se suma al juego y reinventa su personaje. Todo es ilusión, magia, juego, arrobamiento, placer. Pero pronto se termina y vuelven a su sillón. Cuando un ángel interviene y les dice que les toca su turno, ellos deciden bajar el escenario e irse a caminar por Corrientes, entre lágrimas y con el "Nessun Dorma" de fondo. Todo el teatro, conmovido hasta las lágrimas, los aplaude de pie. Digamos que estaban entre el púbico Roberto Petinatto y la "Tota" Santillán.
Un espectáculo mágico, con todos los lujos y esplendor, que es capaz de asombrar, divertir y emocionar. Y ahora está a disposición de todo el que lea estas líneas con sólo pulsar el "Ver Obra" que preanuncia este comentario. Disfrútenlo, así como lo disfruté yo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

Mi crítica de "Mi Obra Maestra" (Cine)

Es ciertamente despareja esta película, primera en solitario de Gastón Duprat, aquí con su colega director y guionista Mariano Cohn sólo en el rol de productor. Han logrado juntos obras memorables, desde "El Artista", pasando por "El Hombre de enfrente" y "El Ciudadano Ilustre", todas ellas dedicadas a inmiscuirse en el mundo de la creación artística. No digo despareja en cuanto a que falten ideas o materiales que desplegar, sino en la falta de un cierre que en las otras daba vuelta todo el sentido de la película y que en esta no sale de la medianía, no sorprende.
Estamos como siempre, metidos en la cocina del arte, acá a través de un pintor, Renzo Nervi (Brandoni) que supo tener su época de esplendor y que ahora ha caído en el olvido. Y su amigo y marchand, Arturo Silva (Francella), quien desde la primera escena se reconoce como un asesino (¿de quién? ¿en qué circunstancias? ¿ha llevado a cabo su "obra maestra"?).
Desde el comienzo una guía de arte nos dice en inglés que nos detengamos a observar la pintura, que le dediquemos tiempo, que a una obra artística no debemos "entenderla", sólo nos emociona o no. Para dar luego paso a la introducción de la azarosa vida de Renzo Nervi. Tal vez este consejo nos sirva para la película en sí, no debemos tratar de pedirle respuestas, sino ver tan sólo si nos conmueve el mensaje o no.
Y la verdad es que le falta convicción para conmover, más allá de ese pintor bohemio y anarquista que se rebela ante el poder establecido (y no sólo de pensamiento, como ejemplo la obra que hace para el empresario Larsen, que cuando la descubren en pleno acto de inauguración de la empresa, contiene su nombre junto con una pintada obscena) y no transa con los mercaderes de los precios y las demandas. Un hombre que así como es de rebelde es poseedor de una infinita ternura ante su galerista y su familia de mascotas. El personaje de Francella, si bien ocupa más metraje en la obra está más torpemente trazado, un poco desdibujado, con trazo grueso, haciendo metáfora con el tema del dibujo y la pintura.
Cuando Nervi es desalojado de la casa que alquila, se instala en la vereda con su pobre mobiliario y sus perros y gatos. Decide irse un rato a comer, y luego de un almuerzo opíparo y de degustar una caña italiana, llama al mozo para decirle que no va a pagar la cuenta, a cambio de todo lo que la sociedad le debe a él y el favor que ha hecho de prestigiarle el local con su presencia. El maitre acepta su explicación y lo deja ir. Pero mientras cruza la calle un camión lo atropella y va a parar a un hospital en coma.
Cuando despierta, en la habitación de un sanatorio pagado por su amigo y marchand, ha perdido la memoria amén de unos cuantos huesos rotos. Le agradece a Arturo con lágrimas de emoción y poco a poco va recuperando el sentido y la memoria. Es visitado por su ex-novia veinteañera (él está por cumplir 80), que le reprocha al oído su pobre desempeño sexual y que ahora está acompañada por quien le corresponde. Pero él no se amilana. En una de sus crisis le dice a Arturo que ya no quiere vivir más y a pasos de que le estén por dar de alta intenta suicidarse. Allí es cuando le dice a su amigo que ya sabe lo que tiene que hacer con él. Y cuando Arturo le pide al enfermero algún remedio que pueda matar sin dejar rastro.
Es importante aclarar que Renzo ha conocido a Alex, un aspirante a alumno español al que él le dio una gran lección, que haga cosas para ayudar a los demás en lugar de querer pintar, que para eso hay que ser egoísta y egocéntrico. Este Alex reaparecerá en la clínica, ya activo en una ONG y agradeciéndole por el consejo. Y de ahí en más se convertirá en un inspector Gerard o Javert de los pasos de los dos amigos, y será un pilar indispensable en el desarrollo de la historia.
Conectemos nuevamente a una aparición de Nervi, hablando desde un video, ya muerto, y es ahí cuando su obra empieza a cotizar en valores siderales, obra que en vida había donado a Arturo en compensación por sus gastos de internación. Con Dedé (Andrea Frigerio), Arturo empieza a organizar exposiciones en los lugares más excelsos del mundo, y hasta un jeque árabe quiere comprar toda la producción de Nervi a un alto valor. Dedé se niega, pero Arturo le dice que ha encontrado casi una centena más de cuadros de su protegido. La venta se lleva a cabo.
Pero volvamos al comienzo, ya que nada es como parece ser o como Duprat quiere engañarnos (los hilos se le ven desde muy lejos). Francella se ha declarado un asesino. Pero, ¿mató él a Renzo? ¿Se suicidó? ¿Murió por causas naturales? Y llegado el caso, ¿cuál es la obra maestra del título? ¿El crimen? ¿La obra de Nervi? ¿Lo que falta por hacer? Hay muchas preguntas que se irán develando con el correr del metraje y que no debo anticipar acá. Y otras que francamente quedarán a cargo del público desentrañar.
Lo cierto es que con un pintor muerto los precios parecen llevarlo a la gloria que no le dio en vida, ¿es ese el misterio del arte? ¿Es que acaso necesita uno estar muerto para adquirir el reconocimiento que se le negó en vida? ¿La llave de la eternidad es la que funde el bronce? Son preguntas que una cabeza inquieta como la de Duprat, que siempre visualizó al arte como su motivo de trascendencia, desgrana con total franqueza e impiedad.
Hay más sorpresas en la película, no se termina allí, pero no conviene revelarlas, para aquel espectador distraído que todavía no se haya dado cuenta de qué va la cosa. Sólo agreguemos que hay cameos de un irreconocible Alejandro Paker y de un conocible Roberto Peloni, como el "payamédico". Y que las obras que pinta y expone Nervi son o han sido pergeñadas por Carlos Gorriarena.
Como dije al principio, es un film al que, sin embargo le falta algo, en comparación con sus predecesores, tal vez sea muy liso y esquemático, tal vez falte esa vuelta de tuerca que engrandecía, por ejemplo, a "El Ciudadano Ilustre". De todos modos es de lo mejor que se estrenó nacional en el año y, a la sazón, un verdadero "tanque". Las actuaciones son entrañables, desde ese Brandoni lúcido y coherente, rebelde y contestatario, hasta un Francella que se nota buen amigo, afable y sin embargo con una gran ambición de dinero, más distanciado en su interpretación, pero correcto. Ya se puede bajar de Internet. Véanla.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 20 de diciembre de 2018

Mi crítica de "El Instante más Oscuro" (Cine)

"El Instante más Oscuro", de Joe Wright es una película cerrada sobre sí misma, que se muerde la cola, pues sólo se encarga de retratar la vida política de Winston Churchill, desde que es elegido Primer Ministro y durante todo su desempeño en tiempo de guerra, hasta que proclama hostilidades a Alemania. Digamos que como retrato humano es valioso y que sólo se abre hacia el exterior en la escena en que Churchill decide tomar el subte y establecer vínculos  con la gente del pueblo y pedir su opinión sobre la contienda. Sino permanece encasillado a la casa y las oficinas del Primer Ministro Conservador sin salir de ese microclima. Es justo remarcar también que la interpretación de Gary Oldman como ese Churchill gordo y avejentado, preso de sus vacilaciones y atormentado por sus decisiones, corta el aliento y es muy merecido el Oscar a Mejor Actor que se le otorgó este año por este papel. Sus miradas perfectas, su respiración exacta, su ira explota en los momentos correctos y todo es un combo de virtuosismo. Que el premio corresponde también a los maquilladores, que supieron crear la caracterización exacta. Y es justo recordar las palabras de su ex-mujer en el momento de su premiación: "Se ha premiado a un gran artista, pero también a un gran abusador". Puede que esto sea cierto -qué duda cabe- pero lo que se está celebrando en esta ocasión es al hombre como actor, separándolo de su contexto familiar, íntimo y morboso.
Está también la siempre correcta Kristin Scott-Thomas, aquí como Clemmie, su esposa, algo envejecida y teñida de rubio. Y está la gran revelación del año, Lily James, como otro puntal -aún más importante que su esposa-, la Srta Layton, su secretaria, quien palpita cada respiración, cada titubeo, cada desvarío de Churchill haciéndolos propios.
Winston desayuna cada mañana con un vaso cargado de whisky, panceta, huevos fritos y su infaltable cigarro, a los que somete su "mala salud de hierro" Es icónico ya verlo con su puro y su vaso de whisky.
El 9 de mayo de 1940 Neville Chamberlaine es obligado a renunciar a su cargo en el Parlamento por su inútil desempeño ante la guerra. Se baraja el nombre de lord Halifax para sucederlo, pero finalmente el cargo cae en manos del más temido: Winston Churchill, con un currículum desastroso, hasta el mismísimo Rey George IV (Ben Mendelsohn) pone en duda el nombramiento. El primer discurso es ya clásico, donde dice que no tiene nada que prometerle al pueblo inglés pero que les va a pedir "sangre, sudor y lágrimas". Traba relación con Francia, quien está en peligro de caer en manos de Germania y al final sucumbe. Pero Winston es optimista ante la guerra: "Estamos ganando", le dice a su pueblo, mintiendo a sabiendas, en un comunicado radial, lo que nos recuerda mucho a nuestro Galtieri en la lucha por las Malvinas. Será artífice del clásico gesto de la "V" de la victoria, que en nuestros pagos se lo ha adueñado un movimiento al que le sirvió para decir "vuelve" (y del que Pinti ha dicho irónica y sabiamente: "esos dedos ponelos en el enchufe"). Allá su secretaria le informa que en la clase baja ese gesto simboliza "andate a la mierda", lo que le provoca un ataque de risa al cabrón de Churchill.
Pero la situación se agrava cuando los únicos puertos libres que quedan en Francia son Calais y Dunkerque, donde están apostados más de 30.000 soldados ingleses, y sobre los que se dirige Alemania. Él opina que se sacrifiquen 4.000 soldados en Dunkerque para distraer a los germanos y permitir la huída de los 30.000 que restan, lo cual lo pone en contra de todo su gabinete. Es más, se le ofrece una tentativa de paz de mano de Musolini, para que Alemania imponga sus condiciones con tal de no atacar Gran Bretaña. Pero Churchill es reacio a aceptar ese camino y lo enemista más con los suyos.
Cuando su esposa le dice que le han declarado la quiebra, éste se encoleriza, y es capaz de mirar y ver realmente por primera vez a su secretaria cuando le descubre el retrato de un muchacho sobre el escritorio, de quien él le pregunta si es su novio. Esta contesta que es su hermano, que se trasladaba en una misión militar hacia Dunkerque y que nunca llegó, y se le resbalan un par de lágrimas.
Pero el eje de la película está puesto sobre la petición de paz que otorga el gobierno italiano y que Churchill se debate entre aceptar o no. Y es allí cuando el rey le ofrece su apoyo incondicional y le pide que escuche a su pueblo. Entonces Winston escapa de su auto con chofer y se refugia en el subterráneo, algo que nunca en su vida había logrado hacer y le pregunta a una niña cuál es la combinación que debe hacer para llegar a destino. La situación del subte es la única que tiene un poco de humor y le da una bocanada de aire fresco a la película. Todos en el vagón se sorprenden de ver al Primer Ministro viajando, como un ciudadano más y todos le ofrecen el asiento. Así es que Churchill va a tantear entre la gente de su pueblo qué harían en caso de guerra y si están de acuerdo con negociar la paz. Todos y cada uno le confirman que si son invadidos saldrán a luchar a las calles y que de ninguna manera hay que firmar el tratado con HItler. Toma nombres y apellidos de cada uno y le sorprende la reacción de una niña que le dice que no al armisticio.
Cuando por fin llega a la Cámara de los Lores se reúne por primera vez con sus ministros y expone vehementemente que no firmará la paz, lo cual es aplaudido por la mayoría en su conjunto. Sólo Chamberlaine y Halifax están resentidos. Pero allí la tiene ala fiel srta. Layton que lo aplaude con entusiasmo. La película termina en esta escena y algunos intertítulos nos informan que cinco años más tarde, con la ayuda de los Aliados, lograron imponerse contra Alemania, y que al término de la guerra, Churchill no fue reelegido. Una frase, dentro de las jocosas que dice en el film quedó como para la mesa de Mirtha: "No me interrumpa mientras lo estoy interrumpiendo".
Gran labor del director Joe Wright que supo darle el tono claustrofóbico y bélico a una película que transcurre durante la 2° Guerra Mundial y de nuevo subrayo el inmenso aporte de los actores.
Un buen ejemplo de lo que el cine oscarizado nos puede brindar en buena ley.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 13 de diciembre de 2018

Mi crítica de "Una Mujer de otro Mundo" (Teatro)


En esta ocasión nos convoca Teatrix para ver esta obra de Noel Coward según una puesta brasileña, adaptada y dirigida por un tal Alexandre Reinecke. Ya empezamos mal, lo de "adaptada", mmmm... Y sí, la adaptación no es del todo afortunada, debo decir que me decepcionó bastante, llena de gritos merecidos (e inmerecidos) por las situaciones, de corridas y de un desequilibrio interno que es difícil de ocultar. No es un auténtico Coward aunque se tomen martinis y cognacs cada dos por tres, le falta el espíritu del audaz comediógrafo norteamericano. El título hace alusión a un matrimonio casado en segundas nupcias por parte de él, Charles y Ruth Condomine, después de siete años de haber enviudado de Elvira, su joven y hermosa primera esposa. Pero la visita de una medium a la casa lo pone en contacto con su esposa muerta, a la que sólo él puede ver y oír y creando un sinfín de desencuentros desde lo verbal y lo corpóreo con su actual mujer. La comedia parece una de los Tres Chiflados en un mal día, y los desatinos por parte del presunto "bígamo" in fraganti se hacen reiterativos y pesados. Apenas alguna frase dicha al pasar puede despertar alguna sonrisa, sino todo lo demás es cansino y previsible. Además, no plantea muchos interrogantes sobre la condición humana (ni pocos) dignos de destacar y la obra no va más allá del enredo y el desconcierto. Desconcierto aplicado en la forma de cuando se produce un desperfecto en un concierto, cuando cada instrumento suena por separado de los demás, no obstante que haya química en el elenco y estén bien diseñadas las situaciones.
El resumen de la anécdota es este. La pareja establecida, invita una noche al médico de la familia, un escéptico para lo sobrenatural, llamado Dradman y una parapsicóloga de poca monta (una chanta) que pretenden vendernos por graciosa debido a sus trances e invocaciones,  Mme. Arcati, para inspirar a Charles la escritura de un nuevo libro basándose en tomar el pelo a la médium. Luego de la cena, bien servida por la mucama Edith, se distribuyen en la sala y, en torno a una mesa invocan a los muertos. La mesa se eleva, responde a los "sí" y "no" que le exige Mme Arcati, y por último se abren las ventanas y aparece una bella y joven rubia  con un ceñido vestido transparente que deja ver su figura, a saber, la difunta esposa del Sr. Charles. Desde aquí todo es un desquicio, él le habla y ella le contesta, pero al ser el único que la puede ver, sus diálogos caen en el aire, y lo que le dice a ella es tomado por Ruth, su actual y bella mujer. Cuesta mucho hacerle entender a Ruth que no está viendo visiones ni que ha enfermado de la cabeza, hasta que por fin ella también se convence de la presencia de la muerta. Allí reside la gracia de toda la obra, en las previsibles corridas y caídas para entenderse con su extinta mujer y no desentenderse con la actual. Pero el amor de Elvira por Charles es inmenso y mezquino, lo quiere todo para él, si bien reconoce que fue promiscua e inmoral, adepta a la diversión y superficial, y que lo engañó la misma noche de bodas con el capitán de un barco. Digo mezquino porque lo que se propone Elvira, en definitiva, es llevarse al bueno de Charles para el otro mundo. Y así corta los frenos del auto, que terminarán matando a la celosa Ruth. Entretanto Charles ha hecho volver a Mme. Arcati para que deshaga la aparición, pero esta en vez de hacer desaparecer a la muerta hace comparecer a la nueva y flamante finada: Ruth. Ahora son dos las que se disputan el amor de Charles y lo molestan sentadas encima del piano. Finalmente la paranormalista puede deshacerse de las dos fantasmas y todo vuelve a su cauce. Pero la hora y media que hemos pasado bostezando nosotros no la justifica.
En fin, una obra que no da para mucho, en todo caso es un Noel Coward menor, que deja deslizar la frase: "nos iremos a Brasil, tú siempre quisiste convivir con la pobreza", lo que destapa irónicas risotadas entre los concurrentes al espectáculo, quizá la más afortunada de las frases puesta en boca de los personajes. Toman mucho, visten bien y variado y se deja ver el lujo de toda la producción de Coward, ya recurrente en estas páginas... pero como vemos, eso no basta. Una obra más para llenar el catálogo de Teatrix, que no obstante cuenta con la mayoría de aciertos. Para ver en una tarde de lluvia como la de hoy.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 8 de diciembre de 2018

Mi crítica de "El Baile" (Cine-1982)

Debió haber estado en un muy buen día Ettore Scola cuando se decidió a filmar "El Baile", basado en un espectáculo teatral de Jean-Claude Penchenat con el Theatre du Campagnol (los mismos que interpretan la película). Atreverse a hacer un film donde no se dice una sola palabra, confiándole todo el peso a la música y las poderosas imágenes; en un solo escenario, la sale de baile a través de los años, y, para colmo, un film "en episodios". Sí, no se pronuncia palabra alguna porque la soledad no necesita de palabras, y todos los personajes, en definitiva son solitarios, que se expresan, se comunican y se buscan a través del baile. Cada uno llega solo y todos se van solos, la única pareja que pudo haberse formado (la de los dos viejitos), enlazada a través de los años, se ve frustrada por un anillo de casado que él le muestra a ella. Es una película magnética, hiponótica, durante su hora y 47 minutos es imposible sacarle la vista de encima, son tantos los detalles en las composiciones de esos magníficos actores y actrices que no se puede contabilizarlos. Los personajes se repiten a través de los años, por ejemplo los ya mencionados (fabulosos Ettiene Guichard y Liliane Delval) son viejos en 1983 (que es donde transcurre la película), pero al trasladarnos a 1936 mágicamente aparecen como dos jóvenes novios enamorados, en 1965 serán el tercero en discordia entre el novio de ella y él, un joven viajero que la cautiva y baila con ella. El personaje del obsesivo (magnífico Marc Berman) se repetirá con el paso del tiempo siendo un noble al que todo le sale mal (incluso su propio suicidio) o un colaboracionista tanto en la época de la guerra, como en la entrada de los nazis (1940 y 1944, respectivamente), como en la época del jazz (1955). El actor que personifica al "flaco desgarbado" (expresivísimo Jean-Francois Perrier) es rechazado por las mujeres sucesivamente y termina convirtiéndose en un jerarca nazi, de acuerdo con su repulsión.
Las distintas épocas que trata son, sucesivamente y sin solución de continuidad, sólo separadas por una fotografía de conjunto que se toman como precedente: 1983, donde comienza todo, 1936, en pleno auge del comunismo en Francia, y filmada en un "cuasi" blanco y negro en donde se destaca sólo el color rojo; 1940, un pequeño flash de la época de la guerra, convertido el salón en un refugio para los bombardeos; 1944, año de plena guerra y 1946, cuando la contienda ha finalizado; 1955, en plena era del jazz y otra nueva guerra, 1965, la época de los ritmos sudamericanos y del nacimiento del rock; 1967, en los momentos de la revuelta de los estudiantes en Francia y del Mayo Francés, para finalizar nuevamente en 1983, donde todos vuelven a los personajes por los que los conocimos.
Quedarse con una sola línea argumental sería injusto para con la película y cada uno de sus milagrosos actores (sí, porque no hay otra forma de comentar las increíbles caracterizaciones y cambios de roles que juegan en las distintas escenas, a extremo tal que algunos se hacen irreconocibles), pero trataré de dar una semblanza rápida.
En la escena de 1983 se abre el salón de baile al ritmo apresurado de la célebre "J'attandrais" (que se convertirá en leiv-motive de la obra, junto con otro clásico francés: "Que reste t'il de nous amours") y van presentándose los personajes, los de las mujeres primero, quienes toman asiento a las diversas mesas que hay al borde de la pista, para entrar luego los hombres, en un desfile fellinesco ante el espejo. Ellos son los que eligen, y a los sones del tango "Celos" van sacando a bailar a las damas. En cada uno hay una historia para contar porque sucede algo en ese primer contacto hombre-mujer. Hacerlo acá sería innecesario, pero baste decir que sobresalen, además de los mencionados, la hermosamente expresiva Nani Noël, la rubia explosiva Chantal Capron, el gordo Ettiene Bouquet, el creador de todo Jean-Claude Penchenat y su mujer Genevive Ray-Penchenat y el morocho Aziz Arbia, probablemente argelino, así como Mónica Scattini en su perpétuo rol de la "corta de vista", que no consigue bailar con nadie.
En la segunda escena, la de 1936, se destaca la ronda de conjunto en el que bailan y se besan sobre un paño rojo, puesto que es el auge del comunismo. Entra en escena un noble y su esposa (Marc Berman y Genevive Ray-Penchenat), mientras el flaco Jean-Francois Perrier trata de acercársele a la bella y desenfadada Nani Noël. Todo lo que hace el rico le sale mal, desde caerse de la silla hasta las constantes pérdidas y roturas de sus monóculos. Entra en escena un gángster marsellés bajado de un barco, antiguo amante de Noël, ésta trata de recomponer su situación con él pero el primero se ve seducido por la esposa del noble, a quien saca bailar y consigue besarla. Ante la desesperada mirada del rico, quien intenta cortarse las venas, el marsellés lo salva y después de abofetear a Nani Noél, se va. Entra en escena un jerarca de un solo ojo que interrumpe la música, pero el zapateo de todos al unísono le indica que no puede interrumpir el baile.
Pasamos a la breve escena del refugio antiatómico y los dulces sones de violín producidos por la hermosa (es mi preferida) Dannielle Hubbard, ante la conocida canción "Parlame d'amore Mariú", con la cual cenan unos tallarines con su novio, el mozo (Francesco Da Rosa, adaptándose a cada época y envejeciendo con el salón). Luego la escena cambia y nos encontramos en plena guerra, donde dos esposas de soldados bailan solas y lloran sus penas (Nani Noël y Anita Picchiarini) ante los ojos de una vieja alcohólica y la encargada de los baños. Entra el oficial nazi con su advenedizo y trata de bailar con alguna mujer, pero todas se le resisten. Finalmente bailan los dos hombres entre sí, hasta que suenan las campanas de la liberación y el jerarca sale huyendo. La alegría es contagiosa en 1946, una vez terminada la guerra, en dónde todos bailan alrededor de la bandera francesa, hasta que llega el entregador y es rechazado por el conjunto. Se produce otro encuentro emotivo,un soldado que vuelve sin una pierna y se reencuentra con su esposa e hijo y se integra al baile con ella. Esta es la manera de demostrar y compartir sentimientos de la que hablaba más arriba, y me parece un precioso ejemplo, de cómo con una sola pierna y por medio del baile puede este hombre demostrar todo su amor a la mujer que lo esperó.
Llega la época del jazz, en 1955, y todos bailan al ritmo de "De buen humor", de Glenn Miller, lo cual produce caídas varias y atascamientos en los movimientos exagerados de los bailarines. Llegan dos soldados, que son incorporados al baile y con los que la "corta de vista" mirará fotografías. Hasta que sobresale una pareja: los imitadores de Ginger Rogers y Fred Astaire (Chantal Capron y Jean-Claude Penchenat) y bailan "Top Hat" iluminados por los reflectores, que los siguen hasta su incursión a los baños. Finalmente uno de los soldados (Aziz Arbia) se pone a tocar "La vie en rose" en solo de trompeta.
En 1965 imperan los ritmos sudamericanos como "El negro zumbón", "Brasil" y "El escondite de Hernando" mientras el negro sudamericano trata de integrarse y conseguir pareja de baile. Todas lo rechazan, salvo una. Pero entra el gordo con atuendo de matón yanquee y logra acorralarlo, hasta que lo conduce al baño de damas (toda una metáfora), donde lo viola y lo golpea ferozmente. Al mismo tiempo llegan dos "panteras negras" con la novia de uno de ellos y logran imponer por sobre la orquesta la música de Elvis Presley. Arman un despiporre bárbaro y terminan peleando con una silla y un cinturón, hasta que son vencidos por el "Only you" de Los Plateros. Entra un detective que se lleva preso al... negro, y todo termina allí.
En la breve escena del Mayo Francés, un grupo de jóvenes toman por asalto el salón vacío y a la luz de las linternas sintonizan en la radio la "Marsellesa". Ésta es interrumpida por "Michele", de los Beatles, como para introducir a estos, quienes produjeron la revolución en la música del siglo XX y se ponen a tocarla ellos y a bailar en parejas y a amarse en el suelo. Todo vuelve al 1983 y vemos a los personajes bailar música disco. El baile está terminando y ya hay quienes se sacan los sacos y se aflojan la corbata y hasta alguna que se saca la peluca. Casi no hay despedida, cada uno se va por donde vino, solo como cuando llegó.
Y así termina esta película monumental que merece erigirse entre lo mejor del cine, porque produce magia, emociones, una catarata de sentimientos adjunto a cada canción que resuena en nuestras memorias personales y un conglomerado de personajes que ya hemos hecho nuestros. Si pueden verla, no se la pierdan porque vale la pena con creces.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 6 de diciembre de 2018

Mi crítica de "Cae la Noche Tropical" (Teatro)

Anoche vi la que para mí fue la última gran obra del año, ya que la cartera porteña entra en receso durante diciembre. Se trata de "Cae la Noche Tropical", en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín. Se trata de una versión teatral de la última novela del argentino Manuel Puig, radicado en Brasil, y esta obra transcurre precisamente en Río de Janeiro y establece una conexión con Buenos Aires. Vamos a hablar un instante del inmenso trabajo de las dos actrices protagónicas y del director: Leonor Manso e Ingrid Pellicori en la actuación y Pablo Messiez en la dirección. La labor interpretativa es realmente superlativa, componiendo ambas actrices a dos ancianas de 80 y pico de años con una exactitud, un trabajo minucioso de mímesis admirable, que ronda en la perfección. A Leonor Manso ya le conocíamos este personaje zezeoso y apocado porque es similar al que desplegó en la miniserie "Farsantes" (emitida por canal 13), pero aún así es un lujo verla en escena con esta composición tan querible. Ingrid Pellicori sin duda sorprende aún más, por el hecho de ser más joven y porque su juego es inédito (aún accidentada, tuvo que trabajar en silla de ruedas y con una pierna enyesada, lo que le limitaba los movimientos). Las dos hacen las delicias de la platea con sus charlas y comentarios, siempre ocurrentes y disparatados, que evocan a la gracia. La tercer intérprete, Fernanda Orazi, resulta muy correcta y dueña de la situación, cuando le toca su parte. La dirección, impecable de Messiez, ahonda en los conflictos de estas dos viejitas y en sus manías y costumbres, como así en sus formas de hablar y de moverse de una manera eficaz y solvente, hay que prestarle mucha atención porque se revela como un director de alto vuelo. La adaptación de la novela fue obra del propio director en sintonía con Santiago Loza, toda una garantía en el buen decir y en la prolijidad teatral. En suma, un espectáculo digno de recomendar y de visión imperdible.
Otras amigas que la habían visto antes me habían advertido: "Te vas a reír tanto que te vas a descomponer". Yo me reí, es cierto, pero la obra no es el bili birloque que me adelantaban sino una reflexión profunda y sincera, por ratos risible, por ratos dramática, sobre los problemas y sinsabores de la vejez y de los amores no correspondidos (en la piel del personaje más joven). Nada que ver con, por ejemplo, la catarata de risas que provoca "Sin filtro". La pieza transcurre en Río de Janeiro, en donde vive Luci (Pellicori), hermana de Nidia (Manso), quien la visita en su casa, venida de la Argentina (Luci es una especie de exiliada en ese país, también proveniente de Buenos Aires) y disfrutan juntas del gozoso jardín lleno de macetas y flores multicolores. Pero la estancia de las dos hermanas sería muy aburrida sino tuvieran como tema de conversación la vida y obra de la vecina de arriba, Silvia (Orzai), psicoanalista también emigrada de la Argentina, ésta por una amenaza de la Triple A en tiempos de Isabel Perón. Se nota que la vida de las dos ancianas está muy vacía, ya que deben recurrir a todos los chismes referidos a la vecina para alegrar sus tardes, puntuadas con la constante referencia de Nidia a su marido e hijas muertos, recordándolos con profunda congoja, lo que sería unatragedia sino fuese porque por su repetición y obsesión con los muertos se transforma en material jocundo. Más allá de eso y de visitar contínuamente la heladera, Nidia no sabe hacer otra cosa que quejarse, sobre todo de todo lo que no le está permitido comer a causa de su alta presión. Luci es su marco de contención y de referencia. La vida de las dos ancianas se completa con un hijo que le quedó vivo, en Buenos Aires, por parte de Nidia, y dos hijos por la de Luci, uno que vive a unas cuadras y otro que por su trabajo, se ha instalado en Lucerna, Suiza, a dónde finalmente irá a vivir (y a morir) ella.
Los corrillos en torno a la vecina Silvia se versan en cuanto a sus amores, los presentes, con un brasileño de nombre Ferreira (sí, con "i" latina) y uno pasado con un mexicano llamado Avilés, cuya mirada, el nuevo le hizo recordar, de ahí el flechazo. Las dos viejitas tienen algo de Clarita y Rosarito, las dos inolvidables ancianas creadas por Núñez Cortés y Maronna, de Les Luthiers, sobre todo por su afición a la muerte y a los chismes. Pero siguiendo con Silvia, a sus 46 años y después de haberse formado como psicoanalista talentosa, no tiene su vida sentimental resuelta, y se aferra como tabla de salvación a ese Ferreira, calvo y panzón que la cautivó, por creerse a salvo en sus relaciones. Luci le cuenta a NIdia cómo inició el romance, cómo lo esperaba en su casa, en donde "se consumó el acto" -para regocijo de NIdia- y en su invitación a una isla paradisíaca en donde se celebraba un congreso de psicología ("Psicología de las Masas", cree Luci que se llamaba, algo de los comunistas...) en donde corrió ella con todos los gastos porque el tipo era un tirado de aquellos. Y en donde, ante sus propios ojos lo vio engañarla con una colega brasileña. Después de eso no volvió a verlo. Es por eso, que de tanto esperar que suene el teléfono y de haberlo puesto todo en la relación, hasta el punto de resultar absorbente y sofocante, Silvia intenta suicidarse tomando pastillas. Intento de suicidio que le sale mal y del que pronto logra reponerse.
Pero entretanto Luci viaja a Lucerna para encontrarse con su hijo y le escribe a Nidia, quien se queda cuidándole las plantas en Río, unas cartas muy sentidas, a las que ella responde con mensajes grabados en un viejo grabadorcito que le regaló Silvia. Pero quiere el hado que en la tierra suiza, Luci muera. Se lo comunica el hijo por carta a Silvia, con la prescripción de que no le diga nada a Nidia, quien sigue esperando y desconfiando de que su sobrino no le quiere pasar el teléfono con su hermana. Al final le dirán que el departamento está en alquiler, para obligarla que vuelva a su país, aún sin saber nada de la (mala)suerte que corrió su hermana. Aún así, y a pesar de que su hijo la reclama en la Argentina de la democracia, Nidia quiere alquilar el departamento de su hermana. Finalmente logran convencerla de que parta, y ya en Buenos Aires se convierte en una viejita oscura, sin vida, anclada en el pasado y rememorando los días del clima del Brasil... al que sin duda volverá...
La obra, como dije antes, está sembrada por momentos cómicos, sobre todo en los apuntes sobre la profesión de los psicólogos y en la vida sentimental de ésta en particular, y otros melancólicos, pero siempre acompañada por el buen gusto y la corrección en el decir y por la irrefrenable verborragia de las dos ancianas, quienes dan una lección de vida, ante todo, y de como afrontar las adversidades que nos tocan vivir. Una gran obra, a la que se le puede criticar su estática en los desplazamientos (casi todo el diálogo ocurre sentadas en unas sillas o alrededor de la mesa) (puede que eso tenga que ver con la inmovilidad de la enyesada Pellicori), pero las dos horas que dura el espectáculo se vuelven largas, aunque uno salga renovado de verla. La recomiendo ampliamente, corran a verla porque ya baja de cartel, y esta sí, definitivamente. Difícilmente estemos ante otro hecho teatral como este por mucho tiempo, así que aprovechen, además las entradas son económicas (un cuarto de lo que valen otros espectáculos). Para no dejar pasar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 29 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Compañía" (Teatro)


Teatrix recuperó la obra argentina "Compañía", último trabajo del gran Carlos Carella, acá acompañado por María Fiorentino y Linda Peretz, bajo la astuta mirada de Ismael Hasse. La obra pertenece al autor y psicoanalista Eduardo Rovner y puede considerársele una obra menor dentro de su producción: es muy lamentable que el "Negro" Carella haya terminado su obra artística con este exponente y no con, por ejemplo, "El patio de atrás", de Gorostiza, obra que realizara justamente antes que ésta, que resultaba de mayor valía dramática. En la obra de Rovner hay no pocas risas y un sentido reflexivo de naturalizar una propuesta de por sí ridícula o traída de los pelos.
Osvaldo (Carella) llega a su casa a las 11 de la noche, teniendo preocupada a su esposa Ana (Fiorentino) y le cuenta una gran historia. Que sintiéndose mal en el juzgado en donde trabaja, miró por la ventana y vio que afuera brillaba el sol. Se excusó y se fue a los bosques de Palermo a contemplar la flora. Allí una mujer le sonríe y lo saluda, a lo que él responde. Luego se le acerca a hablarle, empieza a tocarlo y terminan recorriendo los lagos tomados de la mano. Ante todo esto Ana va asombrándose de lo que oye, tomándolo como una "canita al aire" que se haya tirado su esposo. Pero la cosa no termina ahí. Después fueron a tomar un café y terminaron en un hotel. Ana no sale de su asombro ante la imperturbable inocencia con que su esposo le relata todo. Le pide por favor que pare y que si tuvo una aventura no se lo cuente a ella. Pero Osvaldo asegura que no fue una aventura, sino que esta mujer le hizo reaccionar ante un montón de cosas que llevaba dormidas muy adentro de sí. Ana le tira la ropa, un bolso y le pide que se vaya, pero al abrir la puerta para darle salida, ahí está esperando Magda (Peretz). Esta pasa y le explican a la ama de casa que lo que ella quiere es simple compañía, ya que se siente muy sola, y como Ana dice también estar sola, Osvaldo y Magda pensaronque sería bueno vivir los tres juntos bajo el mismo techo para acompañarse. Hasta acá el planteo central de la obra. Como se ve, algo muy desnaturalizado quiere pasar por normal, en el planteo de los dos tortolitos. 
Pero Ana reacciona con furia, tomando una de las agujas que utiliza para tejer los poullovers que luego vende, y amenaza con ella a la intrusa, que viene para quedarse en su casa. Entre Osvaldo y Magda consiguen acallarla atándola de pies y manos y vendándole la boca. A partir de allí el descontrol va a ser total y todo se va a ir de sus cauces. Magda la tutea y le dice que pueden ser grandes amigas y empieza a arreglarle el pelo, que según ella, tiene muy dañado. Es el cumpleaños de Magda, y Osvaldo ha comprado una torta para festejárselo entre los tres. En una escena muy erótica, Magda se pone a desentumecer la espalda de Ana Y Osvaldo a su vez la de Magda, quien termina gimiendo. Osvaldo escribe poesías en sus ratos libres y Magda le pide que improvise una, a lo que él accede, ella es bailarina y cantante de tango y también saca a relucir su oficio. Entre los dos bailan un tango, en el que unen a Ana -atada todavía- a compartir el baile. Finalmente la desatan bajo el compromiso de que no va a gritar. Pero Ana, una vez libre, se pone como una loba a defender su autonomía dentro de la casa y, si es posible, salvar su matrimonio del naufragio. Ataca con la aguja de tejer a  Magda y la hace revolcar por el suelo. Finalmente le pide que le cuente cómo estuvo su marido en la cama con ella. Entre balbuceos, Ana intenta que repitan en la alfombra lo que han consumado, pero con ella como tercero incluído. Empiezan a desvestirse, hasta que el juego desagradable es cortado por Osvaldo. El cual toma la decisión de abandonar la casa y la esposa para irse con Magda a vivir los últimos años que le quedan. Hace su bolso y se despide de Ana, quien, llorando, invita a Magda a festejar su cumpleaños ahí. En el último momento, y al verse perder a su esposo, ha entrado en la locura del juego demente y ha optado por vivir de a tres.
Esta es la anécdota de la obra. Se trata sin duda de una mirada que quiere borrar las hipocresías de una sociedad que vive sin decirse las cosas y que juega a que todo está bien. Pero lo hace desde lo imposible, desde un juego no sólo perverso sino antinatural. La mirada de Rovner como psicoanalista es lúcida sin duda, y plantea hasta dónde pueden llegar los márgenes de lo "normal" y en dónde comienza lo desmedido. La inocencia de los dos personajes al contar como natural su proyecto de acompañarse mutuamente compartiendo la esposa, hace más creíble el asunto, si bien lo presenta desde un marco desfasado, salvado por la -todavía- lúcida mirada de Ana. Pero en el último momento entra en el juego ella también.
El trabajo de Carella es conmovedor, trabaja desde una inocencia casi infantil, al traer su propuesta, y con candor cuenta sus aventuras; María Fiorentino está impecable en esa esposa arrastrada por la locura -y hacia la locura- de una propuesta inviable, que ve perder sus tantos años de matrimonio. Y Linda Peretz, todavía a medio desprenderse de la "Flaca Escopeta", realiza el trabajo más arriesgado de los tres. Es la extraña, la que trae el planteo, la novedad, la intrusa en una casa constituída, la "atorranta" que se quiere llevar al marido. Lo juega con mucha dulzura y desde una escala de igualdad.
La labor de Ismael Hasse también es meritoria, aprovecha cualquier menudencia para lograr una réplica cómica e integra a los tres personajes en su hálito de locura dentro de una escenografía que peca por su solidez y cordura, llena de fotos de niños -lo que concuerda con el candor de la parejita- y viejos recuerdos, preludiado por una máquina de tejer que es donde Ana realiza la labor que le da de comer.
En suma, una obra menor, pero importante, dentro de una producción -la de Eduardo Rovner- que no deja de perturbar y sorprender. Se puede ver con agrado y dura sólo una hora exacta.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).