Esta vez, todo un acierto de Teatrix al estrenar esta comedia dramática (que de comedia tiene muy poco y más de drama), que se exhibió el año pasado en El Camarín de las Musas, con gran asistencia del público femenino, por lo que podemos ver, presumiblemente maestras jardineras o madres de niños en esa edad escolar. Lo del "rojo" del título hace alusión a la violencia desatada que afectará esta reunión de padres de un jardín de infantes o a la sangre derramada (metafóricamente), que llegará al río.
Los excelentes actores son seis (desgraciadamente no identificados con sus personajes respectivos) y conviene mencionarlos a todos: Victoria Hladilo (también autora del material y directora de la puesta), Carolina Marcovsky, Victoria Marroquín, Manuel Vignau, Julieta Petruchi y Axel Joswig. Los personajes son Sandra (una mala de película, madre de Eliseo), Gabriela (madre de Félix), Martín (padre de Valentina), María Inés (la maestra), Diego y Verónica (padres de Pedro).
Lo que empieza como una charla amable entre dos madres, Sandra y Gabriela, esta última, nueva en el grupo, pues su hijo acaba de ingresar, va a transformarse en una batalla sin cuartel entre la malvada y esbelta Sandra (bien enfundada en sus ajustados jeans y lista para seducir a todos los padres casados del jardín) y todo el resto, que se le opondrá con la determinación de una piedra de la isla de Pascua. Hay mucha tela para cortar en torno a los parlamentos que se desarrollan, pero conformémonos con saber que lo que empieza siendo una discusión acerca de los problemas de los chicos se trueca en una feroz contienda en torno de la problemática adulta. Así como Gabriela y Martín hacen alianza enseguida por conocerse del "secundario" (una mentira que ni ellos mismos se tragan), Diego y Sandra harán sus complicidades inmediatas por su parte. La mujer de este, Vero, sospecha lo que luego se verá confirmado, que su marido y la come hombres son amantes. Entre tanto despiplume, la maestra insiste en hablar por teléfono con Renata, la maestra titular del jardín y encomendarles a los padres tareas absurdas, como representar en una cartulina lo que sienten que sus hijos están viviendo en la institución o armar un regalo para ellos con los materiales extraños que les facilita. Todo sucede entre discusiones, votaciones, peleas y agresiones varias. Renata es esa voz ausente y omnipresente, que se entera de todo pero que, retrasada por un problema, no puede llegar, y en cambio, dicta órdenes. María Inés, como toda maestra reblandecida de jardín de infantes, trata a los adultos con la misma inferioridad que se dirige a sus párvulos, y les pone música para chicos para organizar sus tareas o les comenta "miren que los estaré espiando", ajena a todas las trifulcas y escenas de celos que se despliegan bajo sus propios ojos.
Sandra tiene una forma de hablar autoritaria, militar, rígida y totalmente acelerada, que vuelve complicado de ejecutar su papel, además de hacerse odiar desde la platea. Así se impone ante Gabriela, que ha llevado un regalo, un DVD sobre la comida sana para que los padres vean con sus hijos y tal vez le contagie su propia afección a la macrobiótica. La humilla, le hace que le reintegren el material por considerar poco ético que lo haya llevado para difundirlo entre ellos, y finalmente, la hace arrepentirse de cada uno de sus actos. Por su parte, Gabriela, que organiza partos en domicilios se ve interrumpida por un nacimiento que llega de improviso, pero es obligada a quedarse, contra su voluntad por Martín, que la amenaza con contar lo del certificado de salud de su hijo (al que presumiblemente sus padres no han querido vacunarlo). Así, mientras María Inés bloquea la puerta con su cuerpo evitando que Gabriela se vaya, esta se dedica a la infame tarea de armar un elefante con los implementos que la maestra les ha ofrecido, como obsequio para los niños. Y lo hace bien. Contra presión, pero involucrando toda su creatividad y su arte.
Sandra sostiene una lucha denodada con Vero ya que no le avisó que empezaba el taller de música para su hijo, y ésta lo asume como una ofensa personal, que luego se demuestra que es así, pero a lo que Sandra va a buscar de solucionar. Como ella ha hablado con el marido de Vero a sus espaldas sobre su hijo, se entabla la desconfianza en esta última y le reclama el celular a su marido, que éste se niega a darle. Allí estalla en una crisis de llanto que debe aplacar con una pastilla, por lo que Sandra despliega todas sus garras de arpía y le dice que por eso no quería que su hijo fuera al tallercito de música, porque ella es una loca. Vero sostiene que su hijo Pedrito no tiene amigos, y que todos lo segregan, y que llegado el momento de regalo recíproco (el que deben darse mutuamente entre dos amigos, tal la modalidad que se ha impuesto en este jardín) no tiene a nadie que le pida que le regale algo ni le dan a él.
También se somete a discusión y votación la fiesta de fin de año, si los niños van a armar una obrita con baile y canto o no... Martín está muy entusiasmado con eso ya que su hija Valentina sueña con cantar y hasta incluye en un solo a Pedrito, para que sea aceptado por sus demás compañeros. Pero la votación final, incluida María Inés y la ausente Renata, da saldo negativo. Como así la votación de si los padres tienen que ingresar a buscar a sus hijos a la sala o esperarlos en la calle como en cualquier escuela normal. Esto es impuesto por Sandra, quien sostiene que a los chicos van a buscarlos personas extrañas: padres, madres, abuelos... y empleadas (que pueden convertirse en un peligro para los demás niños), o sea que sostiene que no ingresen más a la salita. Por supuesto que esta votación resulta negativa para ella, pero secundada por Diego, que sigue todas sus votaciones religiosamente (como un acólito).
Los personajes están maravillosamente encarnados por este sexteto de actores extraordinarios, y dirigidos con mano eficaz por Victoria Hladilo, una escritora muy eficaz y astuta, tanto para concebir climas como para transmitir vínculos e ideas. Lógicamente, hay papeles más exigidos que otros, como en el caso de Sandra, Martín, María Inés o Vero, pero sin ir en detrimento de ninguno ya que todos están más que correctos.
Y el centro de la reunión cambia de manos, por momentos lo monopoliza Sandra hasta que es acumulado por Martín o por María Inés (infructuosamente). En fin, una comedia agridulce que nos permite reflexionar sobre las miserias humanas travestidas de problemas de niños. Para sentarse y reflexionar. Hace muy bien ver esta obra, la recomiendo enfáticamente.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Al parecer de mucha actualidad la temática abordada,gracias por el comentario.
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