Teatrix continúa con su mes de homenaje a Alfredo Alcón y nos trae una de sus últimas y más grandes creaciones: "Rey Lear", del inmortal bardo inglés William Shakespeare, protagonizada en el año de su muerte (la de Alcón), el 2014. Con la genial mano de Rubén Szchumacher conduciendo el timón de un grupo de intérpretes avezados. Si bien la restauración de la obra corrió por manos del personal de Teatrix, esta no quedó perfecta, en muchos tramos se pierde el foco, pero la presencia de Alcón sobre el escenario no se puede opacar, su voz, su presencia magistral, sus inflexiones, su vis dramática hacen de esta obra un verdadero placer para el buen gusto. "Lear" habla sobre la locura de un hombre ochentoso, a la que Alfredo le presta todo su envase de una manera brillante, haciéndonos creer verdaderamente que estaba decrépito y enajenado, pero no, era el loco más sano de las tablas.
"Rey Lear" no habla solo de la pérdida de la razón (aunque es su tema excluyente), sino también de la venganza, los celos, las pasiones, la lucha por el poder y los grandes amores filiales. Lear comienza su obra con la división de su herencia para sus hijas en vida. Se siente vencido y acosado por la locura y quiere dejar su legado antes de morir a sus tres hijas. Goneril, la mayor, recibe una mitad de todo el reinado; Regan, la segunda, la otra mitad, mientras que Cordelia, quien parece profesar por su padre el amor más genuino y menos hipócrita, en virtud de eso es desheredada por su progenitor, que no logra ver el alcance de este amor. La insulta y la injuria, desterrándola, mientras que ya vemos que su razón empieza a flaquear. Será necesario que pase toda la obra para que se reencuentre con ella y, por su amor desinteresado, consiga perdonarla hasta que ella muere en sus brazos, y el último suspiro de Lear será sobre el pecho de Cordelia.
Sus otras dos hijas se han casado con Duques (de Albany, Goneril, y de Cornwell, por su parte Regan), quienes asumirán sus puestos en la batalla final contra Francia, traicionando a su país y a su Rey. Lear es un pobre desquiciado, que, aún conservando el reinado, no puede ponerse al frente de sus tropas ni siquiera aplicar una estrategia. Él vive en otro mundo, el mundo de los delirios, de los desvaríos, el de la furia y la bronca, pero también el de la piedad. Es ayudado y auspiciado por su amigo "el Loco" (gran labor de Roberto Castro), quien conserva esa locura fresca y risueña propia de los poetas y los niños y comanda el barco de la risa en la primera mitad de la obra, luego procederá a acompañar a su soberano en silencio, mandado por la suerte que deben correr.
Hay otra historia paralela, la del Conde de Glocester (brillante Roberto Carnaghi) y sus dos hijos, uno legítimo, Edgar (Joaquín Furriel) y otro bastardo, Edmund (Juan Gil Navarro), entre quienes se establece todo tipo de traiciones, celos y venganzas, haciendo pasar el bastardo por traidor a su padre, a su hermano, y siendo éste expulsado del reino. Luego la trama sigue y los destinos de ambos hermanos volverán a cruzarse, incluso influyendo en la vida de Lear y sus hijas.
Pero ¿hasta dónde está el alcance del poder?, parece preguntarse el bueno de Guillermo Sacudelapera (William Shakespeare); ¿hasta dónde puede llevarnos la locura cuando la razón ya no impera? ¿hasta dónde los lazos filiales y fraternales son valiosos en el terreno de los celos y la lucha desmedida por el poder? ¿Cuál es el límite de la ambición? Como buena tragedia que se precie, parece que todo el destino de los hombres corre por cuenta de "los dioses" y las dos hermanas perdidas por la codicia y el deseo perecerán, una envenenada por la otra y la otra suicidada (sin contar con Cordelia que muere ahorcada). El Conde de Glocester será torturado y dejado ciego tras arrancarle los ojos sus enemigos y será guiado por su propio hijo Edgar (ya en el exilio), adoptando la piel de un mendigo, que lo llevará hasta la misma muerte, de la que se salva.
La traducción del clásico parece ser la adecuada, ya que hay mucho vuelo poético entre tanta tragedia e imágenes de gran potencia visual, que Szchumacher supo resolver con un escenario despojado (sólo unos paneles lumínicos y algunos bancos que se desplazarán convenientemente según lo requiera la acción). No podemos dejar pasar la gran versión y transposición que hiciera para el cine el enorme Akira Kurosawa con su magistral "Ran" (adaptada en tiempos medievales japoneses), de una elegancia y un refinamiento visual insuperable.
La puesta impecable del Teatro San Martín hace honor a toda su producción y fue la casa de Alfredo Alcón en numerosas oportunidades, aunque esta no fue la última obra de su carrera (fue la magistral "Final de Partida"), ya se dejaba ver el deterioro físico de un hombre que luchaba contra su propia decrepitud y ancianidad, pero conservando toda su memoria y la magia de su voz (empezó en "Las dos carátulas", el recordado ciclo de radio de obras inmortales de todo el repertorio clásico mundial). Nos queda el recuerdo, y para quienes admiramos al gran Alfredo en vida, estos archivos mágicos que nos lo devuelven por un ratito en todo su esplendor y manejando textos que ya son patrimonio de la humanidad. Desde ya, totalmente recomendable. Y no se olviden que pulsando el "Ver obra" pueden acceder a la pieza completa.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Hola ta bien pro
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