Anoche, en medio de la tormenta de lluvia y frío fuimos a ver la obra del Lic. Gabriel Rolón basada en el propio libro de su autoría. Es una obra potente, impactante, de esas que te pegan el trompazo en la cara y te dejan sangrando, pero, como buen analista, también nos deja mucho para rumiar proposiciones psicoanalíticas. En la obra trabajan cuatro actores: el mismo Rolón, haciendo de él, su hija, la divina Malena Rolón (excelente y comprometida actriz a quien siempre le tocan los trabajos "de bravura"), Alejo García Pintos (en el rol de psicoanalista, devaluado a mi gusto) y la polémica Cynthia Wila en el rol de la periodista. Y digo polémica porque su actuación suscitó desacuerdos entre mi amiga Amalia y yo. Para ella era un desastre, no merecía el apelativo de "actriz", sobreactuaba, mala dicción, en fin, todos los horrores del planeta. Para mí, en cambio, estaba perfecta en esa concepción de periodista aniñada y tirifila, bastante tonta y con pocas luces, estableciendo un aura romántica que envuelve a su entrevistado (Rolón) y lo seduce finalmente. No nos pusimos de acuerdo. Pero eso es parte de la magia del teatro también, que uno ve y proyecta cosas sobre los actores/personajes, que no son las mismas para todos. Zanjada la discusión, vamos a la obra.
Rolón está sentado allí, al borde de la escena y nos habla con esa familiaridad y dulzura de psicoanalista comprensivo que nos lo hace cercano, íntimo, como si nos hablara a cada uno de nosotros. Y nos explica el por qué de "el lado 'B' del amor". Nos recuerda que existían los discos simples, que tenían un lado A y otro B, en el lado A venía la canción conocida por todos, la que se escuchaba en la radio, la que sonaba en todos lados, y en el lado B, la canción de relleno, aquella que nadie conocía, que casi nunca escuchábamos, de la que no se hablaba. En el amor sucede algo por el estilo. Hay un lado A que es el marketinero, el que vende, que el amor es algo divino, que es encontrar la media naranja, que procede de un flechazo, que todo son rosas y pajaritos. Pero el lado B es aquel que lastima: los amores enfermos o enfermizos, los celosos, los hirientes, los lacerantes. Aquel del chico que dio 113 puñaladas a su novia o el más reciente de Nahir que mató a su novio de dos disparos porque la iba a dejar. Es el amor del que no permite que el otro se desarrolle, que estudie, que tenga amigos, porque lo queremos acaparar todo para uno mismo. El amor sano es el que permite tener planes juntos, proyectos, construir, ir para adelante, el que básicamente siente respeto por el otro. El amor enfermo es el de los golpes, los insultos, la descalificación constante. Y nos cuenta el mito griego de Prometeo, aquel que robara el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres, y en venganza recibió de regalo una bella mujer, Pandora, que venía adosada con una caja que contenía todos los males del planeta. La caja es abierta y escapan todos los demonios: el hambre, las plagas, la guerra, la destrucción... pero Prometeo acierta a cerrar la caja antes de que escape el último de los males: la esperanza. Por eso que el psicoanálisis nos dice que la esperanza en realidad es un mal, porque aquel que espera se ilusiona, y no hay nada más falso que una ilusión. El que espera retomar un amor ya terminado se está engañando a sí mismo -dice Rolón- porque no hay nada peor que vivir esperando aquello que nunca se podrá recuperar. El que le dice a su enamorada "no me esperes más porque nunca voy a volver", le está haciendo un bien, porque le está poniendo el límite que impone la realidad. Habla también del amor incondicional. No está bueno que el amor sea incondicional, porque eso supone que no hay que poner condiciones, y de ahí se deriva que se pueda tolerar la infidelidad, el maltrato, la mentira, la violencia. Las condiciones son necesarias en cualquier proceso humano porque marcan un derrotero a seguir.
Y allí empieza la obra. Y siguiendo con los griegos, en la pieza asistimos a la visión de estas dos mujeres que son representantes de otras tantas concepciones de belleza: lo apolíneo y lo dionisíaco. Cynthia Wila, la primera en aparecer, la periodista es flaca y alta (casi anoréxica, diría yo), fiel representante de lo apolíneo, mientras que Malena, más rellenita, pero con unas formas preciosas y carnavalescas es propia de lo dionisíaco, que debe su nombre al dios Dionisios, o Baco, dios del vino y de las fiestas paganas, de lo terrenal y lo carnal. La periodista sin nombre, viene en plan de seducir a Rolón, conquistada por la mente del analista y su prestigio (en realidad viene con otras intenciones que no revelaré acá) y es aniñada, simple, tonta hasta lo exasperante. Le habla al psicoanalista de un caso de una amiga que la tocó de cerca. Y allí entra a jugar Luciana y su dolor, con su terapeuta (también sin nombre, Alejo García Pintos), una chica golpeada por su novio porque "se lo merece, porque ella es mala, es una mierda". El terapeuta trata de correrla de ese lugar en que se ha instalado diciéndole que ella no es nada de eso y preguntándole por qué cree que lo es. Ella le contesta que es porque abandonó a su madre cuando estaba enferma para irse a vivir con su novio, Nacho, amén de prepararle la comida antes y a la vuelta de su trabajo y de observar que todo estuviera bien. Claro, ella tenía dos hermanos que ya se habían casado y "no habían abandonado a la madre porque ellos tenían su hogar", ella sólo se había ido a vivir con su novio. En el momento en que la está por desbordar la angustia por su relato, el terapeuta decide terminar la sesión, para que la angustia quede flotante y la haga repensar todo lo hablado. Rolón acota que siempre son los mandatos infantiles dados por los padres como "vos no vas a poder", "vos no servís para nada", "sos un inútil", los que se afianzan en el inconsciente y hacen que el sujeto termine re-viviéndolos en su etapa adulta. Eso debe ser lo que llevó a Luciana a instalarse en ese lugar de dolor. Que merezca ser golpeada y tratada como una basura, un ser sin decisión propia.
Luego nos enteramos que Luciana comparte madre pero no padre con sus hermanos, ya que su mamá abandonó a su papá por tres meses para irse a vivir con otro hombre, y que fruto de esa relación nació Luciana, a su vuelta fue perdonada por su marido aunque nunca tomó a la niña por su propia hija. Y cuenta de la última golpiza de Nacho. Ellos tenían prácticas sexuales con un tercero (por deseos de él), siempre un desconocido, pero esa vez resultó ser un amigo de su novio y ella rechazó la relación. Allí él le pegó violentamente, para luego arrepentirse y decirle que no lo iba a hacer más y ponerse a llorar, con lo que Luciana terminó consolándolo a él. Es la lógica típica de los golpeadores, instalar la culpa en el otro, decir que "lo impulsaron" a hacerlo, y luego arrepentirse y jurar que nunca más, con lo que inspiran piedad, en este caso por la infancia tan desdichada que había tenido. El psicoanalista interviene y le dice que tiene que tomar una decisión, debe correrse de ese lugar y si es preciso abandonar la escena. Y le dice que él está ahí para ayudarla a ir a la policía a hacer la denuncia, lo cual Luciana acepta. Bueno, la historia de Luciana termina bien, conoce luego a otro muchacho del que se enamora y se casan y ella espera un hijo de él. Pero las acotaciones de Rolón, el entrecruzamiento de las parejas, sabiamente coreografiado y el tomar el uno el discurso del otro mientras habla cada cual, nos hacen ver que esa Luciana desdichada es la propia periodista. Le está contando a un nuevo terapeuta su historia de dolor en primera persona.
Siempre oímos noticias de mujeres golpeadas y abusadas, pero acá, gracias a la sabia interpretación de Malena Rolón (la más jugada del cuarteto) nos la hace ver en carne viva, nos hace sentir el dolor profundo de esa mujer humillada y devastada que llora y consume kilos de Carilina, y gracias a la dirección siempre astuta de Carlos NIeto, quien consigue de sus personajes todo lo que se pide de ellos. El final deja un triste e irónico recuerdo que deja mal parado al propio Rolón, pero no debo decir nada sobre eso.
Resumen, que la pasamos bárbaro, la obra está muy bien montada, con escenarios paralelos divididos por un gigantesco mapamundi que se abre y se cierra para dar paso a la pareja de terapeuta-paciente, y la periodista consigue su fin que es seducir a su entrevistado y acostarse con él. Lo demás, descúbranlo por sí mismos, hay mucha terminología psicoanalítica al acceso de todos, hay mucha emoción y mucho dolor. Como dije antes, no es una obra fácil de digerir, pero por la magia del relato y de sus intérpretes hacen que la hora tres cuartos que dura, se nos pase volando.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario