Venimos flojos en los estrenos de Teatrix de este mes... a "Amado Mío" se le suma "Aráoz y la Verdad", obra que a mí me pareció muy floja. Y no es que no esté bien construida dramáticamente ni que carezca de hondura. Tal vez sea un raye mío, tal vez la vi en un mal día, estaría cansado, deprimido o me dolería algo. El caso que la verdad que busca (y encuentra) Aráoz no me interesó, francamente. Tal vez porque la obra esté relacionada con el fútbol, y a mí todo lo que sea deporte me rechaza (como dijera Woody: "Yo, en materia de deportes, prefiero atrofiarme") lo cierto es que hay dos grandes narradores de todo lo que tenga que ver con el fútbol en nuestro país; uno fue el querido "Negro" Fontanarrosa y otro es Eduardo Sacheri, autor de esta pieza. Nadie como ellos para buscarle el lado más cálido, más humano, más entrañable a ese deporte rancio que hicieron escuela con sus cuentos y sus relatos.
Y esta pieza, dirigida con mano diestra por Gabriela Izcovich cuenta con la interpretación de dos grandes: Luis Brandoni (Lépori) y Diego Peretti (Ezequiel Aráoz), a los que se le suma en un momento David di Nápoli (Belahunde, el guardabarreras de la estación de trenes). Y está bien actuada, bien contada, le busca el costado entrañable al fútbol, pero no logró despertar mi interés. Resulta que una noche llega a la estación de O'Connor, pueblo perdido en el mapa bonaerense, Aráoz, quien tiene una breve charla con el guardia y le informa que es ingeniero hidráulico y que viene al pueblo a estudiar sus terrenos con la idea de hacer una represa que abarcará un territorio tan grande como la provincia de Tucumán. Esto pone a la defensiva al buen hombre de los trenes porque le supone quedarse sin trabajo ya que los ramales desaparecerán bajo el agua... Le indica cómo llegar a la estación de servicio de Fermín Perlasi, un ex jugador de Deportivo Wilde, oriundo del pueblo, ahora manejada por un tal Lépori. Llega hasta allí buscando a Perlasi y descubre su mentira: no se trata de ningún ingeniero hidráulico sino de un periodista de la revista "El Gráfico" que está buscando al antiguo jugador para hacerle un reportaje. Lépori le dice que Perlasi no está porque partió rumbo al norte por una semana con excusa de negocios, pero que cuando se comunique le va a avisar que él lo anduvo buscando. Aráoz decide tomar un cuarto en la hostería de la estación de servicio en espera de Perlasi, y mientras tanto va entrando en confianza con el encargado, que se dice , no amigo, sino conocido de Perlasi.
Le da una cena y una cama, en la que Aráoz no consigue dormir, tal vez por lo estrecha de ésta o por el recuerdo de su mujer Leticia, muerta hace siete meses. Como las capas de una cebolla ambos hombres van abriendo sus confidencias, y Aráoz le cuenta la triste defunción a Lépori y éste se apena de verdad. Lépori le va contando la historia del pueblo, de cómo el verdadero nombre de O'Connor era Colonia Hermandad, fundada por una partida de anarquistas en el siglo XIX hasta que vino un irlandés quien residió por corto tiempo en el pueblo pero que dejó su huella: el nuevo nombre. De como trabajaba todo el pueblo en una acopiadora de granos hasta que fue reemplazada por una fábrica de antenas, en donde el mismo Lépori trabajó. Cómo fueron pasando los gobiernos hasta que con Menem la fábrica quebró porque se empezaron a importar antenas del exterior y todo el pueblo quedó a la deriva. Araóz le relata sus años de la niñez y su relación con su padre, que más que una situación paternal fue una especie de tiranía, un hombre furibundo y golpeador, que sólo le hacía querer ser hijo de su tío Quique. Aráoz le cuenta de su admiración por Perlasi que creció de niño, haciendo del astro del fútbol su estrella favorita y de cómo recibió su póster del ídolo a manos del tío Quique, el cual más tarde sería arrancado de su pieza y tirado a la basura poro su padre, un monstruo infrahumano. La conversación que se entabla entre los dos hombres es de tono fraterno y examina la amistad entre hombres, amistad que también se ve reflejada en la que tuvo Perlasi con el "tanque" Villar, aquel del equipo contrario que los mandara al descenso en el '71 por un gol que Perlasi no pudo, no supo o no quiso evitar. Se corrieron rumores de que el gol hubiese estado arreglado y que Perlasi hubiera recibido una buena plata por dejárselo hacer. Es más, hubo quien vio a Perlasi en el estacionamiento, hablando muy amistosamente con el "tanque" Villar después del partido.
Y eso es lo que desvela a Aráoz, viene a derrumbar un ídolo, quiere preguntarle toda la verdad sobre esa jugada que constituyó su alejamiento para siempre del fútbol. Y aquí Aráoz descubre "su" verdad: tampoco es periodista deportivo, sino un simple fan que quiere acercarse a su estrella y desenmascararlo. Lépori se sorprende ante esta revelación y decide contarle toda la verdad. Verdad que jamás debe conocer nadie más que él. Y no vamos a contar acá cuál es la tan ansiada verdad que busca Aráoz, para no arruinarle el final de quienes quieran verla cliqueando acá el "Ver obra".
Entre mañanas de pesca en las que no pica un sólo pez y entre asados frustrados por una lluvia repentina, va creciendo la amistad y la intimidad de estos dos hombres sobrios, que, sin alardes tienen cada cuál para contar parte de una verdad que van construyendo de a dos. Lo importante de la obra no es la revelación final sino el vínculo que se entabla entre estos dos hombres, que, cada uno con su carácter, van armando a lo largo de la obra. Sacheri conoce los mecanismos de la tristeza pero también del humor, ya que la pieza esta llena de momentos brillantes, casi siempre descolgados de alguna puteada que tan bien le caben en la boca a ese capo que es Brandoni, y alguna que otra reflexión aguda por parte del psiquiatra Peretti. Si no fuese por el humor y por la actuación de estos dos grandes, la obra no sobreviviría. Pero lo hace, aunque a mí no me haya tocado ninguna fibra (ni la óptica).
Es una obra aceptable, se deja ver y está bien restaurada por el equipo de Teatrix, ya que lleva varios años fuera de la cartelera porteña. Más no les puedo decir.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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