Debió haber estado en un muy buen día Ettore Scola cuando se decidió a filmar "El Baile", basado en un espectáculo teatral de Jean-Claude Penchenat con el Theatre du Campagnol (los mismos que interpretan la película). Atreverse a hacer un film donde no se dice una sola palabra, confiándole todo el peso a la música y las poderosas imágenes; en un solo escenario, la sale de baile a través de los años, y, para colmo, un film "en episodios". Sí, no se pronuncia palabra alguna porque la soledad no necesita de palabras, y todos los personajes, en definitiva son solitarios, que se expresan, se comunican y se buscan a través del baile. Cada uno llega solo y todos se van solos, la única pareja que pudo haberse formado (la de los dos viejitos), enlazada a través de los años, se ve frustrada por un anillo de casado que él le muestra a ella. Es una película magnética, hiponótica, durante su hora y 47 minutos es imposible sacarle la vista de encima, son tantos los detalles en las composiciones de esos magníficos actores y actrices que no se puede contabilizarlos. Los personajes se repiten a través de los años, por ejemplo los ya mencionados (fabulosos Ettiene Guichard y Liliane Delval) son viejos en 1983 (que es donde transcurre la película), pero al trasladarnos a 1936 mágicamente aparecen como dos jóvenes novios enamorados, en 1965 serán el tercero en discordia entre el novio de ella y él, un joven viajero que la cautiva y baila con ella. El personaje del obsesivo (magnífico Marc Berman) se repetirá con el paso del tiempo siendo un noble al que todo le sale mal (incluso su propio suicidio) o un colaboracionista tanto en la época de la guerra, como en la entrada de los nazis (1940 y 1944, respectivamente), como en la época del jazz (1955). El actor que personifica al "flaco desgarbado" (expresivísimo Jean-Francois Perrier) es rechazado por las mujeres sucesivamente y termina convirtiéndose en un jerarca nazi, de acuerdo con su repulsión.
Las distintas épocas que trata son, sucesivamente y sin solución de continuidad, sólo separadas por una fotografía de conjunto que se toman como precedente: 1983, donde comienza todo, 1936, en pleno auge del comunismo en Francia, y filmada en un "cuasi" blanco y negro en donde se destaca sólo el color rojo; 1940, un pequeño flash de la época de la guerra, convertido el salón en un refugio para los bombardeos; 1944, año de plena guerra y 1946, cuando la contienda ha finalizado; 1955, en plena era del jazz y otra nueva guerra, 1965, la época de los ritmos sudamericanos y del nacimiento del rock; 1967, en los momentos de la revuelta de los estudiantes en Francia y del Mayo Francés, para finalizar nuevamente en 1983, donde todos vuelven a los personajes por los que los conocimos.
Quedarse con una sola línea argumental sería injusto para con la película y cada uno de sus milagrosos actores (sí, porque no hay otra forma de comentar las increíbles caracterizaciones y cambios de roles que juegan en las distintas escenas, a extremo tal que algunos se hacen irreconocibles), pero trataré de dar una semblanza rápida.
En la escena de 1983 se abre el salón de baile al ritmo apresurado de la célebre "J'attandrais" (que se convertirá en leiv-motive de la obra, junto con otro clásico francés: "Que reste t'il de nous amours") y van presentándose los personajes, los de las mujeres primero, quienes toman asiento a las diversas mesas que hay al borde de la pista, para entrar luego los hombres, en un desfile fellinesco ante el espejo. Ellos son los que eligen, y a los sones del tango "Celos" van sacando a bailar a las damas. En cada uno hay una historia para contar porque sucede algo en ese primer contacto hombre-mujer. Hacerlo acá sería innecesario, pero baste decir que sobresalen, además de los mencionados, la hermosamente expresiva Nani Noël, la rubia explosiva Chantal Capron, el gordo Ettiene Bouquet, el creador de todo Jean-Claude Penchenat y su mujer Genevive Ray-Penchenat y el morocho Aziz Arbia, probablemente argelino, así como Mónica Scattini en su perpétuo rol de la "corta de vista", que no consigue bailar con nadie.
En la segunda escena, la de 1936, se destaca la ronda de conjunto en el que bailan y se besan sobre un paño rojo, puesto que es el auge del comunismo. Entra en escena un noble y su esposa (Marc Berman y Genevive Ray-Penchenat), mientras el flaco Jean-Francois Perrier trata de acercársele a la bella y desenfadada Nani Noël. Todo lo que hace el rico le sale mal, desde caerse de la silla hasta las constantes pérdidas y roturas de sus monóculos. Entra en escena un gángster marsellés bajado de un barco, antiguo amante de Noël, ésta trata de recomponer su situación con él pero el primero se ve seducido por la esposa del noble, a quien saca bailar y consigue besarla. Ante la desesperada mirada del rico, quien intenta cortarse las venas, el marsellés lo salva y después de abofetear a Nani Noél, se va. Entra en escena un jerarca de un solo ojo que interrumpe la música, pero el zapateo de todos al unísono le indica que no puede interrumpir el baile.
Pasamos a la breve escena del refugio antiatómico y los dulces sones de violín producidos por la hermosa (es mi preferida) Dannielle Hubbard, ante la conocida canción "Parlame d'amore Mariú", con la cual cenan unos tallarines con su novio, el mozo (Francesco Da Rosa, adaptándose a cada época y envejeciendo con el salón). Luego la escena cambia y nos encontramos en plena guerra, donde dos esposas de soldados bailan solas y lloran sus penas (Nani Noël y Anita Picchiarini) ante los ojos de una vieja alcohólica y la encargada de los baños. Entra el oficial nazi con su advenedizo y trata de bailar con alguna mujer, pero todas se le resisten. Finalmente bailan los dos hombres entre sí, hasta que suenan las campanas de la liberación y el jerarca sale huyendo. La alegría es contagiosa en 1946, una vez terminada la guerra, en dónde todos bailan alrededor de la bandera francesa, hasta que llega el entregador y es rechazado por el conjunto. Se produce otro encuentro emotivo,un soldado que vuelve sin una pierna y se reencuentra con su esposa e hijo y se integra al baile con ella. Esta es la manera de demostrar y compartir sentimientos de la que hablaba más arriba, y me parece un precioso ejemplo, de cómo con una sola pierna y por medio del baile puede este hombre demostrar todo su amor a la mujer que lo esperó.
Llega la época del jazz, en 1955, y todos bailan al ritmo de "De buen humor", de Glenn Miller, lo cual produce caídas varias y atascamientos en los movimientos exagerados de los bailarines. Llegan dos soldados, que son incorporados al baile y con los que la "corta de vista" mirará fotografías. Hasta que sobresale una pareja: los imitadores de Ginger Rogers y Fred Astaire (Chantal Capron y Jean-Claude Penchenat) y bailan "Top Hat" iluminados por los reflectores, que los siguen hasta su incursión a los baños. Finalmente uno de los soldados (Aziz Arbia) se pone a tocar "La vie en rose" en solo de trompeta.
En 1965 imperan los ritmos sudamericanos como "El negro zumbón", "Brasil" y "El escondite de Hernando" mientras el negro sudamericano trata de integrarse y conseguir pareja de baile. Todas lo rechazan, salvo una. Pero entra el gordo con atuendo de matón yanquee y logra acorralarlo, hasta que lo conduce al baño de damas (toda una metáfora), donde lo viola y lo golpea ferozmente. Al mismo tiempo llegan dos "panteras negras" con la novia de uno de ellos y logran imponer por sobre la orquesta la música de Elvis Presley. Arman un despiporre bárbaro y terminan peleando con una silla y un cinturón, hasta que son vencidos por el "Only you" de Los Plateros. Entra un detective que se lleva preso al... negro, y todo termina allí.
En la breve escena del Mayo Francés, un grupo de jóvenes toman por asalto el salón vacío y a la luz de las linternas sintonizan en la radio la "Marsellesa". Ésta es interrumpida por "Michele", de los Beatles, como para introducir a estos, quienes produjeron la revolución en la música del siglo XX y se ponen a tocarla ellos y a bailar en parejas y a amarse en el suelo. Todo vuelve al 1983 y vemos a los personajes bailar música disco. El baile está terminando y ya hay quienes se sacan los sacos y se aflojan la corbata y hasta alguna que se saca la peluca. Casi no hay despedida, cada uno se va por donde vino, solo como cuando llegó.
Y así termina esta película monumental que merece erigirse entre lo mejor del cine, porque produce magia, emociones, una catarata de sentimientos adjunto a cada canción que resuena en nuestras memorias personales y un conglomerado de personajes que ya hemos hecho nuestros. Si pueden verla, no se la pierdan porque vale la pena con creces.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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