¿Cuál es el poder de la música? ¿Hasta dónde se extiende en toda su intensidad? Podríamos decir, siguiendo esta maravillosa película sueca de Key Pollak, del 2004 (No confundir con Sidney Pollack, el creador de "Tootsie" y "África mía" por decir dos de las más conocidas, ya fallecido), que tiene la fortuna de manipular la vida y la muerte de las personas, de hacer convulsionar la tranquila vida de un pueblito de campo y hasta de revertir la noción de pecado. Todo esto y mucho más pasa en "Tierra de Ángeles".
Empezamos con la visión de un niño que está entre los trigales tocando el violín y es atacado por otros tres chicos. De ahí saltamos al mismo personaje, muchos años después, ya director de orquesta, que deja caer unas gotas de sangre sobre la partitura mientras dirige y que, presa de un ataque al corazón se desmaya mientras se retira del escenario. Ese músico genial es Daniel Daréus, quien, por prescripción médica debe alejarse de la escena y retorna al antiguo pueblito de su niñez. Daréus es interpretado por el actor Michael Nyqvist (¿tal vez hijo del gran Sven Nyqvist, el mejor fotógrafo de las películas de Bergman?), quien alquila la vieja escuela, ya abandonada para convertirla en su casa. No bien llega al lugar todo empieza a trastocarse. Es visitado por el pastor protestante del pueblo quien no sólo viene a darle la bienvenida sino a obsequiarle una Biblia. Pronto empezará a hacer compras y conoce en la caja del supermercado a Lena (Frida Hallgren) quien finalmente terminará cambiándole su vida de soledad. Enseguida es invitado a escuchar al coro de la iglesia para dar su opinión y, tal vez, piensan los más arriesgados, a aceptar su dirección. Y cuando se acerca al coro queda tan impresionado de oír esas voces de ángeles que no duda en comandarlo. Pero los ejercicios que trae este músico son revolucionarios para un pueblo chato y pacato como ese: les impele a buscar a cada uno su propia tonalidad, y esto mediante ejercicios muy poco ortodoxos. No faltará quien sospeche de él, diciendo que está llevando agua para su molino, pero no, el joven director quiere sacar un grupo de cantantes de excelencia.
Hay una mujer que es golpeada por su marido, una jovencita (Lena) que cambia de novio como de zapatos, un joven discapacitado y la mujer del cura... sobre todos ellos influirá hasta cambiar sus vidas. Nos encontramos ante una película de reconversión, de esas que hacen estallar todos los valores preestablecidos e infringir las reglas. Por supuesto que todas las mujeres están enamoradas de su maestro de canto, y esto llenará de zozobra a los maridos en juego y a los novios. Porque el poder de un dirigente influye mucho sobre la población adepta, y el poder en sí (ya lo sabemos) tiene una alta cuota de erotismo. Pronto logra que ese coro alcance la cima de sus posibilidades, y que venda muchas entradas para el concierto a llevarse a cabo. Pero Daniel influye mucho más de lo pensado, consigue que Lena se enamore perdidamente de él, como lo harán en silencio las otras mujeres, y consigue que Gabriela, la mujer golpeada, tome la decisión de abandonar a su marido después de una fuerte golpiza. Y lo logra de la manera más persuasiva: dándole una letra para cantar como solista en la cual canta su situación de vida y de cómo quiere vivirla (la canción la compuso el propio Daniel especialmente para Gabriela). Allí, entre el público, está su marido y reaccionará de la peor manera. Pero consigue que también un hombre mayor le declare su amor desde chicos a otra componente del coro de su edad; y que el "gordinflón" del grupo se libere de años y años de ser "ninguneado" por el otro que lo llamaba siempre con los apodos más denigrantes.
Así es como también se rebela la mujer del pastor, diciéndole que sólo sabe asustar a su grey con la idea del pecado y de un Dios vengativo, siendo que nada de lo que haga una persona pueda considerarse pecado, y que en todo caso él es el más pecador de todos porque sufre de soberbia. Cuando el pastor haga despedir a Daniel de la conducción del coro por envidia (él tiene más adeptos que el cura feligreses), su mujer estalla en llantos y lo abandona, yéndose a vivir a lo de su profesor quien le presta una cama por algunas noches. Una vez despedido, todo el coro decide acompañarlo e irse a ensayar a su casa, para lograr su cometido de llegar al gran certamen internacional de coros a realizarse en Austria. Hasta allí llegan todos, y cuando el director no se presente a la función porque se está desangrando en un baño, por haberse golpeado por un ataque cardíaco, todo el auditorio se pondrá de pie para acompañar en la tonalidad al grupo de cantantes.
Daniel no sabe andar en bicicleta y está aprendiendo, a quien ayuda la joven y apetitosa Lena después de convertirse en su novia, lo que simboliza que Daniel es capaz de andar solo: de encauzar su vida y saber sostenerse sobre dos ruedas. Así también será golpeado en el río por Cony, el esposo de Gabriela quien lo culpa de su separación, y es dejado maltrecho. Pero es mucho lo que la comunidad aprende de sí tras las lecciones de canto, aprenden a quitarse las máscaras y a vivir sin hipocresías, a decirse las cosas en la cara y aceptar las derrotas (como el pastor desesperado por la pérdida de su mujer quien se alcoholiza y trata de matar al director y de suicidarse él, en lo que falla). Hay mucha pasión puesta en juego en el film, pasión por la música, por aprender, por vivir, y por filmar, por parte de una excelente mano como es la de Polak, quien sabe guiar el barco sin titubeos y con todas las cartas sobre la mesa. "Algunas personas son como ángeles", le dice Lena, "y pueden verse sus alas". Y todos los que aquí cantan, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, son ángeles para el espectador satisfecho y agradecido. Si hay algo que se le pueda reprochar a la película es su falta de humor, pero un espíritu bonachón acompaña durante todo el metraje. Si no la vieron, traten de hacerlo porque son dos horas a pleno disfrute. La recomiendo con toda mi pasión.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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