Casi en el día luctuoso en que ardió Notre Dame de París, esa magnífica catedral histórica que venció a los siglos, que se mantuvo erigida desde el 1100 en que empezó a construirse hasta el 1300 en que se terminó, soportó pestes, dos guerras mundiales, fue testigo del descubrimiento de América y de la coronación de Napoleón antes de que empezara a hacer desastres por Europa, fuimos mis tres amigas teatreras y yo, a ver al genio de Juan Pablo Geretto en su nuevo unipersonal. Estrella deslumbra, sobre todo porque debajo de ese peinado y ese maquillaje hay un talento como el de Geretto, que colma la sala de carcajadas. Juan Pablo es verborrágico, habla a mil por minuto y rara vez se toma pausas para respirar, es una aplanadora que arrasa con todo. Pero no sólo desde la forma de decir, sino también desde el contenido: puede reírse del mundo pequeño de las "señoritas Avón", pero también la emprende contra las madres castradoras, contra la gordura, la diabetes, la virgen y todas las formas de creencias, el mundo de los policías, los modistos con tendencia de bailarines, el amor homosexual y cuanto tópico delicado haya en la cultura popular.
Es difícil hacer una crítica de este espectáculo porque tiene tantas aristas, tantos centros neurálgicos donde poner el ojo y el eje que se constituye en un verdadero galimatías. Aprehender todo el texto de Geretto es imposible, por una parte por la velocidad a que lo larga, y por la otra, porque las carcajadas y los aplausos tapan lo que él sigue hablando. Estamos ante un verdadero artista de raza -sí, no tengo miedo de utilizar la palabra artista, dedicada para quienes se consagran al arte y no para los simples actores o actrices- porque Geretto es un dotado con mayúsculas y sus textos poseen una inventiva y una riqueza tal que a quien no lo conozca, puede dejarlo apabullado. Yo, por suerte, ya estoy dentro del club de admiradores de este portento y disfruto con cada nueva presentación suya como la primera vez: yo creí que era fácticamente imposible reírse tanto y tan continuado, pero este hombre me convence de que también puede hacer reflexionar y hasta conmover y llorar.
Estrella es una mujer sin rumbo, perdida dentro de un universo de madre que siempre le dijo que estaba gorda y que no servía para nada, hasta que encontró su destino como representante de la firma Avón, esa que entrega los libritos mensuales, casa por casa y mano por mano, con todas las nuevas ofertas de lápiz labiales -perdón, se dice "rouge", como nos enseña Estrella-, delineadores, coloretes y cremas varias, sin olvidar el perfume mágico que puede olerse frotando la hoja del folleto y comprobar que en verdad es muy dulce. Se celebra un congreso de revendedoras de la prestigiosa marca y Estrella, que vive en un pueblito perdido en la nada, tiene la mala suerte de que se realice en Buenos Aires, ciudad a la que ya conoce, ella hubiese preferido que fuera en las Cataratas o en Bariloche, ciudad a la que fue cuando terminó el secundario pero en medio de incendios forestales, que "si el fuego fuera nieve hubiera disfrutado más". Claro, porque no vio nevar ni un día, encima de que tenía que hacerse cargo de la vecinita con "discapacidades diferentes", cuidándola como la madre y que fueran a parar a la hostería del indio que se convirtió en piedra cuando la conquista del desierto, a 50 kilómetros de la ciudad a la que no conoció.
Cuando es reclutada junto a todas las demás revendedoras por la coordinadora general de Avón, la que se presenta casi como una pastora evangélica, hablando de todos los padecimientos que tuvo en su vida y de cómo fue salvada mágicamente de la inanición por haber caído en sus manos un librito de la prestigiosa firma, acribilla a las oyentes con sus gritos y enarbolando el libro dice que cada una puede labrar su futuro tomando el timón de su vida haciéndose una vendedora de Avón y vivir su propia vida. Realmente resulta aterradora la figura sobresaltada de esta matriarca de la cosmética y su discurso dogmático. Estrella decide en un final liberador que no va a ir nada al congreso anual a celebrarse en Buenos Aires. Por más que en el micro haya refrescos y café y pasen películas, por más que haya ágapes de bienvenida en donde las revendedoras puedan servirse de esa comida chiquita que no parece comida pero igual te llena y de que haya mini spa, mini gym, y mini piedras calientes y de que pueda observar todo el panorama desde la terraza del hotel en donde se hospedarían.
El piso está cubierto de centenares de naranjas que Estrella sabe sortear muy bien, o, que en el mejor de los casos patea. Y nos cuenta la historia de como se casó con "el" Ricardo, quien quería ser jugador de fútbol y tenía un futuro promisorio con la pelota, que hasta de algunos clubes lo iban a buscar, pero terminó trabajando para la policía, para acabar descerrajándose un tiro en la cabeza mientras limpiaba el arma reglamentaria. Nos cuenta de como quedó embarazada a sus quince años y se casaron con "el" Ricardo y de cómo este la llevó, junto a sus dos hijos a conocer el mar, que era su sueño imposible. Y de cómo un día compró un terrenito en medio de la nada, en un loteo, y cómo le hizo imaginarse la casa que iban a edificar. Y hasta como llegó a sus manos una bicicleta con canastito en el que le habían depositado un libro de Avón: "ya tenés emprendimiento y vehículo" le dijo su marido. Y así dejó de ver televisión todo el día tirada en el sillón para dedicarse a la venta de cosméticos.
Las anécdotas que cuenta son infinitas, para todo tiene una historia hiper cómica e imaginativa y jugosa (como las naranjas que hay en el suelo) y todas tienen un remate feliz. Desde esa tía diabética a la que le fueron amputando miembro por miembro hasta quedar "puro tronco", hasta la otra tía, a la que el marido le pegaba y que ella le pedía a la Virgen que lo fulminara, y para eso se hizo construir un altar de la virgen al lado del monolito de la luz y que un día por fin ese tío maligno, volviendo borracho del otro lado de la ruta fue atropellado por un camión lleno de vacas. Y de cómo todo el vecindario aprovechó para ir a carnear a las vacas para hacerse el asadito... Hasta la historia del Cucho, que de querer ser bailarín se transformó en modisto y más que modisto era un traumatólogo, porque a su prima con escoliosis le hizo una pollera que le calzaba justito, ella que caminaba un poco para el este y otro poco para el oeste y tenía la columna que le hacía una letra S...
Y se reserva para el último momento las lágrimas. Por la muerte de su padre, y por todos los recuerdos lindos del progenitor al que rememora con amor, como ese día que la llevó a Buenos Aires a conocer a una mujer a quien él le dio plata para que abortara al bebé que llevaba dentro y que la sentó a su mesa y le dio de comer. Es imposible no terminar con un nudo en la garganta el periplo de esta Estrella, buscándose a sí misma entre tantos personajes que termina perdida y confundida recordando toda su vida en un instante. Un humor "del fino", del inteligente, que si bien recurre a golpes bajos lo hace con tanto ingenio y desparpajo que pasan desapercibidos. Una gran creación de un artista con mayúsculas que se llama Juan Pablo Geretto y que es industria nacional. No se lo pierdan, por favor. Está en el Camarín de las Musas y va de viernes a domingo. Me lo van a agradecer.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario