"National Pastime" es una comedia musical estrenada en los Estados Unidos y luego adaptada por el teatro mexicano, con letras y músicas de Albert Tapper y un moderado libreto de Tony Sportiello, que en realidad no es más que lo que su título enuncia: un "pasatiempo nacional". La mediocre calidad de esta obra sin ninguna sustancia más que la de pasar un rato, se ve de lejos, y si bien tiene un buen elenco mexicano no logra emparejar el nivel de calidad con otras propuestas del mismo género. Las risas son endebles, algo que representa el pecado máximo que pueda cometer una pretendida comedia; la música es buena pero no logra imponer ningún tema con el que salir bailando del teatro (o de la pantalla); las letras no exudan originalidad ni poesía, en fin, que se queda a mitad camino de todo cuanto se puede pretender de un buen musical.
La idea de importar esta obra ha sido de Teatrix, que viene de editar éxitos notables entre sus novedades, y en esta ocasión parece haber equivocado de rumbo, por complacer al teatro mezcalita. La acción transcurre en Iowa en el año 1933, más exactamente en una radio denominada la WZBQ con un equipo profesional tan absurdo como ineficiente, con dos cronistas, Lawrence y Martin, un administrador, Barry, una telefonista absurda, Betty Loo, una secretaria gordinflona enamorada de Lawrence, Mary y una recién llegada, hija del fundador de la radio, quien la abandonara de niña y nunca se ocupó de ella, Karen Slow. La radio está hundiéndose y para reflotarla, la arribada tiene la idea de inventar un equipo de baseball apócrifo que se convertirá en ídolo de multitudes al ganar todos sus combates, los Coogars de Baker City. Estamos en pleno período de la depresión norteamericana por la caída de la Bolsa, y todo parece ir de mal en peor, el público norteamericano está aburrido y desesperanzado y necesita de nuevos incentivos, es por eso que la llegada de un nuevo equipo de baseball puede levantarle el alicaído ánimo. Y la idea es fenómena. Todo funciona a las mil maravillas con el nuevo invento. La audiencia aumenta, los llamados se extienden por todo el país, la moral americana se insufla de nuevas energías... sólo que hay que alimentar la mentira.
Y para eso se recurre a dos gángsters que en el pasado fueron ayudados por Karen a limpiar sus culpas; Joe y Vinny, dos tipos tan rudos como simpáticos, que se harán pasar por jugadores del equipo cuando sean necesarias las entrevistas. Mientras tanto las tres chicas de los anuncios corean los mismos con voces simpáticas y entradoras, Betty Loo sueña con estar en Hollywood y Lawrence tiene serias dificultades para conquistar a su amada Mary, sobre todo por su inagotable timidez y por la presencia casi omnisciente de una madre con quien vive y que se cuela en todas las citas. Martin, a la vez es un inepto que no sabe nada de baseball y debe aprenderlo todo desde la base, cometiendo, ambos, los más garrafales errores al transmitir los partidos. Mientras tanto el jefe de la radio, Barry, vivirá un intenso romance con Karen, con quien deshojan juntos chalas de choclo para calmar los nervios. Todo va viento en popa en ese idilio hasta que él decida decirle a ella que su padre dijo, quien la conocía bien desde las sombras, que ella renunciaría en la primera de cambio. Ahí Karen se decepciona de Barry y decide retirarse del negocio, fiel a su estilo de gran "dejadora" de puestos. Pero los Coogars siguen ganando y son todo un éxito, y como dijera Mirtha Legrand, no se debe abandonar un éxito, así que cuando él llegue con un álbum de recuerdos que el padre de Karen ha juntado toda la vida para ella, y además un anillo de casamiento, ella debe replanteárselo todo.
Se suma a los enredos que Joe, el mafioso contratado para hacerse pasar por beisbolista,enamore a Mary pasando por "sobre el cadáver" de Lawrence y su madre. Al combo se suma un reportero de la revista "Life" que ha llegado para enamorar a Betty Loo, y de paso, conseguir un reportaje con los Coogars de Baker City.
Pero el reportero no viene solo, sino que lo hace de la mano de un influyente petrolero de la zona de Minessota y vienen dispuestos a conseguir su entrevista. Todo va bien hasta que el despechado Lawrence, al ser prepoteado por Joe, decide "matar" al Joe jugador de los Coogars, el bateador estrella, y todo el país llora por él. Esto, lejos de romper el romance del público con su ídolo, hace arder los teléfonos de la radio en busca de noticias y consuelo. Pero claro, ahora se han quedado sin representante del equipo, y por lo tanto sin nota para los periodistas. Joe se vuelve a su ciudad natal dejando en reserva a Mary, quien retorna en brazos de Lawrence, quien de una vez por todas va a dejar a su madre. El desenlace no se hace esperar, hay que decirle la verdad al notero de "Life" y al petrolero, pero ¿cómo, sin develar la mentira? Entre los reporteros de la radio se disfrazan para hacerse pasar por una liga internacional de centros de baseball para dar la noticia de que no pueden presentarse, pero son descubiertos enseguida. Entonces deciden revelar la verdad: los Coogars no existen, pero ¿no lo difundirá el petrolero? Junto con el periodista de "Life" reconocen que lo mejor es mantener el orgullo patriótico en alto y preservar el nombre de su equipo para la nación entera aunque estos no existan. Y lo convencen. Todo resuelto. Lawrence y Mary se arreglan, Barry y Karen se casan, Betty Loo se va a Hollywood y todos felices. Se ha terminado la farsa y con ella la comedia.
Ha sido una experiencia de casi dos horas y media, que transcurre rápido, si tiene algo a favor es que es llevadera, pero nos preguntamos sobre los mecanismos de los musicales. ¿Vale cualquier idea (léase excusa) para hacer un musical de éxito (no así de calidad)? ¿Es cuestión de poner unas cuantas canciones con musiquita pegadiza para que funcione? ¿Hay que convocar grandes equipos sobre el escenario para hacerlo más atractivo? ¿Es suficiente con todo esto? Y yo contestaría que no. Que además hay que tener algo que decir, una esencia que transmitir, sin por ello caer en el horrible simplismo de que todo debe tener una "moraleja" (lo que se lleva a patadas con el hecho artístico). No todo es canto y baile para ser exitoso. Digamos que este musical tiene la virtud de estar muy aceitado y no encontrar "ruidos" en su puesta, y que no recurren al cambio de escenografías lo cual ya es todo un acierto. Sumado a ello que las melodías de ragtime o de jazz que forman su disco duro son bastante atractivas. Es una suma, acá falta el elemento que trascienda la anécdota, lo cual lo hace muy pobre en estructura y sólo consigue "divertir" (verbo que significa "alejar de lo importante"), lo que le resta puntos a la propuesta. Pero en fin, los mexicanos se la arreglan bastante bien para poner en escena este musical yanqui de segunda línea.
Habrá a quien le guste. Recuerden que pueden verlo haciendo click en el "Ver obra" que figura acá arriba. Hay para todos los gustos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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