Esta notable co-producción israelí-alemana es de esas películas, como la danesa "La Fiesta de Babette", la taiwanesa "Comer, Amar, Hombre, Mujer" o la mexicana "Como agua para Chocolate", que une el cine con los alimentos, están destinadas a deleitar los sentidos y hacer que segreguen nuestras glándulas salivales. Pero ofrecer tal cantidad de exquisiteces dulces, para un diabético (yo lo soy) es un verdadero atentado... Pero acá estoy, sobreviví al embate y me regocijé con una película tan rica en su aspecto culinario como en su temática. Acá, la confección de postres, tortas y confituras está coloreada por un amor homosexual, que se lleva a cabo entre un repostero berlinés, Thomas (Tim Kalkhof) y un ingeniero israelí que trabaja en la comunicación de trenes en Alemania, Oren (Roy Miller). El pastelero alemán tiene una confitería propia de nombre "Pastelería Kredenz", adónde asiste siempre que está en Alemania Oren. Con la excusa de comprar un regalo para el cumpleaños de su hijo, le pide a Thomas que lo acompañe a comprar el juguete. A partir de allí comienza una relación entre los dos que se va a extender en el tiempo (con los sucesivos viajes de Oren entre Israel y Alemania, ya que está casado y tiene su hogar allá), conviviendo juntos durante su estadía en la tierra germánica.
La película está muy bien construida, sin golpes bajos de la relación entre los dos hombres, no se regodea en intimidades y tiene un guión sólido, así como la sabia dirección del judío Ofiz Raul Graizer, de mano firme y contundente en el relato. Pero quiere el destino que Oren muera en un accidente automovilístico en su país, al regresar a su casa, y Thomas, sin saber nada, le deje un montón de mensajes sin contestar en su celular. Se entera de su muerte por la compañía de trenes, a dónde va a recabar información. Sabe por su amante, que la mujer de este tiene una cafetería en Israel, y hacia allí viaja. Mientras duró la relación de novios, Thomas le pedía a su amante que le relatara sus encuentros íntimos con su mujer, en una especie de regusto masoquista, ya que pedía detalles reservados. Una vez en Israel, el buenote de Thomas va a la cafetería de Anat (Sarah Adler), la viuda de Oran y pide un café y algo para comer. Se entienden con la preciosa mujer en inglés. Quieren los hados que Thomas acabe trabajando para ese comercio, ayudando en la cocina a lavar los utensillos, hasta que su labor de cocinero tiene ocasión de presentarse, para el cumpleaños del pequeño Itai (el hijo del matrimonio) y le hornee una ración de galletitas decoradas. Mutti (Zohar Strauss), hermano de Anat lo increpa por haber usado el horno, ya que para un no judío está prohibido hacerlo. El prejuicio que tiene la familia de Anat hacia el alemán es el mismo que puede tener uno contra los homosexuales, infundado, como todos los prejuicios. Pero pronto logra conquistar a toda la familia, incluída la madre del difunto.
Las galletas que Thomas prepara para la fiesta del niño tienen tanto éxito que pasa a fabricarlas para la cafetería, en dónde pronto corre el rumor que hay confituras exquisitas, sumada la mala mano de Anat para la cocina. Es invitado a comer a casa de la viuda y lleva una "Selva negra" preparada por él, que causa sensación. Enseguida acabará haciendo los más exquisitos postres para el negocio familiar. Todo marcha viento en popa y entre ellos se comunican en un inglés fluido y Mutti le ayuda a conseguir un departamento en la ciudad hebrea. La película, en su gran extensión está hablada en yddish o en alemán. Mutti logra hacer buenas migas con el extranjero y lo invita a pasar el Shabath a su casa. Los pedidos para fiestas de muchas personas empiezan a llegar a raudales, mientras preguntan si los productos están hechos por manos judías, a lo que siempre Anat responde que sí. Es notable como se ha dado vuelta el antisemitismo, en Israel recelan de todo extranjero que pueda existir entre ellos. Lo curioso es que Anat no pregunta nada del pasado y de a qué se dedicaba el ignoto pastelero, sorprendiéndose ante su bien desempeño en la cocina. Pero al mismo tiempo revisa una caja que llega desde Alemania con cosas de su marido en donde, revisando, encuentra diversos tickets de la pastelería Kredenz, lo que la hace sospechar algo raro.
En una oportunidad que invita a cenar a su casa a Thomas, llueve y éste llega con la ropa mojada, Anat lo conduce al baño para que se cambie y le da ropa de su marido, que él tratará con veneración. Thomas cree encontrar a Oran en cualquier persona medio parecida a él, pero Oran está definitivamente muerto. Vemos un flashback sobre las citas mantenidas por ambos hombres en Alemania y cuando tenían sexo. Pero lo que es amistad con Anat, sumado a la soledad de esta y al atractivo de Thomas, quiere que ella, en una noche que se quedan trabajando hasta tarde, lo avance y él, primero, por su homosexualidad, la rechace, hasta que acepta el juego y terminan los dos haciendo el amor entre masas sin hornear y harina desparramada por la mesada de la cocina, en una escena que no llega a los decibeles que la que hayan tenido Jack Nicholson y Jessica Lange en "El cartero llama dos veces", pero que es igual de apasionada. A partir de allí ella no se siente más sola y al día siguiente se muestra eufórica.
Pero el diablo mete la cola, y Anat le pregunta por los recibos que guarda de su marido en su estadía en Alemania y por los muchos de la pastelería Kredenz, que Thomas dice desconocer. Ella empieza a investigar la sospechosa pastelería por internet, llegando a ver su fachada y las tortas que allí se exhiben, de riguroso parecido con las que compone Thomas. Sin quererlo, empieza a atar cabos, y lo que al principio es sospecha, lo confirma al ver una nota hecha de puño y letra por Thomas (que conservaba entre los recuerdos de su marido) y un escrito actual del alemán. Pero falta el momento de la verdad. Y este llega cuando Anat le revisa los mensajes del celular al difunto esposo y comprueba que allí había trece (¡¡¡13!!!) mensajes de amor de Thomas. Ese con quien ella compartía lecho y que le hacía el amor tal como le había descrito su marido que le gustaba. A esto se suma un cartel dejado en plena vidriera de la cafetería diciendo que ese negocio no estaba comandado por judíos, con lo cual alejaba a su público. Anat sabía que su marido se veía con otra persona en sus idas a Berlín y (como no es estúpida) reconoce que su amante no esotro que Thomas. Esto la shokea enormemente y, mientras este amasa, llega Mitti con un boleto de Avión para el extranjero, para que se vuelva a Alemania al cabo de la siguiente hora. Este llora desconsoladamente. Ahora, ¿por qué aceptó acostarse con Anat siendo gay? Seguramente para compartirla con su amor muerto, poseyendo lo que Oren poseía tantas veces. El plano final, cuando Anat viaja a Berlín y lo ve salir de su pastelería sin decirle palabra, viéndolo desde la calle de enfrente, es de una poesía inusual. ¿Lo recuperará? ¿Habrá viajado para disculparse? No lo sabremos, porque allí termina esta hermosa película que nos da ganas de salir corriendo a comprarnos una torta. Excelente realización y un exponente más de lo que el cine israelí es capaz de regalarnos. Véanla. Los va a fascinar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario