El miércoles 30 de noviembre me llegué hasta el teatro El Picadero para ver la última función de esta obra, gran cosechadora de premios (7 Hugos, incluyendo el de Oro, 4 Ace 2016, 4 Florencio Sánchez 2016, Premio Argentores 2016, Trinidad Guevara 2016), pero a no desesperar, vuelve ahora en enero del 2017.
"A menudo las madres se nos parecen, y así nos dan la primera insatisfacción", dice la hija de madre judía Gabriela Acher, recreando, con ironía, los versos del Nano Serrat. Y no es lo que pasa exactamente en esta obra escrita y dirigida por Emiliano Dionisi y música y letras de Martín Rodríguez. Y actuada maravillosamente bien por dos "monstruos": Natalia Cociuffo y Mariano Chiesa. Y digo que no es lo que sucede en la obra porque acá los hijos parecen haber superado a los padres. Ellos son Patricio y Dolores (o Lola) hijos a su vez de Claudio y de Sandra, dos padres que no se conocen al principio y que el azar los presentará debido a ciertos desórdenes de sus hijos de 11 y 9 años respectivamente, en el colegio que comparten. Y una fiesta de cumpleaños en un pelotero infantil. Él, sin esposa, ella, con un marido ausente. Acá queda claro: los monstruos son los padres. Pero también pueden engendrar pequeños monstruitos. Nos preguntamos, qué es lo que puede hacer un chico de 11 años que ponga tan nervioso a su padre para que este lo golpee hasta casi matarlo. Y qué lo que hace que una nena calladita de 9 años impulse a tirar a su padre por la escalera, produciéndole múltiples fracturas. ¿Será que los hijos se nos parecen, como canta Serrat?
Patricio es el mejor. Es un genio para su edad. El n° 1. Imbatible. Entonces hay que atiborrarlo de actividades post escuela y exigirle que rinda como lo que es. Sin permitirle vivir su infancia. Y que aprenda a pegar. Que sepa defenderse en la vida ya que "papá no va a estar siempre para protegerte" le canta Claudio a un Patricio hiperactivo y gordito. Dolores en cambio, es la mejor en su curso por ser la más estudiosa y "calladita". Pero qué rencores esconderá tras ese mutismo casi autista. Como por ejemplo cuando le retuerce los testículos con violencia a Patricio, algo que su madre disculpa como "auténtica defensa".
Y ya que los padres exigen, sus criaturas no se quedan atrás. Todo lo que "Pato" pide es una lista infinita de juguetes bélicos, porque el padre le ha enseñado a "ser bien machito". Lo que pide Lola es que la dejen treparse a un árbol, negociando su bajada por una mini, un gatito, televisor en su cuarto, desayuno en la cama... y hacerse pis desde lo alto, no sabemos si de miedo o de alegría al ver a su madre desgañitarse para que baje porque "todo el mundo te está mirando, es una vergüenza, ¿por qué le hacés esto a mamá?". Para terminar, después de amenazas y súplicas varias con un "¡bajá, hija de puta!" a pleno grito en la calle (¿que va a pensar la gente como uno?).
Todo esto muy bien cantado por la Cociuffo en un admirable "¿Por qué a mamá?". Las canciones no son más que ocho, pero están cantadas con tantas ganas, esfuerzo y simpatía por la Cociuffo y Chiesa que bastan y sobran. Es un "musical de cámara", compuesto por teclado y guitarra electroacústica, batería, guitarra y bajo, pero que suenan como una orquesta completa. ¿Qué podemos decir de los dos intérpretes en cuanto a canto que ya no se haya dicho? Si los dos tienen voces maravillosas, una entonación perfecta, ricos matices, un hablar/y cantar rapidito y aligerado, son buenos actores y despliegan una energía constante. Y hasta asumen el rol de sus hijos en actuación y canto. Sólo se le puede criticar a Mariano Chiesa un cierto gusto por la brusquedad, por el grito interpretativo que ya era marca registrada de su psiquiatra en "Casi Normales".
Pero volvamos a lo monstruoso, ¿qué hay en esa sobreexigencia de los padres porque sus hijos sean los número uno? Tal vez, como lo explican bien aquí traumas de sus propias infancias, cosas no alcanzadas, el querer que sus hijos sean todo lo que ellos no pudieron ser. Y los hijos responden, claro, con su rebeldía pre-adolescente a ese trato/destrato ("¡Callate, pendejo de mierda!"). Los mensajes esquizofrenizantes son constantes ("sos el mejor"/ "no valés nada") y son capaces de transformar no sólo en monstruos violentos a los padres sino también en monstruos agonizantes a los hijos.
Lacán decía que era necesario "matar al padre". Pero lo decía en el sentido metafórico de superarlo. Aquí parece que eso fuese real, que si estos chicos no matan a sus padres van a terminar fagocitados por ellos, tal como hacía Cronos con sus hijos. Y es lo que lleva a Patricio al borde de la muerte y a Lola a intentarlo con su padre.
La escenografía se resuelve con dos sillas y una biblioteca con pequeñas cosas, se vuelca muy minimalista. Todo es veloz en escena, las transiciones, los diálogos y los monólogos, creando una catarata de palabras que nos hace imposible no odiar a tan "amorosos" padres. Tan es así que, al final del sostenido aplauso, Mariano Chiesa debe destacar que "nosotros no somos así". Y les agradecemos por habernos hecho reflexionar, con humor e ironía sobre nuestro rol como padres e hijos (lo dice alguien que fue "niño brillante" en su infancia, "superior a los demás" y por ello muy sobreexigido). Altamente recomendable para estas vacaciones.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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