Acabo de ver por segunda vez esta película de Woody Allen del años 2012 filmada en y dedicada a Roma, sus habituales intervenciones y homenajes a los países que visitó y que lo han propulsado. Y resulta que me pareció esta segunda visión mejor que la primera. Tuvo críticas muy adversas pero no es tan mala como parece y tiene pequeñas joyitas. Si bien el humor no es parejo en toda la película (se reserva los mejores chistes para su personaje) el clima de ironía fina la recorre de cabo a rabo. Hay algunas cosas que sorprende, como el hecho de dedicarse a mostrar los lugares turísticos de Roma como ya lo había hecho con Londres ("Match Point"), Barcelona ("Vicky Cristina Barcelona") o París ("Medianoche en París", de todas la mejor, por lejos). Pero acá se concentra en fotografiar lugares como Piazza Venecia, la Fontana di Trevi, el Trastevere, el Vaticano, el Coliseo, los Baños Romanos y Piazza Spagna. La fotografía no podría haber sido más acertada y corresponde a su iluminador habitual desde hace unos años, el iraní Darius Khondji quien resalta los lugares turísticos y le da una especial aura de fábula a todo lo que se narra. El idioma que se habla en la película cabalga entre el inglés y el italiano.
Es una especie de collage con distintas viñetas intercaladas cobre distintos temas y actores. Por un lado tenemos la historia de Jerry (Woody) y Phyllis (Judy Davis), su esposa, que visitan en Roma a sus futuros consuegros, Giancarlo (Fabio Armiliato), propietario de una funeraria y cantante bajo la ducha de las mejores arias de ópera y su esposa, Mariangela (Rosa di Brigida), mientras que los novios son, su hija Hayley (Allison Pill) y Michelangelo (Flavio Parenti). Jerry es un regiseur de ópera jubilado quien nota en su consuegro una espléndida voz mientras se ducha y se propone lanzarlo a la fama. El hijo de éste, que es comunista, se opone a esa utilización mercantil de los dones de su padre, y cuando por fin acude a una audición, comprueba que éste no sabe cantar. Sólo es bueno bajo la ducha. Entonces Jerry, que, según su esposa se adelantó a su época al hacer una puesta de "Rigoletto" con todos los cantantes vestidos de ratones blancos y una de "Tosca" con todos metidos en cabinas de teléfono, propone que actúe cantando en una ducha en el escenario. Así montan una función de "I Pagliacci" que será memorable para el cantante pero desastrosa para el regista quien recibirá las peores críticas. Será la única actuación de Giancarlo, quien prefiere volver a su vida apacible de funebrero.
La cuota de realismo mágico, tan común en las películas de Woody está dada por la pareja de Jack (Jesse Eisenberg) y Sally (Greta Gerwig), quien recibe en su casa a la norteamericana Mónica (Ellen Page), "fascinante para los hombres y repleta de sensualidad y sexualidad", según palabras de su amiga Sally. Por supuesto que Jack terminará enamorándose de ella y ésta lo corresponderá, aunque sintiéndose culpable frente a su amiga. Aquí el realismo mágico está dado por la figura del mentor de Jack, John Foye (Alec Baldwin, cada vez más dado a la comedia), un arquitecto exitoso a quien sólo Jack verá cuando le dé consejos sobre la relación que está por comenzar y sus terribles presagios, manifestándose corporalmente en la escena pero siendo percibido sólo por Jack.
La tercera historia en cuestión es la de Leopoldo Pisanello (Roberto Benigni), un tipo común y normal, empleado, que de la noche a la mañana pasa a ser centro de la fama y de la adulación periodística y de todos cuanto se pongan por delante. Esto no es más que un apéndice de "Celebrity" (1998) y responde a la máxima que le dice su chofer: "¿Acaso todos los famosos merecen serlo?". Pisanello se ve asediado por el periodismo, para el cual todas sus declaraciones son como decretos papales pero recibe los favores de un mejor puesto y los beneficios de todas las mujeres que él desee. La verdad es que no lo dejan ni a sol ni a sombra y se siente acosado, pero, cuando un buen día se acabe su buena racha y la fama le corresponda a otro desconocido y el mundo se olvide de él, caerá en la más profunda desesperación y acaso en la locura ante la falta del reconocimiento público.
La historia más floja, tal vez, sea la de Antonio (Alessandro Tiberi) y Milli (Alessandra Mastronardi), pareja de jóvenes recién casados que llegan desde la provincia a instalarse en un hotel de Roma y tienen previsto una visita de los parientes de él para unos momentos más tarde. Aún así, Milli insiste con ir a la peluquería y se pierde en la gran ciudad, llegando hasta donde se rueda un film con Pía Frascari (breve intervención de la siempre bella Ornella Mutti) y el actor Luca Salta (Antonio Albanese), actor del cual Milli está eternamente enamorada, aunque su pelada y su panza lo despojen de ser un verdadero sex-symbol. Él la engatusará hasta llevarla al cuarto de un hotel, en dónde la ingenua Milli decide acostarse con él, lo cuál se verá interrumpido por la presencia de un ladrón que los robará y terminará haciendo el amor con ella. Entre tanto Antonio ha recibido el "regalo" de una apuesta perdida por un desconocido equivocado y la presencia de Anna (Penélope Cruz), una prostituta fina con la cual se presenta ante su atildada familia como su esposa y ella, en despampanante vestido corto y tacos los acompañe a una entrevista en el Vaticano y con lo más granado de la sociedad romana bienpensante. Finalmente, el matrimonio incipiente volverá a unirse.
Las actuaciones, como en toda película de Woody son por demás perfectas, compitiendo cabeza a cabeza unos con otros para ver quién se lleva los laureles. Una cosa que es de extrañar es que aquí, el viejo maestro, ha abandonado el plano-secuencia, reemplazándolo por el viejo recurso norteamericano del plano-contraplano (si bien en la visita de Milli a la ciudad realiza un plano secuencia de 360°), no sabemos si por cansancio o por alguna imposición de su productor italiano. La música es casi toda italiana y de ópera (se extraña el viejo y querido jazz de los 50, aunque en el encuentro en el hotel de Milli con Luca, se oiga algo) y comienza y finaliza con el célebre tema "Volaré". Las alusiones intelectuales corren esta vez por boca de Phyllis, psiquiatra ("sos el único hombre que no tiene Ello, Super-Yo y Yo, sino tres Ellos) y de Jerry ("Si lo ves a Freud decile que me devuelva la plata") y por las constantes referencias intelectualoides de Mónica (Kierkegaard, Rilke, "La Señorita Julia", Ezra Pound, T.S. Elliot, y muchos más).
Como dijimos, es un film que se degusta más en su segunda visión que en una primera, en la que se está impaciente poro conocer el argumento, disfrutando más de los chistes, la belleza del paisaje, las actuaciones y la excelente fotografía. Lo cierto es que, como en toda película de episodios, el nivel sea desparejo, brillando algunos sobre los otros y no conservando el mismo ritmo en todo el metraje. Pero se puede ver, la recomiendo, porque siempre un mal Woody Allen es superior a cualquier otro mediocre conocido o desconocido.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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