Es loable la labor de Teatrix estrenando obras de autores nacionales con elencos vernáculos para vehículizar el teatro escrito en nuestra lengua, pero con "Rotos de Amor" no agrega nada a su archivo. Es una comedia que pretende mucho más de lo que expone, las intenciones son buena, las actuaciones impecables, pero no alcanza. La comedia no hace reír (pecado fundamental de cualquier cosa que se llame comedia) y llega a provocar aburrimiento y somnolencia. Los actores son expresionistas al máximo, dando lo mejor de sí y llegando a extremos de resultar desconocidos, como el caso de Osvaldo Laport o de Gustavo Garzón, más común resulta Víctor Laplace y un desperdicio en su papel nos parece el gran Pepe Soriano, que a sus casi 90 años (los cumplió este mes) le toque en suerte un papel de "Mudo", que se expresa durante la mayor parte de la obra por medio de sonidos guturales, para recuperar la voz poco antes de finalizar. Son, en su totalidad, visitadores médicos que se reúnen para contarse sus penas de amor y ayudarse entre todos a sobrellevarlas. La visión es pesimista, parece más una obra escrita por Dolina y su visión romántica del amor y no por Rafael Bruza, un autor del cual no tengo referencias. Quiere decirnos esta obra que más vale penar por un amor, sintiendo la desgracia en el corazón, que vivir una existencia dichosa y sin problemas, que vale la pena penar.
Rodríguez (Laport) es el primero en exponer su caso. Se acaba de separar de su mujer Helena, quien lo dejó por su profesor de tango y vive en el resto de la casa, dejándole a él la piecita del fondo. Tiene una perra bravía llamada Dalilah con quien jugará al equívoco de palabras llamando indiferentemente "perra" al animal y a su esposa. Todos los amigos van en su ayuda tratando de consolarlo y de hacerle más apacible la existencia. Berlanguita (Garzón) es el segundo en cuestión, representa a un hombre enamorado de un ideal, una mujer a la que ve pasar y construir su vida con esposo e hijos desde hace ocho años, llevándole flores y sin atreverse a cruzar la calle para hablarle y contarle su pasión. Él prefiere vivir con la esperanza de un amor posible que verlo concretado, siempre esperando... Parece el relato que hacía Alfredo (Philippe Noiret) a Totó en "Cinema Paradiso", aquel del joven enamorado que se declaraba a una muchacha de posición y que esta le pedía que la esperase parado debajo de su balcón durante cien noches, y que al día número cien, si cumplía su promesa sin fallar, ella sería suya. El muchacho la espera fielmente días y noches debajo del balcón soportando las inclemencias del tiempo o el sol radiante. Sufre, pero acepta con estoicismo todo lo que le sucede... y a la noche número noventa y nueve, levanta su silla y se va. Él comprendió que esperar a una joven de tan mal corazón no valía la pena, si bien quería cumplir con el sacrificio impuesto. Moraleja. Berlanguita soporta todo de Diana, que se case, que tenga hijos, pero no soportaría conocerla y que tuviese voz de pito o los dientes manchados. Es por eso que cuando él le regala las flores y ella se alegra porque el día anterior su marido la ha dejado e invita a su enamorado a pasar a tomar un café, éste la rechaza porque entiende que su misión en el dolor se ha terminado, y la cambia por una nueva ilusión, de nombre Raquel.
El caso de Artemio no deja de ser parecido al de sus compañeros. Víctor Laplace encarna este personaje y lo hace de forma más naturalista. Valeria, su amor, le pide que abandone el lecho nupcial por ser roncador. Y allí se distancia ella, presa de su insomnio, a lo que él trata de acercársele mediante flores, un poema de Rubén Darío o el bolero "Perdón", cantado con gracia por sus tres compañeros. Pero todo es inútil. Y el prefiere vivir en esa pesadilla de no tener dónde caerse muerto que subsistir en la dicha del amor normal. "Tres veces en cuatro años vio Alonso Quijano a Aldonza Lorenzo -narra Dolina en su "Balada del amor imposible"- pero ello le valió para vivir por ella y en ella. Sin esperar recompensa". Más patético es el caso de Alberto, el "Mudo" (Pepe Soriano) quien es traducido por Berlanguita, su exégeta. Hace quince años que murió su esposa Elisa, a quien ha llegado el momento de cremarla. Y él llora sin consuelo por los diez años de amor que vivió a su lado y sólo piensa en morir para estar junto a ella. Un capítulo de humor negro en que los tres compañeros deben rendir su homenaje a las cenizas de la difunta.
Rodríguez, que es el sindicalista de los visitadores médicos, propone un cambio de imagen con la alternativa de teñirse el pelo... Luego de elegir color, proceden a la experiencia y se muestran los cuatro con blondas pelucas al viento y creen haber curado sus males de amor con eso. Pero no, el azar los reúne en un balcón de un edificio alto del cual se están por arrojar al vacío. No pueden consolarse a vivir una vida sin pasión. Ya sabemos que es el deseo lo que mueve la vida de los hombres (genérico, hombres y mujeres) y lo que da sentido a la existencia, porque le proporciona el envión para seguir tirando de esta cuerda que es la vida, de seguir luchando para supervivir. Y sin deseo nadie quiere vivir. La mejor opción es el vacío (y no precisamente el corte de carne). Aunque canten "Rubias de New York" ante sus nuevos peinados.
"He cometido el peor de los pecados/ no fui feliz", escribiría el gran Borges, y es lo que buscan estos cuatro sujetos cuando van en busca de la droga que les haga olvidar el mal de amores que sufren y acabar de una vez por todas con su padecimiento. Y lo prueban. Pero los resultados son disímiles: a Berlanguita se le revela como una tristeza, un vacío, haber perdido el sentido de todo; a Rodríguez con cambios en su estado anímico que lo obligan a reírse sin control o llorar desmedidamente, al Mudo en ver corporizarse a su mujer, y en Artemio, previo ataque al corazón, en la felicidad total, una alegría completa de ver que sus penas de amor se han trocado por una visión optimista de la vida, por ver que existen miles de mujeres por conquistar, cielos, ríos, aire que respirar. Claro, esto no es bien visto por quienes todavía están padeciendo y lo rechazan, hasta que el Mudo habla... y le pide que se quede, con todas las letras. Pero en Artemio el brote de alegría le produce un efecto inverso, empezará a envidiar a sus amigos porque todavía tienen el corazón ocupado por la ilusión, la esperanza o la fe, y él no puede sufrir ya.
Con una cuota de esperanza termina esta obra, que, como dije antes tiene muy poco del verdadero humor -es increíble cómo la gente sigue eligiendo las malas palabras o la franca grosería para reír a carcajadas y estallar en aplausos- y se torna en pesadillesca en sus tramos finales. El público agradece y aplaude de pie a estos cuatro actores que pusieron lo mejor de sí durante una hora y cuarto y los han conducido por caminos que no esperaban frecuentar, aquel de la recompensa en la tristeza. Una pieza dirigida por Andrés Bazzalo que, sin embargo tiene buenas intenciones y esto es lo que tengo que rescatar de la puesta. Puesta minimalista si las hay, sólo con cuatro sillas y algún que otro aditamento, pero a escenario vacío. Buena para pasar el rato (si no se duermen). Y recuerden que pueden verla haciendo click aquí arriba.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Una decepción, a la vuelta del teatro una obra aburruda, carente de argumento; mas cercana a una improvusacion teatral; actores de gran trayectoria desaprovechados ; dificil comprender como se prestaron a presentar esta puesta. SALUDOS
ResponderEliminar