Anoche fuimos, invitados por mi amigo Fabián Vena, mi compañera y amiga teatrera Amalia y yo,a ver la impactante puesta en escena con adaptación de Jorge Vitti, del clásico de Sófocles "Edipo Rey". Dos imágenes cómicas vienen a mi mente siempre que hablamos de Edipo. La primera, la escena inicial de "Poderosa Afrodita" de Woody Allen (1995), aquella en que aparece Edipo, caminando tambaleante y a punto de caerse, tras haberse herido en los ojos hasta quedar ciego, acompañado por su madre/esposa Yocasta (Olympia Dukakis) quien dice: "por mi culpa se ha inventado una profesión que atiende por 50 minutos y que te cobra fortunas". La segunda evocación es la maravillosa "Epopeya de Edipo de Tebas" de mis queridos Les Luthiers, aquella que dice:
"Edipo al saberlo en una entrevista
con su analista,
se quita, se quita la vista".
Pero dejemos ya todas las referencias graciosas que se hayan escrito sobre este personaje mítico y adentrémonos en la tragedia sofóclea, de la cual Jorge Vitti parece haber respetado su texto a rajatabla, sólo haciéndolo un poco más actual (¿es necesario "actualizar" los clásicos?, si para eso ya son "clásicos"). Cuando uno empieza análisis va con una idea regente: conocer. De-velar, hacer accesible a la Conciencia aquello que hasta el momento pertenece a los terrenos del Inconsciente. No es otro el motivo que dirige a Edipo, "saber", "conocer", "hacer visible lo que el Destino le ha marcado", y eso es el motivo de su derrumbe y de su tragedia. Porque después de develar la pregunta de la Esfinge ("¿cuál es el animal que en la mañana anda en cuatro patas, a la tarde en dos y a la noche en tres?"): "el Hombre", por supuesto; mata a Layo, su padre, sin saberlo conscientemente y es coronado Rey de Tebas casándose con Yocasta, su madre, también sin saberlo, de la cual tendrá cuatro hijos. Esa es la encrucijada de Edipo, llegar al conocimiento. Por unas causas parecidas, en la mitología judeo-cristiana, Dios expulsó del Paraíso a Adán y Eva por comer del árbol prohibido: el árbol del Conocimiento. Parece que en todas las culturas y todas las épocas el saber ha sido motivo de conflictos ("es mejor no saber", decían las viejas). Justamente Freud tomó de este personaje el nombre para su tan conocido Complejo de Edipo, un conflicto por el cual todos hemos pasado y que estructura al hombre (y a la mujer, claro) como tal y en cuanto a su elección amorosa para la vida futura, de acuerdo a si haya podido resolverlo o no. De ese deseo del niño de acostarse con su madre y de la niña con su padre, se estructurará toda la compleja elección del ideal amoroso.
La historia de Edipo de Tebas es, a grandes rasgos conocida por todos: un niño a quien, al nacer, el Oráculo de Delfos anunció que mataría a su padre y se acostaría con su madre, por eso, sus padres, reyes de Tebas mandan a un criado a matarlo, pero este lo entrega a un pastor, quien a su vez lo regala a los reyes de otra polis que no han podido tener descendencia y lo crían como hijo propio. Al llegar a la adultez, Edipo marcha hacia Tebas y en el camino mata a Layo, su padre y se casa con Yocasta, su madre. Al conocer la cruda y trágica y demencial verdad se hunde un alfiler de un broche de su madre/esposa en los ojos, hasta destruírselos.
Edipo, como todo buen rey es un conductor de masas, un emblema que padece de soberbia y atiende los pedidos de su pueblo con toda la condescendencia que ello implica. Acá está presentado como un líder político actual, y Fabián lo trabaja desde ese registro. Su voz está impostada de discursos vacíos pero altisonantes y la conservará así durante toda la obra, pasando de la certeza a la confusión, de ahí a la ira y por último a la gran vergüenza y desgracia. Me costó trabajo descifrar el nivel de la impostación de voz de Fabián y no pude resolverme si es porque estaba encarnando a un político en campaña o si era por tratarse de un clásico griego. Tal vez él pueda resolvérmelo. Decir que Fabián Vena es imprescindible para esta obra sería una perogrullada, ya que sin él, la obra no existiría: Edipo está permanentemente en escena y, en un escenario despojado, sabe darle vida y sangre a este papel consagratorio, llevándolo con toda la pasión que le imprime a su personaje. Se mueve en el escenario a ras del suelo del Centro Cultural de la Cooperación con tal naturalidad y tal trabajo del cuerpo y de la voz que su presencia abruma al espectador, sufriendo su misma tragedia (hablo de tragedia y no de drama, porque como bien describe Oscar Martínez en su obra "Pura ficción", la tragedia no tiene solución, un drama sí, las tragedias las resuelven los dioses, los dramas los seres humanos). El trabajo de Alejandra Darín en su Yocasta no deja de ser igualmente conmovedor, con un máximo rigor de planteamiento mímico y corporal, tanto como de voz y emocional.
Un párrafo aparte merece (si no se va a enojar Amalia, a quien le encantó), Creonte, el cuñado de Edipo, en la piel de ese otro gran actor que es Alfredo Castellani. Su cuerpo es preciso, al igual que su presencia y dicción.
Todo el elenco está muy bien, ninguno desentona. Pero se extraña al coro griego (hay un corifeo, igualmente), aquí reemplazado por una banda sonora que incluye un "decidor" de rap que comenta las acciones. Porque como bien estudió Nietzsche en su libro "El nacimiento de la tragedia", el coro griego era dionisíaco (en su antinomia contra lo apolíneo): dionisíaco era todo aquello que bajaba a lo popular, a lo sucio, lo bárbaro, lo titánico, lo demoníaco, en fin, todo lo que a Nietzsche, ese gran nihilista le encantaba.
Pero sirvámonos un poco más del gran filósofo alemán: "La figura que más sufre sobre el escenario griego, el desdichado Edipo, es comprendida por Sófocles como un hombre noble que abocado, pese a su sabiduría, al error y la miseria, termina deparando a su alrededor, gracias a su monstruoso sufrimiento, una beneficiosa fuerza mágica cuyos efectos siguen teniendo efecto incluso después de haber muerto..." (Nietzsche, "El nacimiento de la tragedia", en "Grandes pensadores: Nietzsche I", pág. 67). Y es que como dice Edipo, ningún hombre puede ser catalogado sino hasta después de haber muerto, de haber vivido su existencia completa.
En fin, que pasamos una gran noche con esta nueva puesta de "Edipo Rey", recomendada para todo público y muy fervientemente para que nadie se pierda estos trabajos interpretativos de altísimo nivel.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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