lunes, 3 de febrero de 2020

Mi crítica de "Trío en Mi Bemol" (Teatro)


Tengo la profunda alegría de haber visto por Teatrix este texto del director cinematográfico Eric Rohmer titulado "Trío en Mi Bemol", haciendo referencia a la pieza compuesta por Mozart, con dos actores jóvenes sorprendentes como son Francisco González Gil y Delfina Valente. Y digo sorprendentes porque se mueven con tal facilidad dentro de un lenguaje cifrado en complicidades, en una amistad que proviene del amor que no fue, en un amor solapado que alumbra cada uno de sus actos y sus encuentros, que no puede más que asombrar. Una profunda tristeza recorre todo el entramado para él (sí, porque los personajes carecen de nombres, son Él y Ella), resabio de un amor que se quebró bruscamente por parte de ella y que en él dejó profundas raíces y ve como esa pasión ya no puede volver a ser. Debe conformarse con ser su mejor amigo, confidente, sostén, apoyo en las buenas y en las malas y piedra basal con que comparar cada nueva relación. Y ella logra despegar y hacer su vida nuevamente con otros jóvenes (son muy jóvenes los dos, apenas veintipico de años), primero con Paco, un amor que no trasciende ni dura, un completo desastre, y más tarde con Lucas, editor musical de rock, todo lo contrario a nuestro protagonista que es compositor y ejecutante de música clásica. Es por eso que de entrada Lucas (un ser con nombre propio, todo lo contrario de el anónimo "él") se va a convertir en el enemigo número uno para el muchacho. Lucas es pedante, superficial, mujeriego, seductor, inteligente y logra conquistarla a Ella, quien al poco tiempo de conocerlo se va a vivir con él. Serán muchos los sapos que deba tragarse el empático y neurótico protagonista, porque a cada paso que avanza la relación de su ex novia con Lucas la ve alejarse un poco más de él. Y ella, al ser la confidente y amiga, no duda en contarle todo. Debemos admirar la pureza de lenguaje, claridad de las expresiones, buena dicción de ambos y la belleza de ellos dos, que, como todos los personajes rohmerianos, suelen alumbrar sus relatos. Son presencias luminosas, cada cual para el otro, haciéndole más diáfano el camino a recorrer porque saben que allí un ser lo alumbrará, con su inteligencia, su sensibilidad, su ternura, su brazo amigo, su calidez de sentimientos y su buena predisposición. Hay una alegría natural en ella, mientras que en el rostro de él se dibuja la sonrisa triste de quien se sabe haber quedado fuera del juego muy tempranamente.
Pero lo que los separó fue justamente el carácter maniático de él y las ganas de independencia de ella, además de una discordancia entre la música que cada uno elegía escuchar, ella afecta al rock y él a los clásicos. Pero hay una melodía que los une, que pueden expresar de forma física en el cuerpo, que les provoca una gran alegría, y es -después de muchos intentos de recordarla, fallidos, hasta que ella logra silbarla- el trío en mi bemol de Mozart, una melodía que le provocara la primera gran alegría musical a él y que la deslumbrara a ella cada vez que la oía en su casa, la casa compartida. Y es por eso que el frustrado galán le compra el CD para el cumpleaños a ella, una fiesta a la que no asiste, pero que le manda el regalo por un amigo en común, disimulado bajo la apariencia de un pañuelo para el cuello. Él esperará infructuosamente durante toda la obra que ella le agradezca el obsequio y le diga cuánto le gustó, cumplido que no llegará nunca pues el disco se extravió por circunstancias que no vamos a explicar acá.
Y será esperando esa confirmación que él deje transcurrir el tiempo angustiosamente sintiéndose rechazado por ella. Hay mucho amor entre los dos, lo que los lleva a los abrazos y besos compartidos, que, sin llegar a ser nunca de carácter erótico o pasional, son de una infinita ternura y compromiso afectivo por parte de ambos. Llega un momento, sí, en que estén a punto de besarse, pero ella rehusará esa circunstancia. Y con el cariño llegan las revelaciones, las salidas juntos, como cuando ella le pide que la lleve a un concierto de piano para acercarse a la música que le gusta a él, en su afán por compartir y compartirse mejor. Otra de las salidas la realizan al teatro a ver "Cuentos de invierno" y "Sueño de una noche de verano", las obras shakespeareanas, con quien puede compartirlas porque al menos conoce los gustos de él y no los de su pareja Lucas, un ser enigmático y cerrado en sí mismo. Los gustos de nuestro héroe son pocos pero definidos: Mozart, Bach, Beethoven, Rimbaud, Dovstoievski, el nombrado Shakespeare. Tal vez compartan más de lo que se imaginaban cuando estaban juntos... Y llegan también revelaciones en el plano emocional, como cuando ella le dice que ama poner sus manos entre las suyas o cuando él le acaricia el pelo, porque encuentra ternura en él, ternura que nunca encontró ni encontrará en Lucas a quien sin embargo ama. Aunque sepa que ese amor a la corta o a la larga se acabará, porque su novio no es el ser confiable que necesita. A todo esto a Él, no se le conocen amores, parece que continúa casto y virgen esperándola a Ella, para ese reencuentro que tal vez jamás se vuelva a producir. Porque el amor es como un rayo, no cae nunca en el mismo lugar dos veces, y fulmina y deslumbra igual que un rayo, eso es lo que nos deja entrever Rohmer en su bellísimo texto.
El amor y la ternura no pueden encontrarse en la misma persona, es lo que postula la chica, como tampoco se dio la pasión con Lucas, parece ser que las relaciones humanas son más misteriosas que diáfanas, más frágiles que duraderas y más variables que una pluma al viento, diría Verdi. Un año es lo que duró la unión de él con ella, y un año es lo que va durando la de ella con Lucas. Pero de repente todo se desmorona. Ella pega un portazo y se va, luego de una violenta discusión en la que se dicen de todo. ¿Y adónde va ella a a buscar refugio sino a los brazos de él? Y aparece justamente con el disco que nunca llegó a sus manos y que compró especialmente para regalarle a su amigo. Al ponerlo se produce la gran revelación y con ella, la confesión de partes de que esa era la acción que él estaba esperando de ella. Afortunadamente el final nos trae un gran respiro para todos con el apasionado beso entre ambos y la posibilidad de un nuevo comienzo.
Una obra magistral, con toda la sensibilidad y la verborragia del gran Eric Rohmer, llevada a buen puerto por una pareja actoral de primera y con la atenta dirección de Ana Lascano, un trabajo cuidado y elaborado en las mínimas miradas y gestos, en la ternura y el amor a borbotones que nos deja con ganas de más, quedamos encandilados con ese futuro que no vemos pero que podemos intuir... ¿qué pasará entre ellos dos? ¿Cómo se dará la relación? ¿Cuántas alegrías y frustraciones compartirán? ¿Cuánto tiempo durarán? ¿Será para toda la vida? Dudas, sólo incertidumbres que nos planteamos por la eficacia de una trama que supo llevarnos de la mano hasta sus últimas consecuencias. Es un gran placer ver este "Trío en Mi Bemol". Además, Francisco González Gil es un buen músico que ejecuta sobre un órgano piezas clásicas.
Y pueden ver la obra haciendo click en el link de "Ver Obra". Que la disfruten.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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