Ayer, en una cálida noche de esta primavera invernal fuimos, mi gripe y yo a ver la tan esperada obra de mis amigos Marina Munilla y Gerard Grillea "La furia del volcán", basada en la tempestuosa relación de Ingrid Bergman con el director Roberto Rossellini. Ambos son los autores del texto de la obra, Marina la protagoniza y Gerard la dirige. Además Marina se encargó del coach actoral.
Sin entrar en la hondura metafísica de los espejos de Borges, podemos decir que la obra toda es un gran juego de espejos: una actriz que personifica a otra actriz y que además en un momento nos encontramos en pleno paroxismo: una actriz actuando que representa a otra actriz actuando (cuando se narra los episodios de la filmación de "Strómboli"). Y Marina, que a la sazón viene a ser hija de mi directora de teatro Elsa Orrea (se me podrá preguntar ¿a la sazón de qué? -¿...?-) es consciente de su gran capacidad actoral y de lo que ella es capaz, y sabe ponerse en la piel de la cuarta actriz más famosa de Hollywood y llevarlo a buen puerto. La obra que presencié es una pieza inteligente, bien escrita por estos dos chicos (perdónenme, pero para mí son dos jóvenes), con un gran trabajo de investigación sobre la vida de la Bergman así como de Rossellini, con un buen material cinematográfico que se proyecta sobre la pared del fondo, y sobre todo es una obra dinámica. Y acá se nota la mano del director, que supo saltar del texto escrito al texto representado, dotándolo de una fuerza y una energía inhabitual. La obra muestra a Ingrid en su esplendor tras recibir su primer Oscar por "Luz de Gas" (1944), de George Cuckor (y no por "Intermezzo", como se muestra en la obra, película por la cual también estuvo nominada), hasta verla caer en el deterioro físico y mental que la llevarían a la ruptura con Rossellini, en el 57, y viéndola recibir su segundo Oscar por "Anastasia" (1956), de Anatole Litvak. Bergman recibiría su tercer Oscar en 1974 como Actriz de Reparto en "Asesinato en el Expreso de Oriente", de Sidney Lumet, habiéndolo perdido en 1978 por un trabajo mucho más comprometido en la excelente "Sonata Otoñal" dirigida por el otro gran Bergman (Ingmar).
Ingrid Bergman murió el día de su cumpleaños N° 67 por un cáncer de mama, pero a lo que acá asistimos es al período que va desde los años 1944 a 1957, años de apogeo con un gran amor prohibido y mal visto por la gente de la época, el genial director de cine italiano Roberto Rossellini. Ingrid deja a su marido Peter Landström (Roberto Mauri) y a su hija Pía, de tan sólo 7 años (Azul Badino Buono) ya que después de asistir al estreno de "Roma, Ciudad Abierta" (1945) de Rossellini, se da cuenta que este autor hace el tipo de cine que ella está buscando, algo más cercano a lo vivencial, a las cualidades humanas más profundas, que no supo encontrar ni siquiera en el cine de otro maestro: Alfred HItchcock, para quien filmó tres películas "Cuéntame tu vida" (1945), "Notorius" (1946) y la fallida "Bajo el signo de Capricornio" (1949).
Lo cierto es que nunca se vio una Ingrid Bergman tan sensual y hermosa como esta que reencarna en Marina Munilla, ni se la amó y odió tanto a la vez.
"Soy más mi verdadero yo cuando actúo que en la vida real", cofiesa Ingrid ante un reportaje con la chismógrafa televisiva de la época Hedda Hooper (Sandra Candore), y eso se demuestra en un cuidadoso trabajo de Marina y el director Gerard Grillea, que la hacen sentarse, posar, caminar, abrazar, besar y desenvolverse como representando un papel, con expresión teatral, el papel de su propia vida. Es muy sabia la elección de Marina para este papel, ya que lo da todo de sí, desde el llanto más desgarrado, hasta sus risas de enamorada, pasando por el barranco del abuso del tabaco y del alcohol. Y creo estar en lo cierto cuando ubico su actuación entre las tres mejores que ví este año, junto con Marilú Marini ("Todas las canciones de amor") y la de Paula Rasenberg ("Nerium Park"). Es un gran tour de force de dos horas donde permanece en escena todo el tiempo (salvo para cambiar de vestido) que exige mucho de ella y la pone en el olimpo de mis actirces/amores: Julieta Díaz, Érica Rivas y Juliana Ruíz (espero que no se enoje Gerard)...
Un párrafo aparte merece otro amigo mío en el elenco, Jorge Federici, con quien trabajamos juntos en "Los árboles mueren de pie". Él hace tres papeles, el de un pescador sin letra, el del cura de "Strómboli" y el del Juez en el divorcio de Ingrid con Peter, que si bien son papeles pequeños, demuestra la gran calidad actoral que él tiene, dejando en claro la frase de que "no hay papeles chicos, sino actores chicos". Jorge logra bordar sus papeles con la delicadez del orfebre y lo hace acreedor a otro aplauso.
Lo que podría criticarse de la obra es su gran extensión (2 hs.) que ya resultaba medio incómoda (no sé si era la obra o los asientos). Supongo que los chicos deben haberse encontrado con gran cantidad de información durante su investigación, y quisieron volcarla toda en la pieza. Pero sobreabunda la información, y unos buenos recortes no le hubiesen venido del todo mal, hay que dejar parte para la imaginación del público. Esto es así ya que por momentos se nota algo dispersa la atención y pierde dinamismo la propuesta inicial que es ya de por sí muy interesante.
Otra cosa que hay que apuntar es el desparejo nivel de interpretación. Si bien Marina, Sandra Candore , Manuel Crespo (Rossellini), Federici y Paula Resuk (Irene Dominic, el ama de llaves) son muy solventes, el resto cae en la apatía y en lo transitado.
Pero fuera de estos dos comentarios, la obra merece todo mi entusiasmo por recomendarla y decir "¡Vayan!", está en NoAvestruz (Humbolt 1857), en Palermo y es digna de verse por la temática, la dirección y la actuación más que sublime de Marina Munilla, una gran promesa, que también es cantante y bailarina. Gracias por la función que me ofrecieron.
Y gracias también a los que me leyeron hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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