El domingo murió en Roma Vittorio Taviani, hermano de Paolo, quizá el dúo de directores más afianzado y consolidado que dio la historia del cine. Filmaron siempre juntos, con el nombre de "Hermanos Taviani" y fueron una sola cabeza, una sola mirada y un solo corazón a la hora de hacer películas. Despuntaron deslumbrándonos con esa obra maestra que fue "Padre padrone", allá por los 70 y que mereció los más altos premios en numerosos festivales. Le siguieron "La Noche de San Lorenzo", "Kaos", "Good morning Babilonia", "Las Afinidades electivas" y más cerca "Tu ridi" o esta que nos ocupa hoy, "César debe morir" (2012). Se interpusieron entre esta y la muerte de Vittorio sólo dos títulos más: "Maravilloso Bocaccio" (2015) y "Una cuestión privada" (2017). Y es bueno recordar al maestro que nos dio tantas emociones y tanta gloria para el cine italiano ya que los canales de TV no lo hicieron, y sólo algunos diarios informaron de su muerte. En días como los que corren es difícil encontrar un cine de tamaña calidad artística y con compromiso humano y social como el que desarrollaron los Taviani. Ahora Paolo (de 86 años) se habrá quedado muy solo, sin la otra mitad del corazón, que falleció a los 88, después de una larga enfermedad. Es por eso que desempolvé este film que tenía por ver y me dispuse a mirarlo atentamente.
El tema de la película es una representación del "Julio César" de Shakespeare realizada por presos altamente peligrosos de la cárcel de Rebibbia (Pabellón de alta seguridad). Y la obra los humaniza, nos los presenta como actores experimentados y consumados que asumen el compromiso con todos los rigores de su oficio. El teatro saca lo mejor de ellos, los pone en un estado de sensibilidad tal que los compromete emocionalmente con el nudo de la obra y con la experiencia de trabajar ante la mirada de un público (el de teatro y el del cine). Sí, porque los actores de la película son los mismos presos que se nos muestran en el día a día del hacer la obra. No sólo asistimos al proceso de gestar una producción teatral, sino al de ver como delincuentes seriamente comprometidos con el delito se vuelven seres sensibles ante nuestros ojos. No son nenes de pecho. Algunos tienen condena perpetua por asesinato o crimen organizado, otros penas menores por robos o tráfico de drogas. Partamos de la base que las condenas no son como acá, allá se los condena de veras y se les hace pagar por el daño cometido a la sociedad. Pero a la vez se les brinda la suficiente comodidad para que su reclusión no sea un calvario. Celdas limpias, con colchones y almohadas con fundas, frazadas, mesas e implementos e incluso radiadores. Por supuesto que en el penal tienen que trabajar, ya sea limpiando pisos u otras labores. Pero se les da la oportunidad de poder expresarse libremente mediante el teatro (en este caso) como elemento terapéutico y de reintegración a la sociedad.
La primera prueba que se les toma es decir su nombre, origen, dirección y nombre paterno en dos situaciones distintas: una en un puesto de frontera, dejando a su esposa del otro lado y llorando, y la otra bajo presión. Todos responden de muy diversas formas y lo hacen excepcionalmente bien, como actores consagrados. La filmación tiene un prólogo y un final en color (que coincide con el momento de la función) y el resto en un riguroso blanco y negro, que corresponde a toda la fase del momento creativo, pero dentro de los límites de la prisión. Esto está filmado de esa forma para asociar al eje de la representación con lo vital, con el color, la libertad absoluta y el resto con los rigores del cautiverio. Y ese blanco y negro no aburre, es altamente expresionista, tiene todas las tonalidades de grises que podamos imaginar y constituye un placer para los ojos y para el alma. Por supuesto que después de la prueba inicial son convocados todos para ese "Julio César" shakespeareano, distribuyendo los papeles de acuerdo al grado de excelencia. Están todos: César, su acólito Antonio, Brutus, Cassio, Lucio y los demás. Julio César fue un gobernante democrático que se convirtió en tirano, si bien ofreció a su país las más altas glorias militares, y fue asesinado por su brazo derecho, ese Brutus ("tu quoque, filli?", la célebre frase en latín con que la muerte sorprendió al César) que lo hizo, según él, para salvar al pueblo de la República de los abusos del traidor.
El papel de Brutus es el más complejo dentro de la obra y es asignado a un actor excelente (recordemos, un preso), que lo compone con todos los matices y dobleces que un profesional utilizaría. César es interpretado también por otro grande, aunque este un poco más pendenciero... interrumpe el ensayo para echarle en cara a su interlocutor su mezquindad y su corrupción para con él. Los presos ensayan a todas horas, de tal modo que incorporan sus parlamentos a su quehacer cotidiano y por momentos no sabemos cuándo están recitando y cuándo hablando de sus cosas. Pero hay un motivo conductor: buscan la excelencia en lo que hacen. Y esto los ennoblece. Los enaltece. Nos olvidamos de sus pasados al ver las caras compungidas por la muerte del líder, las horas de conspiración o los discursos redentores. Utilizan el patio de recreación para desplegar sus escenas diariamente, e intervienen como el público de Roma los demás presos desde sus barrotes carcelarios, gritando, vivando o abucheando a los personajes.
Todos están perfectos en sus roles y el tema de la conspiración pasa a confundirse con las vivencias personales de sus vidas en el delito: de tanta actualidad resulta este "Julio César" que hace que los presidiarios expongan fragmentos de sus vidas en la representación. Incluso habrá días en que alguno de ellos no esté listo para ensayar por una visita que lo ha dejado traumatizado. Cuando todo está listo se abren las puertas de esa cárcel-teatro y todos los familiares se avalanzan en manada para ver a sus seres queridos en la función, hasta aplaudirlos de pie unánimemente. Después llega la parte triste. Cada uno vuelve a su celda después de la satisfacción de la tarea bien hecha. Y la vida de ellos no será igual después de esta experiencia. Algunos han escrito un libro, uno (Brutus) se convertirá en actor a su salida de la prisión, y todos han dejado huellas de su paso por la escena (esto se revela al final de la película, casi en los títulos finales).
"Desde que me familiaricé con el arte, esta celda se ha vuelto una prisión", es la última frase que pronuncia uno de ellos para cerrar la película. Y así ha de ser. Porque el arte es la máxima expresión de libertad que puede conocer el ser humano, y debe ser muy duro renunciar a él y volver a sentirse encerrado entre cuatro paredes. Pero la semilla ha fructificado, y ninguna de esas vidas tocadas por el hado vuelve a ser la misma. "Y pensar que la secundaria me resultaba aburrida", dice en un momento el actor que encarna a César devorándose un libro. El arte salva, podemos concluir, y supera las paredes de cualquier prisión. Excelente película para ver en familia y comentar y debatir, a pesar de su corta extensión (una hora y cuarto).
Vittorio ha muerto. ¡¡¡Larga vida a Vittorio!!!
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario