viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Indecent" (Teatro-Broadway)


Teatrix tuvo la afortunada idea de importar esta obra grabada en Broadway en el 2017 y que explora nuevos aspectos del mundo judío: su relación con el teatro como forma de protesta del orden establecido, sus ansias de libertad, su lucha contra la censura, la venganza contra un Dios impiadoso y por último, una nueva y fresca mirada sobre el holocausto judío. Todo esto en un milagroso espectáculo que dura poco menos de dos horas, con cierta mirada humorística pero también dramática, y bajo la forma de un musical. ¿Que todo eso es imposible? Pasen y lean este comentario.
La obra cuenta con siete actores y tres músicos en escena permanentemente (violín-clarinete-acordeón) y comienza con el elenco dejando caer de sus mangas abundantes cenizas. Claro, al principio no lo comprendemos, pero cuando se vuelva a repetir la escena al final sabremos que esas cenizas es en lo que ellos se convertirán luego de haber pasado por los hornos crematorios del campo de concentración. Es imposible que al final de la representación los actores contengan las lágrimas, y nosotros también, luego de haber sido sacudidos por emociones tan fuertes como hace tiempo no vivía en una obra de teatro. Magnífica, por cierto, como son así de magníficos sus intérpretes, quienes realizan más de un papel cada uno, todos disímiles, todos cantan, bailan y actúan superlativamente bien, y es una lástima no conservar el nombre de ellos, aunque se trata de una compañía de origen judío. La obra pertenece a Paula Vogel y cuenta con la estupenda dirección de Rebecca Taichman, quien aprovecha cada detalle para potenciarlo al máximo y extraer de su elenco cada fibra de verosimilitud. La obra se representa en inglés y en idish, con proyecciones superpuestas de las traducciones en ambos idiomas. La excusa del argumento es el acto de censura cometido en Broadway en 1923 al ejecutar la obra del polaco Shalom Asch "Dios de la venganza", que contenía el primer beso lésbico dado en la historia del teatro norteamericano, después de venir de una exitosa gira europea donde no fue prohibida sino que se la aclamó con vítores.
Es que ese beso, más allá de comprometer fuertemente a sus actrices, representó el primer grito de libertad y de liberación ante una cultura (como la judía) fuertemente impregnada por la tradición y la represión de las pulsiones. Mientras en Europa todo el mundo hablaba del Dr. Freud, en un pequeño pueblito de Polonia, Asch escribía la que sería su primer obra. Y ese beso de la polémica, más allá de levantar polvareda y opiniones encontradas se convirtió en el emblema y el símbolo contra todo tipo de represión, ya sea racial, sexual, política o cultural ejercida sobre el pueblo judío en los terribles años que le sobrevendrían. Sería la bandera que esgrimirían en los guetos los intérpretes aficionados y su público ante un cerco de muerte que los iba oprimiendo.
La obra, como dijimos, sale de la pluma atrevida y desprejuiciada de Shalom Asch y es venerada por su esposa y leída en la reunión semanal de encuentro de literatos en la casa del señor Peretz. Inmediatamente es reprobada por todos, menos Leml, un abogado que pronto se sumará a la defensa de la obra y acabará como jefe de escena en la puesta. Pronto la obra sube a escena y narra la explotación por parte de un matrimonio de unas prostitutas que atienden en el sótano de su casa. Una de ellas, Manke, es fruto de su atención de su hija virgen, Rifkele y juntas se enamoran y viven una historia de amor sincero, mientras que el padre de la familia echa a su hija de la casa y destruye la Torá en un acto de rebeldía. El autor se defiende, ¿es que siempre tenemos que mostrar a los judíos como perfectos, no pueden tener sus debilidades y expresarse como seres de carne y hueso? ¿Por qué debemos aceptar mansamente los dictados de un dios cruel sin vengarnos de él? Esa será su carta de presentación en todas las ciudades donde se presente con éxito "Dios de la venganza". Son aplaudidos en toda Europa y pronto se preparan para su gira por los Estados Unidos. Está involucrado el gran actor Rudolf Shildkraut como el padre de la chica y Dorothée, la primera actriz y Reina, en el papel de la prostituta y la chica virginal, se enamoran de verdad gritando su certeza a quien quiera oírlas. Pero en el traslado a Norteamérica Reina no podrá ser parte ya que no puede aprender su inglés y decide renunciar, siendo reemplazada por una estudiante de universidad, novata en teatro, que se entrega con gran pasión a la escena del beso.
Recorren media Norteamérica con la obra sin ningún problema, y el autor es elogiado por el mismo Eugen O'Neil, pero al llegar a Broadway, su artífice debe cambiar algunas líneas de texto porque reciben amenazas de atentados, aunque el momento de amor entre las dos lesbianas se mantiene. Luego de la función, los actores y el director de escena -mas no el autor- son arrestados por la Liga Anti-Vicio de la policía y encarcelados por exhibiciones obscenas. A todo esto Asch ha recorrido Polonia y ha visto lo que el nazismo está haciendo y directamente no puede hablar, ante tanto horror, al regresar a Estados Unidos, ni a su esposa puede contarle lo que vio. De allí se desprende una consulta psiquiátrica ante tanto mutismo y depresión en donde intentan internarlo, pero él huye antes. Se recluye en su casa a escribir novelas, aunque sus seguidores le pidan más teatro, y manda una carta al juicio que se le hace a los actores defendiendo su obra, mas no a ellos. Se levantan protestas en todo el país por tamaña obscenidad ofrecida en un escenario y los rabinos alzan su voz de enjundio, uniéndose a los puritanos. Los actores son devueltos a Polonia, donde irán a parar a un campo de concentración. En los campos se ofrece la obra a cambio de un trozo de pan o una verdura, peroinexorablemente son conducidos a la muerte.  Dos veces los actores son atravesados por las palabras del texto en una proyección que lo ocupa todo: durante el juicio y en sus últimos minutos en el campo. Allí, en los campos de exterminio, Leml cierra los ojos e imagina que Manke y Rifkele salen de las filas y huyen al campo, bajo la lluvia en donde se amarán... pero el fin llega también para ellas. Es allí cuando los cuerpos de los actores se convierten en cenizas que caen de sus mangas en una admirable solución de puesta en escena.
Al final de tanto horror prevalece la escena de las dos jovencitas amándose bajo la lluvia -esta vez una lluvia de verdad, que moja sus cuerpos y sus camisones-, dichosas y gozosas de poder vivir su libertad. Debo decir que el elenco se entrega con total vitalidad a toda la obra y que los músicos interactúan con ellos durante todo el tiempo. A pesar de lo devastador del contenido hay mucho espacio para el humor y buena parte para canciones y bailes, todos dentro del rico folklore judío, cantadas en idish. La experiencia de ver esta obra es muy movilizante y produce un verdadero shock anímico, sobre todo en sus últimos momentos, que revalorizan toda la pieza y entendemos por qué es tan importante conservar la memoria activa de esa escena de amor entre las dos chicas. Es más que una escena erótica, es un grito desgarrado, amplificado, terrible, de libertad y de igualdad, que resuena en nuestros oídos hoy en día de una forma más que especial. Recomiendo con todas mis ganas que vean la obra sólo haciendo un click aquí, porque realmente lo merece. Viene en inglés, subtitulada.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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