Hoy tenemos de invitado a un amigo de la casa: Nanni Moretti. O Michele Apicella, que es lo mismo, por ser este el seudónimo que utilizó en gran cantidad de films. Este es de 1989 y es uno de los primeros de su carrera o uno de los que más marcó a su público, antes de "Caro Diario", "Aprile", "La Stanza del figlio" o "Habemus Papam", por pensar en los últimos. El que nos ocupa hoy, sin embargo marca un hito en su carrera porque rompe estilísticamente con todos sus procesores: es el más surrealista de todos sus films. Acá rompe con la barrera de la realidad durante todo el metraje, y se asemeja más una pesadilla -humorística, eso sí- que a un film "fácil". Si bien nunca negó su afiliación al Partido Comunista Italiano, nunca se mostró tan preocupado por su militancia como en esta ocasión. Y lo hace de forma sensible pero también con humor, es como si en ciertos momentos se lo tomara en solfa o muy livianamente, para después adquirir tonos dramáticos. Es un tema que lo preocupó durante larga parte de su filmografía, y que aquí parece abrirse como un girasol.
El film empieza con Apicella caminando tranquilamente por una calle y de repente frena un micro al que lo obligan a subir y lo incorporan a un juego deportivo que no logra desentrañar cuál es. Se trata de un campeonato de waterpolo al que se encaminan principalmente adolescentes y jóvenes, -él con sus 35 años es el más viejo del equipo-. Y Michele Apicella se tirará al agua, pero no como regreso al útero materno (lo deja bien en claro) sino como retroceso a su niñez, en dónde fue obligado a tirarse a la piscina, aún contra su voluntad, y de entrenarse en el selecto deporte del waterpolo cargando los bolsos de los demás jugadores mayores.
El entrenador, un hombre bajito con dientes desparejos y cara de perdedor (bien a la usanza felliniana, a la que recurre no sólo una sino varias veces en la película) está atormentado por dar los datos técnicos del partido a sus jugadores, aunque nadie le presta atención salvo Michele. Llegados al estadio, un lugar desértico rodeado de cardos, cáctus y plantas espinosas, pero con un gran manantial de agua en la pileta, se cambian en los vestuarios y salen al encuentro de sus rivales. Estos son todos hombres adultos, musculosos y muy bien entrenados, con la cohesión de equipo que falta en el propio. Aquí Michele Apicella comenzará su largo camino de pesadilla, asediado por gran cantidad de personajes de su pasado que se interponen entre él y el deporte: unos "camaradas" comunistas que le ofrecen tortas y dulces compulsivamente por su compromiso partidario, una periodista que usa mal las palabras ("¡¡¡El lenguaje es importante!!!", le grita él como loco y la abofetea: "quien escribe mal, piensa mal y vive mal", le sentencia, no sin razón), su esposa, su hija con quien lo une una especie de amor-odio, un seminarista católico que le dice que él es su ídolo porque tiene una creencia en el partido tanto como él en la fe, el dueño del bar, que no para de ver en la televisión "Dr. Zhivago", el film de David Lean, y muchos más. Le recuerdan su compromiso con "lo que dijo el martes en la TV", de lo que él no tiene memoria, aunque un flashback nos lo informe.
El juego de waterpolo se convierte en una excusa para nombrar al comunismo: es un equipo de camaradas donde cada uno tiene su rol asignado, todos tienen la misma creencia en el triunfo y en la unidad, "el gol es un silencio, y un silencio es un gol", le espeta el teólogo católico que también lo interpela, todos van detrás de un mismo objetivo, la pelota como fuerza motora e impulsora de su salvación, etc.
Constantemente se ofusca e increpa o empuja o huye de sus "visitantes". Sabemos que esto es parte de un sueño y no de la realidad, pero la simbolización cinematográfica es tan auténtica que nos hace entrar la duda. Vive preso de la furia, y mientras juega al waterpolo repite sus slogans comunistas con vehemencia. Así lo llevará el final de la película a desbarrancarse con su auto, en el que viaja con Valentina, su hija, para luego salir ilesos los dos y ver cómo se eleva un sol de cartón en el horizonte.
Nanni Moretti nunca estuvo tan desbordado como en este film, se nota que su ideología no estaba pasando por un buen momento en Italia precisamente, y quiere convencernos de eso. Alterna imágenes sacadas de otro film anterior o de un documental, cuando él "militaba" y ofrecía su verdad a todo el que quisiera escucharla y departía con sus camaradas. Podemos ver al Moretti veinteañero y de pelo largo, bigotes y barba, que luchaba en pos de un mundo mejor y de la salvación de la humanidad.
No importa si ganan el partido o no, como tampoco importa si ganaron en las urnas, lo importante es competir, jugar, parece estar diciéndonos Moretti, lo que verdaderamente importa es el espíritu que se ponga en hacer las cosas, ya se trate de un deporte y un campeonato o de su ideología personal. Por suerte está todo tamizado por un muy buen sentido del humor y de la fina ironía, que tan bien maneja Nanni y que nos ha cautivado en films posteriores. Un film clásico difícil de conseguir pero que yo tengo el gusto de tener en mi filmoteca. Los que pueden, véanlo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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