Ayer pude ver por segunda vez la excelente y oscarizada (tuvo el Oscar a la Mejor Película 2010 y a Colin Firth como Mejor Actor) película del joven Tom Hooper "El Discurso del Rey". Tom Hooper es un joven de tan sólo 44 años que ya filmó esta en el 2010, la adaptación del musical "Los Miserables" (discutida) en el 2012 y "La Chica Danesa" (también discutida, incluso en este blog), en el 2015. Como vemos, no ha perdido el tiempo con chiquitajes. Yo pienso que toda buena película es una película de suspenso (aunque lo contrario no sea cierto), ya que un film debe despertar ese grado de interés en el "qué pasará" como para que nos tenga en vilo hasta el final. Además, como analizaba Hitchcock en la magistral "Hitchcock/Truffaut" (también analizada en este blog recientemente), el suspenso no debe asociarse siempre con cosas siniestras, sino que bastaba el plano fijo de una simple telefonista para despertar el suspense.
Acá lo que trata el suspenso es si un rey tartamudo podrá o no leer por radio su discurso de entrada en la guerra del 39 sin balbucear. De eso y sólo de eso trata la película. Aunque esté tamizada de algunas intrigas palaciegas, como la supuesta vida disoluta del Príncipe de Gales y su incapacidad para asumir el reinado, no hay mucho más que eso. El rey empieza como príncipe, es el Duque de York, de Inglaterra, estamos en 1925 y es el hermano menor del nombrado Príncipe de Gales. Está casado con Elizabeth (Helena Bonham-Carter), su fiel esposa y debe leer un breve discurso por radio y con su tartamudez provocará la burla y la mofa de la plebeyada general. Consulta miles de especialistas para solucionar su problema pero ninguno consigue dar en la tecla con el asunto. Hasta que, siguiendo unas indicaciones llega a un número de la Haley Street y desemboca en un gran cuarto descascarado, humedecido y con un sólo sillón como mobiliario. Es el humilde departamento de Lionel Logue, un especialista en el estudio de la fonética. El personaje está genialmente abordado por otro premio Oscar, Geoffrey Rush ("Shine"-1996), que se merecía algún premio por su excelsa pronunciación y su buen uso de la voz.
Al principio son rispideces las que manejan al Duque en su relación con alguien que prefiere llamarlo "Bertie" (ya que su nombre es Albert) y que a él lo llamen Lionel, derribando las barreras entre reyes y plebeyos, para acrecentar su confianza entre ellos. Albert puede mantener una conversación de corrido (con alguna dificultad), pero su gran traba consiste en leer un texto. Lionel, que trabajó con los soldados en la guerra en Australia y llegó a vencer sus neurosis de guerra y sus trabas en el habla, tiene más de psicoanalista que de fonoaudiólogo y se interne a bucear en el incosciente de Bertie y en sus recuerdos de niño. Por supuesto que él se resiste a todo esto. A esta altura estamos en 1934 y Albert tiene dos preciosas niñas y dos preciosos perros. En esta primera entrevista, Lionel le hace leer un texto mientras con unos auriculares escucha música a todo volumen, sin poder oír su propia voz y lo graba en un disco. El Duque se siente ultrajado por este experimento y decide irse para no volver más. Pero pasado un tiempo, en su casa, decide escuchar la grabación, que el Dr. le ha regalado y descubre que ha leído el texto perfectamente. Ergo, que cuando su cerebro está ocupado en otra cosa, su trauma desaparece.
Albert vuelve a la consulta con la cola entre las piernas, dispuesto a ponerse en manos indiscutidamente de tal eminencia. A partir de ahí son muchos los ejercicios que le hace hacer (algunos rayanos en el ridículo, que un Duque no puede permitirse). A un tiempo su padre, el Rey George V de Inglaterra muere y en un "acting" de llantos por su heredero, el Príncipe de Gales, descubrimos que él no llora por la muerte de su padre sino porque piensa casarse con una mujer dos veces divorciada, Wallis Simpson, y la corona no admite ese tipo de relaciones. Asume como Rey y lo mantiene un tiempo en secreto, pero las fiestas y las recepciones son cada vez más asiduas y su hermano le reprocha la vida disoluta que lleva. Entonces decide renunciar a la Corona. El Duque de York sufre de la misma impotencia que sufría el Cardenal de la genial "Habemus Papam", de Nanni Moretti, una imposibilidad de afrontar tan elevado cargo y de sentirse muy inferior (agravado por su tartamudez). Pero los ejercicios con el Dr. Logue avanzan viento en popa, y pronto se verá curado de su mal.
Llega el momento de asumir el trono en la Catedral de Westminster y pide permiso a las autoridades eclesiásticas para ubicar en el palco principal a su médico, quién lo ayudará con la jura. Todo sale bien. El 12 de diciembre de 1936 asume el nuevo George VI de Inglaterra. Pero deberá afrontar una prueba más. Está por estallar la guerra con Alemania (por ahí anda Churchill dando consejos, perfectamente encarnado por ese otro grande que es Timothy Spall) y toda Inglaterra se pone a la defensiva. Finalmente la contienda se declara, y llega el momento de "El discurso del Rey", el que tiene que pronunciar por radio para todo su país dando inicio a las acciones bélicas e insuflando confianza a sus soldados. Debe evitar la burla y el escarnio popular. Es un momento trascendente.
Y ahí es cuando se concentra la mayor dosis de suspenso de la película. El nuevo rey. El micrófono temible. La audiencia. La guerra. La vergüenza. La prueba de fuego. Bien asesorado por el siempre correcto Dr. Logue (de quién después nos enteraríamos que no era Dr. sino un aficionado que se interesó por las neurosis de guerra) se acerca al micrófono y comienza a hablar...
Una película que si bien recorre una sola cuerda temática, lo hace con calidez, con emoción y verdadera sinceridad. Tomando en cuenta cada pequeño detalle y cada plano (los planos detalle son muy importantes en el film), cada cadencia en el habla, cada trabazón en la lengua, la perfecta dicción de su profesor, quien se postula para papeles teatrales clásicos, son tenidos en cuenta por la maestría de un director que sabía muy bien lo que se proponía y a cada instante.
Las actuaciones del triángulo protagónico, tanto Colin Firth en ese Rey que debe vencer su trauma infantil, aquejado por las dudas y la propia insatisfacción, su esposa que con amor y paciencia sabe acompañarlo y ese falso médico que romperá códigos y tradiciones con tal de curar a su paciente, se lucen en un grado superlativo, haciendo de "El Discurso del Rey" una película que bata tiempos y fronteras. Altamente recomendable para todo público.
Y gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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