Por fin pude ver esta puesta de "Cabaret" que honra a la ciudad de Buenos Aires. No habiendo visto ninguna de las anteriores (me quedé con ganas de ver la de Karina K y Alejandro Paker, que debe haber sido inmejorable), es una grata sorpresa para mí encontrarme con esta obra original con libro de Joe Masteroff y música de John Kander y letras de Fred Ebb, que llevara al cine en 1972 el inolvidable Bob Fosse con Liza Minelli, Michael York y Joel Grey. Acá nos encontramos con una nueva versión, esta vez de la mano de Florencia Peña y Mike Amigorena (excelentes, ambos) y la dirección artística de Alberto Negrín con la dirección de actores de Claudio Tolcachir, quien ya había debutado en su dirección de musicales con "Sunset Bulevard". Pero estamos frente a la inmensa e imperecedera "Cabaret", estamos en Berlín, en 1931, y el cabaret donde transcurre la pieza, el Kit Kat Club es esa vidriera donde se puede percibir la llegada del nazismo al mundo contemporáneo. Igual que en "El huevo de la serpiente", aquel magistral film de Bergman en donde, por los experimentos realizados en humanos se podía respirar la venida del Mal, acá, este cabaret es el "huevo de serpiente" que permite ver cómo arriba el antisemitismo y sus consecuencias. Porque en el "Kit Kat Club" todo es alegría, desenfado y promiscuidad pero a través del personaje de Clifford Bradshaw (Juan Guilera) ese escritor norteamericano, novelista frustrado que encuentra el amor en una turbia cantante del cabaret, la inglesa Sally Bowles (Florencia Peña) es que tomamos la real dimensión de todo el horror que se avecina. Clifford llega a Berlín y enseguida se hace amigo de un alemán, Ernst Ludwig (Rodrigo Pedreira), que va a ser la piedra de choque que represente todo el odio del Fhürer. Pronto será su alumno de inglés, y más tarde, cuando ya el romance con Sally esté consolidado, y se necesite dinero para sobrevivir, lo contratará para contrabando en París. Mientras tanto todo es alegría en el cabaret, y allí podemos asistir a los números musicales más conocidos a través del cine y coreografiados por Fossey ideleblemente: el "Bienvenidos", aquel inolvidable "Mein Herr" de Sally Bowlea (acá sin sillas), el inconfundible "Two Ladies" o el grato "Money, Money". También pasarán "Que no se entere mamá", "Quizá esta vez" en la voz inconfundible de Florencia Peña, una trabajadora del musical ya memorable. O la exquisita "Y qué" en la voz de Graciela Pal, como Fraulein Schneider, la dueña de la pensión donde para Bradshaw. La señora Schneider tiene un inquilino muy amable, mayor igual que ella, frutero, quien siempre le está regalando alguna fruta de estación, con quien pronto inicia un romance (otoñal), Herr Schultz (Enrique Cragnolino), excelentes ambos también, y pronto vendrá la intimación de casorio.
Pero hay un detalle (pequeño), el señor Schultz es judío. Y en la fiesta de antelación del casamiento, Herr Ludwig se lo hace notar, de modo intimidatorio y con un brazalete de la SS en su manga. Para prevenir lo que se avecina, y que fraulen Schneider ve claramente, ya que no es ninguna tonta, rechaza el matrimonio entre ese hombre de buenos modales y sentimientos y ella, mujer sola y necesitada de compañía, porque no quiere atar su vida a la de un judío. Allí, en la recepción de la boda, su también inquilina, la promiscua fraulein Kost (Alejandra Perlusky) entona aquel himno que hace erizar los cabellos y poner la piel de gallina "Mañana me toca a mí", que comienza como el canto de un niño y va tomando énfasis hasta convertirse en una marcha militar trágica con todos los ribetes del nazismo. Ese es el signo decisivo que hace tomar a todos (menos a Sally) conciencia de lo que se viene.
Emecé, el personaje de Mike Amigorena, es el maestro de ceremonias de este cabaret, papel ideal para cualquier actor cantante que quiera sacar lustre. Y este es el mayor lucimiento que Amigorena ha tenido en su carrera, parece un papel ideado exclusivamente para él. Es tanta su entrega que se adueña por completo del alma y la figura de ese Emecé, tan ambiguo como demencial, que de presentador acabará como un refugiado más de campo de concentración. La plasticidad de Amigorena en sus movimientos hace que parezca de goma, y es el lucimiento mayor y mejor de toda la obra (a Peña ya la conocíamos de tantos musicales así que no es sorpresa alguna, si bien su desempeño es perfecto), pero al no ser actor de musicales exclusivamente, Amigorena resulta la gran revelación. Florencia Peña, por su parte, constituye otro eje fundamental para esta puesta, ya que su Sally Bowles adquiere trascendencia dentro de los papeles trágicos del musical. Acostumbrada a la mala vida, encuentra su amor en Bradshaw y su esperanza de redención al quedar embarazada, aunque a ciencia cierta no puede saber quien es el padre de la criatura. Y su novio le hace jurar que tendrán al bebé. Pero cuando es despedida del cabaret y debe pasar a vivir con él, todo se precipita, cuando éste, decepcionado de su amigo Ludwig por conocer de cerca las ideas de Hitler (Bradshaw se interesa por la política y acaba de leer "Mi lucha") y presumirlo como la encarnación del Mal, renuncia al contrabando de mercancía que éste le ofrece en el exterior para sobrevivir. Decide huir de Berlín junto a Sally, pero ella, es reclutada nuevamente para cantar en el cabaret, y no ve la realidad tan clara como su pareja y opta por quedarse. Bradshaw quiere huir a toda costa, y la noche anterior a hacerlo, recibe una brutal paliza por dos de los matones de Ludwig. Herr Schultz se despide también, se va a otra parte de Alemania, convencido que un cambio de gobierno no es tan dramático como lo pintan y que todo volverá a su cauce normal. Sally vuelve de abortar a su bebé, y ha dejado su tapado en la casa del médico como paga. Llega tambaleante y llorosa, y su gran oficio la hace enfrentarse a la canción final, ese emblemático "Cabaret" ("vengan al cabaret, la vida es un cabaret") que tanto cantó Liza Minelli, con toda la garra y las fuerzas necesarias para levantar al público en una ovación general. Florencia Peña está cubierta de tatuajes, y no hace nada por disimularlos, sino que los exhibe desenfadada e impunemente, orgullosa de ellos. El cuerpo de la actriz, a pesar de sus operaciones, sigue apareciendo abundante y voluptuoso, y es una perfecta encarnación de lo que Sally Bowles debe ser: una chica sobre todo carnal y exuberante, así que la elección es perfecta.
La orquesta de jazz suena exacta, y es conducida con pericia por Gerardo Gardelín, sonando muy bien, así como el diseño de iluminación de Mariano Demaría y el vestuario siempre correcto de Renata Schusseim. La coreografía es de Gustavo Wons, un gran seguidor de Fosse y el ejemplo más acabado que tenemos de su arte acá en la Argentina (todavía recuerdo con placer y emoción su espectáculo "El gran final", dedicado a Fossey), y es más que adecuada a lo que genera el espíritu de una nueva puesta en escena de "Cabaret". Y para el diseño de escenografía y sala de Alberto Negrín no puedo sino dejarle mi mejor aplauso, ya que han transformado el teatro "Liceo" en un gran cabaret, con sus mesitas dispuestas para el show, su acondicionamiento de la sala para que todo nos retrotraiga a ese Berlín de principios de los 30, con su lujo y sordidez al mismo tiempo. Es extraordinario lo que se ve en el espacio de la sala.
En resumen, es un gran espectáculo "Cabaret", si bien pienso que sus precios son un poco altos para el momento económico que estamos pasando, lo cierto es que el teatro se llena cada noche y estaba hasta el tope. Pues ¡bienvenida sea esta nueva puesta de "Cabaret" y que finalice con el mismo éxito con que comenzó! El que no la haya visto todavía no tiene más que salir corriendo y pedirse una entrada. Para no perdérselo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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