Recién llego a mi visión de "El Cuento de las Comadrejas", varios meses después de su estreno en cines pero es que ahora logro bajarla de internet. Y debo decir que disfruté en grande de esta película del genial Juan José Campanella, con un ritmo perfecto, actuaciones magistrales y diálogos de antología. Todo en este film, basado en "Los muchachos de antes no usaban arsénico" de José Martínez Suárez, esta construido con un motivo, nada está dejado al azar. Así, la construcción de un guión aceitadísimo y con varias vueltas de tuerca finales, colabora para que su visión sea expectante y disfrutable. No menor es el mérito de la dirección, que otorga imágenes elaboradas y sugerentes, por no hablar de otras de una construcción astuta (el travelling hacia atrás que atraviesa la ventana, en el final, es una de ellas), la superposición de Mara en el fílmico, joven con esa cara de ella misma de vieja, hablando al unísono es otra proeza, así como la sobreimpresión de Mara en el espacio para luego desaparecer le dan el carácter de fantasmagórico que sugiere su presencia, y como estas está plagado de escenas sugerentes e ingeniosas. El maquillaje de los actores, que los envejece impiadosamente es otro logro como así la ambientación en esa vieja y señorial casona da todo el ámbito barroco y siniestro de la narración. Por no decir que la obra toda está plagada de diálogos ingeniosos, mordaces y de un sutil humor negro que hacen de esta película una obra maestra de comedia negra (con perdón de la redundancia).
Mara Ordáz (Graciela Borges, nunca mejor) es una gran actriz venida a menos (a vieja) que aún vive en la memoria de los cinéfilos argentinos, y que ha sido una de las dos actrices extranjeras capaces de llevarse el Oscar por su actuación (la otra fue Sofía Loren, en la ficción, claro). Vive en una mansión señorial bien acorde con su estilo ampuloso junto a su marido, Pedro de Córdova (Luis Brandoni) y con los maridos de sus fallecidas hermana y mejor amiga, Martín (Marcos Mundstock) y Norberto (Oscar Martínez) guionista y director de sus películas, respectivamente. Su marido fue en otros tiempos un gran actor quien también supo acompañarla, aunque ahora se dedica a la pintura y la escultura, desde su silla de ruedas, impedido por un accidente que casi les cuesta la vida a él y a Mara. Los tres viejos son bastante macabros y disfrutan con su personal sentido del humor torturando a esa vieja actriz cazando ratas o comadrejas, según el caso y con su filoso arsenal de frases construidas para la ocasión. Así disfrutan de sus días, alejados del mundo, desde que Martín cambiara su profesión de guionista por la de documentalista, comprometiéndose fuertemente con los reclamos sociales, lo que hizo que la dictadura lo agregara a sus listas negras. Norberto, en adhesión con su amigo también dejó de trabajar.
Hasta que un día llegan a la casa, extraviados, una pareja, Francisco (Nicolás Francella) y Bárbara (Clara Lago), quienes dicen reconocer a Mara y haberla admirado desde siempre. Paulatinamente van infiltrándose en la vida de este extraño cuarteto hasta lograr seducirla (Francisco) e invitarla a comer a restaurantes carísimos. Sólo para convencerla de que debe vender la casa y mudarse con su marido a un lugar en el centro, desde donde pueda volver a actuar, ya que el séptimo arte la reclama. Claro, hay que deshacerse de los otros dos... Y nada más apropiado que un geriátrico. Como esa heroína de "El ocaso de una vida", Norma Desmond, Mara Ordaz, se deja conquistar por el joven galán y sueña con cambiar su destino de vieja retirada y volver a brillar. Incluso él llega a proponer que se divorcie de su marido. Todo es perfecto para el engaño. La camarera del restaurante demuestra su devoción por Mara y dice conocer todas sus películas, pero cuando ésta va al toilete, se demuestra la farsa y la complicidad con Francisco: son sólo actores que están desempeñando un papel para despojar a la vieja actriz de todo lo que tiene. Ordáz sigue convencida que todo marcha viento en popa y firma un contrato con el farsante que la compromete a vender su casa. Aunque ella cree estar sólo ella a nombre de la casa, cuando, buscando la escritura, descubre que la comparte con Pedro, su marido.
A partir de allí la batalla que se entabla entre los dos viejos echados de la casa en venta y los nuevos intermediarios de los compradores, será a muerte, creándole miles de infortunios a éstos como asustarlos mediante un partido de pool que Martín deja aventajar a Bárbara para ganarle en el último tiro y dándole una lección muy clara y concisa de cómo se debe observar al rival, o metiendo una tarántula en el tubo de la escritura para que pique a Bárbara.
Mientras se citan diálogos autorreferenciales al oficio del cine, por parte de los entendidos, y se realizan maniobras desde el guión y la dirección que dejan ver la pericia imaginativa de Campanella para autoparodiarse, Francisco sigue haciendo de galán, hasta que, en una de las visitas al restaurante, Mara descubre a la camarera (fulgurante mi novia Luz Cipriota) mintiéndole acerca de sus películas, con lo que se da cuenta que todo es un gran engaño. Entre llanto y desesperación increpa a Francisco el haberse burlado de ella y renuncia a la venta de la mansión... pero el certificado ya está firmado, y para desarticularlo debe pagar una suma que ella no está en condiciones de afrontar. Así es como se hace a la idea de vender un brazalete muy costoso, regalo de uno de los actores que trabajaron con ella, una conquista que hizo palidecer al mismo Pedro, quien siempre se sintió celoso de dicho actor. Pero el obsequio fue enterrado con una de las esposas de los viejos, y ésta, permanece dentro de una de las estatuas que adornan el lujoso jardín. En una noche tormentosa deciden rescatarlo, entre los tres viejos y serruchar la mano de la difunta. Por fin logran hacerse del brazalete y este es entregado. Norberto visita a Bárbara en el complejo de oficinas que regentea, y allí se da cuenta de que ella también ha estado estudiándolos, sus filmografías, como así la de Mara. A pesar de un intento de seducción por parte de la estafadora, Norberto sale airoso y planea la venganza.
Y los tres inofensivos viejitos de aire siniestro y actitudes despectivas llevarán a cabo la más retorcida de las revanchas, que incluye la preparación de un veneno, armas, simulaciones, papeles estudiados, falsas actuaciones y muertes igualmente equívocas. Todo está listo para la gran fiesta actoral. No es mi deseo revelar acá cual va a ser el final de esta farsa, pero les advierto que será grandiosa y de gran efecto salvador para aquellos que parecían condenados al fracaso más absoluto...
Para qué hablar de las actuaciones del cuarteto que lleva la voz cantante, a Graciela Borges, que nunca fue santo de mi devoción, se la ve espléndida, en el rol de esa vieja estrella acabada pero no por eso menos vigorosa, su talento en este film es inconmensurable. Luis Brandoni demuestra con sus ojos todo el amor y la veneración que siente por su esposa, así como su deterioro físico de paralítico no permite otra demostración que esa. Oscar Martínez demuestra que siempre fue un actor brillante que no le teme a los desafíos y está perfecto en esas miradas siniestras y en el manejo admirable de la voz. Y Marcos Mundstock realiza su canto del cisne, antes de que ese maldito tumor cerebral lo alejara de los escenarios, demostrando que está a la altura de sus compañeros, en un rol de difícil y compleja composición. Francella y Lago se demuestran solventes junto a ese cuarteto de glorias nacionales y componen a dos estafadores tan odiables como queribles.
Y nuevamente Campanella se lleva los laureles, comprobando que es uno de los mejores directores argentinos vivos que jamás haya dado el cine nacional. Todo un film para el regocijo y para el placer. Y para varias (o muchas) risas cómplices, junto a este terceto de asesinos sin mácula, que es mejor no cruzarse...
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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