La Sinfonía N° 1 de Gustav Mahler, "Titán", desde mi reproductor de CD, viene en mi ayuda para escribir esta crónica. Mientras disfruto de sus acordes trato de hilvanar mis sensaciones de la película recientemente estrenada. Convengamos, para empezar, que "Judy" no es una gran película, es más de lo mismo, sólo que cuenta con una actuación memorable de Renée Zelweger como Judy Garland, lo que le hizo valer el Oscar como Mejor Actriz. La mímesis que logra con la otrora gran actriz y estrella de la canción es un trabajo minucioso y casi perfecto, que la ubica entre las tantas (y tantas) imitaciones de personajes famosos que nos hacen creer en la "gran actuación" de sus intérpretes cuando es nada más que una copia de algo ya preexistente. Pero, bueno, no vamos a criticarla, el trabajo que se toma de copiar a la Garland es impresionante (comenzando con una utilización de sus hombros, como Renée misma aclaró), aunque esté plagada de mohínes que son auténticos de la Zelweger y que vemos película tras película. Claro, acá tiene el plus de que además canta, imitando la voz de la superestrella, algo que no es nuevo pues ya lo había hecho y con bastante éxito en la premiada "Chicago". Las películas de "ascenso y caída" ya son un género más en Hollywood (incluso la Garland filmó una versión de "Nace una estrella", junto a James Mason), pero en esta podríamos pensar más vale que se trata de "caída y más caída", ya que desde el inicio vemos a Judy en sus peores momentos. Pensar que fue una mujer tan bella y talentosa, con esa voz increíble, que lo perdió todo por dejarse arrastrar por el alcohol y las drogas; una vez más vemos como Holllywood es esa máquina de crear y triturar ídolos.
Hay una gran semejanza entre esta vida de biopic y otra como fue la de Edith Piaf (también llevada al cine hace algunos años, con más fortuna que ésta): ambas murieron jóvenes, después de una carrera brillante en la canción, lograron la fama internacional y el reconocimiento, la riqueza, ambas destruidas por la droga, ambas casadas a fin de sus vidas con un hombre mucho más joven que ellas, que en el caso de Piaf fue un amor verdadero que se suicidó cuando terminó de pagar las deudas que ella había dejado; en el de Garland, un inepto que sólo le trajo más problemas. Pero ambas conocieron el amor joven al final de sus existencias. Todavía recuerdo aquel video que grabara Judy junto a Barbra Streissand y a su hija Liza Minelli cantando juntas una canción, y que yo tenía grabado en VHS y que perdí, pero si lo buscan podrán encontrarlo en youtube. Porque Judy compartió su esplendor con el surgimiento del talento de su hija, fruto de su casamiento con Vincente Minelli, quien la llevara de la mano a tantos sucesos cinematográficos. Este film está basado libremente en la obra teatral "Al final del arcoiris", de Peter Quilter, el cual yo vi hace unos años en la cartelera porteña magníficamente interpretado por una delgadísima Karina K, acompañada por Antonio Grimau. De la obra de teatro queda poco y nada ya que esta es una versión muy, muy libre. De todas formas, parece inexplicable que aquella Dorothy, la niña que nos enamoró a todos en "El Mago de Oz" cantando con vos prístina "Sobre el arcoiris", muriera a los 47 años, en plena juventud, arrastrada por el infierno de los tranquilizantes y la cocaína. Ya de niña, cuando filmaba a las órdenes de Louis B. Mayer, se la obligaba a tomar una pastilla como alimento, en lugar de probar una hamburguesa o un trozo de su torta de cumpleaños, los cuales le estaban vedados para conservar su silueta... y ya de grande las pastillas siguieron siendo sus fieles compañeras. Aunque, a pesar de consumirlas, no pudiera conciliar el sueño ni una noche, como queda bien descrito en la película.
El film comienza cuando ella va deambulando con sus hijos menores, Joey y Lorna (Liza ya había crecido), fruto de su matrimonio con Sid (Rufus Sewell), luego de ser echada de su hotel por no pagar su estadía. Termina llevándolos a casa de su padre, donde se quedarán mientras ella emprenda su gira "triunfal" por Londres, y permanecerán con el padre mucho tiempo después de quererlo ella. Todavía en Los Ángeles, conoce a Mickey Deans (Finn Wittrick), un joven, mucho más joven que ella, a quien cautivará. Y será recíproco, cuando éste aparezca a visitarla en Londres continuará su romance y no dudará en pedirle que se case con ella. Pero falta mucho todavía. En la capital inglesa será tratada como una reina al llegar al hotel y se le dispensará la mejor suite. Allí es recibida por Rosalyn (Jessie Buckley), quien será su representante/anfitriona/consejera/enfermera en el tiempo que lleve en la ciudad inglesa. Es la encargada de sacarla de las borracheras antes de empezar un show, de vestirla, maquillarla, darle ánimos y empujarla al escenario para que haga su rutina. Claro que la encargada de estropearlo todo será la propia Judy, sobre todo cuando insulte a un espectador que le increpe por su retraso al subir a escena, será respondida por un público que le arroje cosas a la cara debiendo interrumpir su show.
En Londres es contratada por Bernard Defont (el gran Michael Gambon), como tabla de salvación cuando en Estados Unidos ya nadie da un centavo por ella. Y esta responderá a la gracia, encerrándose en el baño a beber hasta emborracharse como una cuba, a faltar a sus citas, a llegar tarde, a decepcionar a quienes pagan una velada para ver a la diosa en su declinación.
Sólo una pareja de homosexuales la esperará después de un concierto para decirle cuánto la aman, y ella, viéndose sola y abandonada sin público que la reclame, los invitará a cenar con ella. Recorren toda la ciudad buscando un restaurante abierto pero no lo hallan, terminando en casa de ambos, donde apenas saben cocinar y estropean la comida, debiendo tomar ella la sartén por el mango y salvando ese omelette que no supo llegar a término. Allí, mientras uno de ellos se queda dormido en el sillón (ni para sus fans más especiales resulta un acontecimiento tener a Judy Garland de visita en su casa), el otro la acompaña al piano y se deshace en lágrimas por no haber podido verla nunca junto a su amor por haber estado en prisión por gay. Luego será el tiempo del romance de ella con Mickey, recién llegado a Londres, con quien por una vez en la vida se siente a verdadero gusto. Él le promete negocios e inversiones que luego resultarán un fracaso porque ella misma es su peor enemiga: con sus constantes desplantes a su público, ya nadie quiere invertir en ella. De todos modos asistimos a algunos de sus shows en la capital londinense, en dónde cantará canciones como "Por mi cuenta", "The Trotley song", "Por una vez en la vida" o "Voy a amarte", cantadas todas con la solvencia de una Renée Zelweger cantante tan brillante como buena actriz (su discurso de ganadora del Oscar fue un poco ñoño). Lo que no se puede reprochar a Judy Garland era que tenía solvencia escénica, de pasar de una borrachera o de estar dormida por somníferos, hacía un despliegue de maestría en el escenario que sólo los grandes pueden tenerla. Y cantaba muy bien, aún en sus últimos momentos (morirá seis meses después de su gira por Londres). Pero es en uno de esos shows cuando tenga el desplante hacia los espectadores y provoque el rechazo generalizado. Aún así, una vez cancelado el contrato, visitará por última vez el show para ver a la orquesta desde fuera, pero se anima a salir a escena (después de todo el escenario era su hogar) y entonará su canto del cisme: "Over the rainbow", a media voz, con genuina emoción, quebrándosele el aliento al cantar y no pudiendo terminar su canción. La pareja de homosexuales, que estaban en el concierto, tomarán la voz cantante y empezarán a corear ese himno, al que se le unirán todos los demás espectadores, creando un ambiente de ensueño para su despedida de la ciudad que la cobijó. Y así termina esta película, que como dije, pudo haber dado más, no llega al aburrimiento, pero eso salvado por la hipnótica interpretación de la Zelweger, que como vimos en sus películas anteriores, logra sacar a flote cualquier bodrio (vean sino "El diario de Bridget Jones" y después me cuentan). Se deja ver...
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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