Bueno, vamos terminando el año teatral y se van acabando las propuestas... Ayer fui a ver "Cuerpos Perfectos" y quiero decir que verdaderamente me sorprendió. Si yo me hubiese dejado llevar por la crítica de "La Nación", que le puso un "regular", me hubiera privado de una gratísima experiencia, por eso es que hay que tomar con pinzas las críticas de los medios, supuestamente "pagos". En primer lugar fui porque era una obra de Eve Ensler, quien me había deleitado con sus "Monólogos de la Vagina" (que la pacata Mirtha Legrand tituló como "Monólogos de la Vajilla", por no decir la incómoda palabra...), una obra audaz, humorística, dramática, pero sobre todo profunda, que revalorizaba el poder femenino y su derecho sobre su propio cuerpo. Esta parece ser una continuación de la anterior, ya que también se va a centrar en las experiencias de diversas mujeres (6) en la forma de monólogo sobre la relación con su cuerpo, sin obviar el aspecto sexual de cada una de ellas. Es todo un tema el vínculo de cada uno con su envase, porque casi nadie está satisfecho con el que le tocó ( o por sí mismo fabricó) y recurren a mil y un métodos para modificarlo. Pero ¿por qué no amigarse con uno mismo y aceptarse? ¿Por qué preferir uno sobre otro? se plantea la autora, que a estas alturas ya puedeconsiderarse una socióloga/antropóloga por su concienzuda investigación de la personalidad humana femenina y su relación con la sociedad.
Las actrices que lo llevan a cabo son cuatro (excelentes todas): Soledad Silveyra (quien asume la conducción, en la piel de la autora, la misma Eve Ensler), Andrea Frigerio, Laura Oliva y Florencia Raggi, en dos papeles cada una. Sobre el final, Eva, como se ha traducido Eve, nos cuenta un reportaje que hizo en África a una tal Lea, una mujer que cuida y alimenta chicas y a todo el que lo necesite. Ella le ofrece un trozo de pan, y Eva, preocupada por su silueta, lo rechaza. La misma Lea se lo explica: "Ah, cierto que usted viene de Europa, allí tienen de todo y puede darse el lujo de rechazar comida. Pero yo estoy agradecida a mi cuerpo, porque me da todo lo que necesito. ¿Qué estigma es ese de la belleza? Si me gusta un árbol, y también me gusta ese otro, ¿por qué odiar al primero porque es diferente? Todos somos arboles y todos somos distintos y debemos aceptarnos todos con nuestras diferencias". Esa es la lección más valiosa que aporta la obra después de haber asistido a regímenes, autoflagelaciones y operaciones varias para mantener la forma (una forma que atraiga al otro sexo, principalmente). Y agradecemos a Ensler su mirada tan lúcida y justa sobre la diversidad, que nos saca una pesada mochila y nos reconcilia con nosotros mismos. Yo, que sé lo que es ajustarse a una dieta por cuestiones de salud y soy enemigo de las cirugías reformadoras, las tinturas tapacanas y los gimnasios, agradecí que por un rato al menos, se me haya dado la razón y alguien compartiese su mirada conmigo.
Eva comienza hablando de sí misma. Que cuando era chica y le preguntaban qué quería ser de grande, ella contestaba "buena", porque creía que con eso le estaban abiertas todas las puertas de la aceptación. Luego comprendió que además de ser buena hay que ser inteligente, culta, divertida, mantener las piernas cerradas (aún durante el sexo), bajar la vista, rubia y sobre todo... ¡flaca! Y ahí reside su gran problema: no se lleva bien con su panza. Y por eso es que realiza diversos reportajes, para alivianar su culpa. La primera es Helen, una mujer ochentosa, súper flaca (Andrea Frigerio) que dirige la revista Vogue y habla de sus operaciones y sus dietas, con un toque de humor otoñal (más invernal que otoñal), y atiende diversos llamados por celular para provocar entrevistas o ajustar por photoshop la figura de la modelo de la tapa navideña de su revista. Un sketch que pasa sin pena ni gloria. Un poco más elevado el ángulo es el momento que le sigue, un instante entre humorístico y emotivo, a cargo de Carmen (Laura Oliva), una mujer que tiene problema con sus "rollos". Desde chica fue obsesionada por su madre que era gorda y fea, que tendría que ser inteligente para destacarse en la vida. De grande siguió padeciendo no ya obesidad pero sí rollos, que la hacían parecer al muñeco de Michelín, y era tema constante cuando tenía que desvestirse ante un hombre. Sólo que cuando su madre murió, tomó la bicicleta, empezó a nadar, se inscribió en un gimnasio... y sus rollos desaparecieron. Hasta darse cuenta que lo que llevaba en su cuerpo era a su propia madre, que nunca la había mirado con cariño ni con respeto y siempre la había rebajado a un muñeco de feria. Por eso no sintió ningún peso cuando ésta murió, simplemente un grito desgarrador que la acompañó en el auto o en la bicicleta. Un momento de congoja bien manejado por la ductilidad de Laura Oliva. Le sigue el recuerdo de Nina (Flor Raggi), una vieja amiga quien le relata que no tiene un cuerpo perfecto ni mucho menos. Que cuando era chica le gustaba jugar con los varones porque hacían cosas en las que intervenía la rudeza del cuerpo... hasta que empezó a transformarse y dos grandes bultos le crecieron en su chato pecho. Ahí empezó a sentirse mirada y codiciada por los hombres y a odiar sus pechos. Hasta que el novio de su madre, un intelectual y amante del jazz llamado Carlo (así, sin "s"), la espió por la rendija de su puerta mientras se desnudaba. Y allí descubrió que puede haber placer en la mirada inquisidora del otro sexo. Después de una noche de borrachera, Carlo se metió en su pieza y empezó a chuparle los pechos sin que ella pudiera o quisiera detenerlo, y descubrió que sus pechos podían ofrecerle también placer. Pero, cansada de ser un objeto sexual, se los operó y pudo dormir en paz.
El momento más gracioso de la noche (y el que cosechará aplausos) llega nuevamente de la mano de Frigerio, como una tilinga que se hizo un "rejuvenecimiento vaginal" en obsequio a los 60 años de su marido. Allí, el énfasis está puesto en la actuación que raya en lo sublime, de esa mujer patética, muy bien manejada por el diestro director Manuel González Gil y en un libreto auténticamente cómico y bien dosificado. Otro momento brillante llega en el diálogo que Eva mantiene con Dana, una tatuadora y realizadora de piercings, que tiene la cara llena de ellos y asume tenerlos por todo el cuerpo, pero que nada estimula tanto a los hombres (y a ella misma) como los fierritos incrustados en sus pezones, ante lo cual Eva rehuye aterrada. Y más aún, con los dos aros puestos en su clítoris puede tener a todos los hombres a sus pies. La cultura del metal en su forma más descarnada y descarada. Ensler mete otro golazo con este monólogo. Y el último hace decaer un poco el ritmo. Se trata de Dolores, una modelo brasileña que acaba de hacerse una lipoaspiración (la recibe en su cama de hospital) y reconoce que su cuerpo es un monumento de operaciones, con lo que consiguió a su marido, el mismo cirujano que la opera y se enamoró de su trabajo. Con altibajos transcurre este nuevo diálogo que dará fin a la galería de personajes.
Un final con las cuatro actrices, sin disfraces y reflexionando sobre el cuerpo femenino y sus aceptaciones, pone fin a la obra. Es una obra despareja, pero finalmente muy efectiva en su balance final, con plenos momentos de comicidad y otros de emoción, que salpimentan esta continuación de los "Monólogos..." La pieza no es larga, tan sólo una hora y cuarto y estuvo muy bien dirigida por ese gran remador de comedias que es González Gil y por cuatro talentosas actrices, no siempre lo suficientemente valoradas. Una experiencia para recomendar. Véanla, saldrán reconfortados después de amigarse con su propio envase...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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