Ahora Teatrix nos aporta esta obra del gran Hugo Midón que está llamada a perdurarlo.
Nunca entendí la lógica de los payasos. No me gustan, me resultan estúpidos, insulsos, insoportables, faltos de coherencia. No entiendo la lógica de los espectáculos infantiles en general, dónde sus protagonistas están llamados a gesticular mucho, gritar mucho y declamar mucho, todo aderezado por canciones pegadizas que condimenten un plato para el gusto infantil. Como sí entendía la lógica de los protagonistas de mi niñez: la gran María Elena Walsh, Pipo Pescador y los payasos Gaby, Fofó y Miliki. Porque eran algo que yo podía entender, que podía hacer cómplices a los padres, quienes lo disfrutaban también y sus canciones tenían un plus, algo que en su momento se me escapaba (o no) pero que al tiempo entendí como una "filosofía". En la actualidad el único actor-cantante-contador de chistes con el que sintonizo es el gran Luis María Pescetti, porque habla el lenguaje de los chicos sin excluir a los grandes. Y porque trabajando es él un chico más ("que no te oyo", "seguridad, retire a ese niño, por favor").
Pero al fin me acerqué a Hugo Midón, de quien no había visto ningún espectáculo porque ya era demasiado grande cuando él llegó y demasiado chico cuando se fue. Y entendí por qué seduce tanto a los chicos y a los padres (es sorprendente como en esta función en el teatro "El Picadero", de septiembre del 2017, había en la platea más grandes que chicos). Porque es como esas películas animadas estilo "Shrek" que apuntan tanto al público infantil como al adulto. Si bien toda la estética está concebida para los niños: colores chillones, narices de payasos, trajes exóticos, decorados simples, canciones pegadizas; hay cierto metamensaje que sólo siendo adulto se puede comprender (o "sospechar", más bien), el empleo de la literalidad de las palabras, el doble sentido, el origen del absurdo, los estereotipos del lenguaje, y, sobre todo, y esto es lo más importante, la anti-lógica de la lógica. Sí, hay mucho de Leo Maslíah en el discurso de Midón, un cantautor y contador de historias tan lógico que es llevado al extremo de la negación de lo lógico. Hay además poesía en Midón, y eso es algo que los chicos agradecen. Como en aquel sketch en que todo el elenco se pone a escuchar "Una furtiva lacrima" (sí, ópera en una obra para chicos) en la voz inmortal de Pavarotti y ésta es interrumpida por una mandamás con mucho de jerarca nazi, que odia la música, odia los colores, odia a los actores, a los bailarines y a los cantantes. Seguramente todos se quedaron frustrados de no poder haber terminado de escuchar el aria tan emotiva.
Claro, para que un espectáculo así brille, es necesario excelentes actores, cantantes y bailarines. Y esta vez quienes encarnan al trío principal son Laura Oliva, Julián Pucheta y Carlos March, muy bien secundados por Vicky Banfather, Fernando Avalle, Rodrigo Cecere y Flavia Pereda. Todos son excelentes en lo que hacen. Sobre todo porque deben asumir muchos personajes a lo largo de la hora y cuarto que dura el espectáculo y los hacen todos con solvencia. El libro y las letras de las canciones son del propio Midón y la música de Carlos Gianni y la dirección del siempre eficaz Manuel González Gil.
Hay chistes que sólo serán entendidos por los grandes (el habla de los dos estancieros, el sindicalista llamado Juan Domingo, la idishe mame de Aladino, la prepotencia y griteríos futboleros de los argentinos, la tierra argentina asediada por piratas en donde todos roban a todos, etc.), pero hay otra gran cantidad que es festejada por los menores de la familia, sobre todo los numerosos sinsentidos. Acá todos son payasos (su nariz colorada y su vestimenta así lo indican) pero no se comportan como tales, hablan (esta es la principal diferencia), coordinan y tienen conductas adecuadas con sus personalidades. Por eso me resultan empáticos (y simpáticos), son creíbles, no son grotescos ni crípticos, no se tropiezan ni se caen ni se tiran tortas de crema en la cara. Había una gran inteligencia en Midón, supo crear payasos verosímiles, acercarlos al mundo cotidiano de sentimientos y pasiones y hacerlos aceptables aún para quienes odiamos o temen a los payasos.
Los ritmos que se escuchan son variados, pero todos armónicos (recuerdo el desagradable musical de "Shrek" con música rockera, porque eso "acercaba a los chicos"), desde un vals, un merengue, pasando por un rock limpio (y muchas referencias al mundo rockero) o hasta el cuarteto se hizo con sensibilidad y armonía. La coreografía es de otra amiga de la casa, Doris Petroni (compañera de danzas de mi tía) y está muy hábilmente utilizada, al igual que el canto y la escenografía.
Hay muchos y muy variados sketchs, todos de igual eficacia, como los ya mencionados de los estancieros, el de Aladino, que viene a la Argentina a resolver sus problemas, el de las mamaderas de los bebés, el de los enamorados, el del cuarteto de rock, aquel de los piratas y muchos más, con un brillante final con todo el elenco cantando "Vivitos y Coleando" a toda voz y con la complicidad del público. Al fin entendí por qué Hugo Midón fue un grande. El show es altamente recomendable para el público familiar completo.
Y recuerden que pulsando "Ver Obra" pueden ver la pieza completa.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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