Realmente me encontré, casi por casualidad, con una película enorme, de esas que muy rara vez se consiguen, recomendado por mi amiga Amalia, quien la había visto y la había fascinado. Digamos primero que se trata de un film del catalán Cesc Gay y que es una de esas películas donde parece suceder muy poco, lo justo y necesario como para justificar una filmación. Pero es que sucede mucho más, esas cosas que no están a la vista y que debe intuir el espectador, pero que se perciben porque los personajes hablan por su piel. No es una película de "amour fou", más dada a Trufaut, aquí no sucede como en "La mujer de la próxima puerta", los actores casi ni se tocan, apenas alguna mano amiga dada para ayudar en la escalada al cerro, pero nada más. Y lo más importante (para mí), es que por fin una película dedicada al amor entre cuarentones (entre los que me incluyo), que hablan de temas de mi edad, que no tienen la piel rozagante ni la vitalidad de los 20, que tienen ya sus familias y sus carreras establecidas y en cierto modo están empezando a pegar la vuelta.
El diálogo que puebla la película es muy acotado, tan sólo diálogos o palabras sueltas como para ver que son parlantes los personajes y no estamos ante un film mudo, pero eso no importa porque lo que cuenta son las sensaciones. Parece una de esas obras de Chejov en donde parece suceder muy poco, pero oculta cataratas de sentimientos y pasiones ocultas. Ya desde el título mismo Cesc Gay nos dice que lo que estamos viendo es una ficción, no ocurrió, pero bien puede haber pasado, igual que ese argumento de la película que Alex (Eduard Fernández), el protagonista y director de cine está pergeñando y que si bien es otra ficción (aquí hay un juego de cajas chinas), parece reflejar el estado anímico actual del director: un hombre de 39 años en crisis. "¿Pero no estamos todos en crisis?" dice Alex, y la verdad es que sí, cada uno de los personajes tiene su propia crisis personal que parece ocultar muy bien. Mónica (Montse Germán), esa turista invitada por Judith a contemplar las bellezas de la región, que según declara tuvo muchos novios pero recién ahora (a los 40) sabe lo que es convivir en pareja, con Pablo, un periodista portugués que hace dos años la conquistó en un concierto de violín que ella ofreció (Mónica es violinista) y que robó su corazón. Ahora piensan en adoptar a Nerina, una niña africana de 3 años a la busca de padres adoptivos. Judith (Carme Pla), la amiga vital y compinche de Alex, que está sola y aceptó tener un hijo con su mejoro amigo, el que cierra el cuarteto, Santi (el siempre eficaz Javier Cámara), la que sufre con un hígado que le está acortando la vida y por el que va a hacerse estudios constantes y ver a multitud de médicos, siempre lista para una excursión a los lagos o para escalar la montaña de la cruz. Y por último Santi, quien parece andar por la vida tranquilamente, tocando un poco la guitarra, bromeando otro poco, pero que sin embargo siente la necesidad de completarse en el hijo que tendrá con su amiga, a falta de alguien que lo quiera más y mejor. Tiene una amante de 55 años, a la que complace y que lo complace a él, pero eso no es amor, es puramente sexo, y a cambio de la compañía, ella le regala constantemente zapatos de la tienda en la que trabaja.
Así las cosas, Alex llega un buen día al poblado catalán en donde transcurre la acción, llega a una casa que no sabemos si es suya ya que cuando llega de la ciudad está la puerta abierta, todo parece estar esperándolo y se acomoda inmediatamente. Judith tiene una posada que alquila piezas, y allí conoce a Mónica, una cuarentona igual que él que está de paso (por el lugar, por la vida, por el mundo) y enseguida hacen conexión. Pero todo muy distante, los cuarenta no son años para locuras, y menos cuando los dos tienen su pareja esperándolos en la ciudad. Pero todo está en la piel, se atraen, se desean, se aman, pero sin hacer ningún movimiento de acercamiento. Tan sólo al final de la película se confiesen que se han enamorado y se besan con la pasión con que caminaron por la película sin mover una brizna de pasto. ¿Yo dije que no era una de "amour fou"? Bueno, me arrepiento. Claro que lo es. ¡Y cómo...!
Esa tensión sexual le percibimos constantemente a lo largo de toda la trama, aunque ellos no digan ni hagan nada para demostrarlo. Comparten cenas, paseos, cabalgatas y hasta una excursión a los lagos en donde se pierden escalando la montaña (Judith y Santi van demasiado aprisa y no los esperan), suben cansados, resoplando, les falta el aire, no como a personajes de cualquier película destinada a la juventud, sino como lo que son: cuarentones. Se ayudan mutuamente a escalar y se pierden, los agarra la noche en plena montaña y deben pasar la noche en un refugio que encuentran justo para ellos. Duermen en la misma cama, pero cada uno en su bolsa de dormir, sin tocarse, pero no por eso sin mirarse, pero todo aquí es plácido, como la vida que corre allí abajo, no se devoran con los ojos como jovencitos hambrientos de sexo. Ella se hace un raspón con una rama que, más tarde, de vuelta al poblado, se le infectará, y él será quien la acompañe al hospital, en dónde también pasan el día, pero haciendo compras, resguardándose de la lluvia, viendo una orquesta infantil que toca acordeones. Pero volvamos a la montaña. Después del refugio encuentran un camino que los conduce a un gran hotel, en donde también comparten cuarto, pero todo con el sigilo de dos seres "civilizados" (estamos atravesados por la cultura, dijo Freud, y lo bien que hizo), sólo compartirán un juego de ajedrez (como otro encuentro pero sólo a través de sus mentes) y una pieza de piano que ella interpretará en un piano de cola que hay en la habitación. Todo parece transcurrir sin prisas y mansamente.
Pero ella anuncia el día en que se vuelve a Madrid, y él también decide partir, de ese lugar al que fue en busca de inspiración para terminar de escribir su guión, y ¡vaya si encontró inspiración! "¿Qué personaje soy yo en tu película?", pregunta Mónica, convencida que no puede haber ficción sin que esta se desprenda de la realidad. Y le pide de leer el guión, a lo que él se niega. Y quiere el destino que un buen día llegue Silvia, la esposa de Alex con sus niños a meter la cuchara. Alex parece haber recuperado la intimidad con su esposa, aunque se mueve en puntas de pie y temeroso, como quien hubiese estado engañando a la esposa. Y le presenta a Mónica. En seguida se caen bien, pero Mónica sabe que ha llegado la intrusa, la que puede echar todo por la borda. Será cuestión de tiempo. Y así es que cuando ella esté por irse a tomar el tren, Alex haga un viaje relámpago a interceptar el auto de Judith para despedirse de su amiga y encontrarse en un abrazo y unos besos memorables, de esos que sólo en la ficción pueden darse.
Sí, porque no olvidemos que todo ha sido una gran y hermosa ficción, como el título nos auspiciaba. Y todo vuelve a su cauce normal. Cada oveja a su manada y aquí no ha pasado nada. O sí, han pasado una hora y tres cuartos donde hemos sido testigos de infinidad de emociones encontradas y perdidas, de esas compartidas que sólo entre un hombre y una mujer libres (en el mejor de los sentidos) pueden darse. Una película que emociona al final, pero que bien vale la pena transcurrir porque es un viaje de ida (como la droga). Gracias Amalia por recomendarme esta maravilla que yo paso la posta y aconsejo a todos que no se la pierdan. Los trabajos son excelentes y la dirección otro tanto. Un verdadero hallazgo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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