martes, 27 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Madre Coraje" (Teatro)

"Madre Coraje", versión Muscari o cómo destrozar un potente Brecht en una hora y media... Fui a ver esta nueva puesta con toda mi ilusión, ya que si bien Muscari no es santo de mi devoción, había hecho un excelente trabajo con "La Casa de Bernarda Alba", de García Lorca, y eso me impulsaba a renovar mis expectativas. Pero ya desde el comienzo nos defraudó. Está bien, hay que reconocerlo, "Madre Coraje" es un texto muy angustiante y hasta agobiante, acá no hay momento para el aburrimiento. No se lo permite Muscari. Pero la música estridente, sumado a ese "cuerpo de baile" compuesto de seis chongos que hacen que bailan, con ajustados slips de cuero y trajes con tiras del mismo material que dejan ver toda su anatomía, resulta incómodo para una representación de este calibre. Y no irrumpen en escena una sola vez sino que lo hacen como en cuatro o cinco oportunidades (¿cuál se llevará a la cama Muscari? ¿o será uno distinto cada noche?). Los entendidos dicen que el sentido del baile es para producir el tan comentado "distanciamiento" brechtiano, puede ser, no te digo que no, pero acá suena algo anacrónico y disfuncional, con aire de pandilla nazi, tal vez para remarcar la omnipresencia de la guerra. "Madre Coraje" se desarrolla en la "Guerra de los Treinta Años" (1618-1648) entre católicos y protestantes. Brecht escribió la obra en 1939 para denunciar  el advenimiento del nazismo, que estaba en el aire. La Madre Coraje del título (excelente, como siempre, Claudia Lapacó) es una rica comerciante que va por los campos y ciudades con su carro lleno de mercancía, arreado por sus dos hijos, a falta de caballo para tirar de él. Hijo mayor (Esteban Pérez) e Hijo menor (Agustín Sullivan) son pronto enrolados en la milicia para ir a la guerra. Pero lo que destaca en la obra es la codicia comercial de esta mujer que antepone el dinero y su consecución a las crueldades de la guerra y celebra que mientras que haya contienda puede esquilmar a los pobres vendiéndoles sus artículos. Es lo único que le interesa. A sus hijos se suma la hija del medio, la Hija muda (encarnada por Iride Mockert), una hija que no puede hablar, pero no es tonta para entender, y si bien es bastante fea y va pintarrajeada grotescamente, no rechaza a los hombres sedientos de sexo cuando tratan de abusar de ella.
Pero la velocidad que imprime Muscari a toda la obra es casi abismal, no deja un momento para la reflexión ni para crear un clima donde experimentar sentimiento alguno. Todo es vértigo en esta puesta, repitiendo los actores sus textos como si fuera una competencia de ver quien es el que lo dice más rápido.  ¿Y qué necesidad tiene Muscari de llamar al Hijo menor "montonero", por el Sargento (Héctor Díaz), cuando es fusilado, y de decir que lo van a hacer "desaparecer", tal vez tirándolo al río desde un avión, un anacronismo puro? ¿Aggiornar la obra? No hace falta, es un clásico, los clásicos no se aggiornan. ¿Complicidad con el espectador? Eso puede ser. Para un espectador no amante del teatro y estúpidamente convencional. Como el uso del lunfardo, ¿era necesario?: "manyar", "mina", "laburo" y demás preciosidades que nos alejan de un texto de por sí potente. ¿Y la idea de vestir a Natalia Lobo, la puta, con ropas de vedette del Maipo en su esplendor? Incluso con pelucas de colores. Todo esto degrada un espectáculo que de haber caído en otras manos hubiese sido un digno ejemplo de teatro clásico.
La codicia de Madre Coraje es tal que no le hace mucho daño que sus tres hijos sean fusilados por el ejército, sólo se lamenta que ya no hay quien tire del carro. Por eso es que cuando llega la paz, su espíritu se ensombrece y hace vestir a la muda de negro, en señal de luto, porque sus aventuras comerciales van a decaer, ¿quién compra elementos supérfluos en tiempos de paz? Es así como, junto con la Cocinera (un gran trabajo de Silvina Bosco) se convierten en mendigas y llegan hasta las puertas de la mismísima iglesia que preside el predicador (Osvaldo Santoro, cómodo en su personaje), otro advenedizo que sabe aprovecharse de la guerra pero también de la paz para ascender en la escala de reconocimientos. Finalmente, tras recorrer miles de leguas tirando del carro durante la guerra, Madre Coraje se queda sin nada y pasa a vivir en la indigencia. Pero ¿necesita Muscari hacerle decir que vive entre una gran "grieta", haciendo referencia a la coyuntura argentina? O hacerle decir que mientras haya corrupción y jueces fraudulentos, hasta los inocentes pueden salir libres. Todo una gran agachada hacia los tiempos que corren y una crítica innecesaria al gobierno.
Finalmente, un espectáculo puramente comercial, con grandes músicas, poca escenografía, eso sí, pero gran desplazamiento físico en la acción de sus bailarines y en los cambios de vestuario que Lapacó hace con la velocidad que le imprime el texto. Sin ningún pasaje que pueda despertar empatía ni emoción alguna debido al vértigo con que ocurre todo, y la sensación de haber pasado una hora y media viendo... ¿qué? ¿Un clásico rejuvenecido? ¿Una mujer tirando de su carro sin problemas morales? ¿Algo que nos permita reflexionar sobre la unión de comercio y guerra? ¿sobre la fugacidad y la fragilidad de la existencia humana? No sé, realmente no tengo la respuesta. Sólo destacamos el trabajo de los intérpretes, que en mayor o menor medida hicieron un gran trabajo luchando contra sus fuerzas.
Si pueden, evítense un mal trago.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

1 comentario:

  1. ¡Gracias!...Estaba por sacar entradas por Internet y no pude, intenté con otras tarjetas y tampoco entonces decidí sacarlas telefónicamente, y cuando estaba por concretar se ligó la converzación ¿Sería que no la tenía que ver? Ahora que leí tu crítica y otra bastante cincidente con la tuya piendo que no fue cosualidad sino que algún duende que me porteje de cosas malas hizo de las suyas...jajjja...¡Gracias! (Voy a buscar otra obra)

    ResponderEliminar