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En este nuevo estreno de Teatrix se nota que levantó un poco la vara con respecto a los anteriores, porque Franz y Albert se transforma en una experiencia digna de ser apreciada, por la calidad de su texto, de Mario Diament y la de su director: Daniel Marcove, que logran imprimir interés y verdad a una propuesta tan intensa como improbable: la reunión ocasional entre Albert Einsten y Franz Kafka, ambos en Praga, en abril de mil novecientos once. Hace poco que Einstein ha llegado a la ciudad para tomar su cargo en la Universidad y no parece improbable que estas dos grandes mentes se hayan encontrado y hayan debatido acerca de sus pensamientos. No pueden ser personalidades más opuestas, y sin embargo, complementarias: uno optimista y el otro no, uno creyente y el otro ateo, uno posiblemente feliz y el otro atormentado por el sentimiento de culpabilidad. Pero hay algo en ellos que los atrae, que los une, es la singularidad de sus mentes y de sus experiencias de vida, aparte de la condición de judíos de ambos. Se encuentran en una fiesta en la que ambos son invitados y el diálogo empieza cuando Franz, escondido, le pregunta a Albert si ve en la plaza a un hombre de sombrero verde que probablemente lo está siguiendo. Einstein viene de tocar el violín para la anfitriona. Mozart, la sonata N° 21, lo que llama la atención de Kafka, inútil para ejecutar cualquier instrumento, hasta de cantar una simple melodía sin desafinarla. Einstein le dice que en cambio, él es incapaz de hacerse el nudo de la corbata. Primer puesta en claro que toda genialidad tiene sus límites. Pronto se presentan y se reconocen: Einstein es un profesor de física que da clases en la universidad, el otro es un abogado que se ocupa de accidentes laborales. Pero saben que hay un científico que está revolucionando la física y que existe un escritor que está poniendo patas arriba la literatura. Sí, son ellos: Einstein y Kafka, dos mentes preclaras del siglo XX. El primero cuenta con 32 años: el segundo con 28. Franz le dice que gracias a su trabajo advierte que la crueldad y la injusticia humana superan cualquier imaginación. El escribe sobre su vida: sus sueños, por ejemplo. Una de esas noches soñó que se convertía en un insecto. Diament va a echar mano a los tópicos más difundidos de ambos personajes para hacerlos más reconocibles por el público. Lo que tiene de interesante la escritura de Diament es que va a transformar el diálogo en una batalla campal de exposición de ideas y teorías, más que substraerse a las acciones físicas, su pieza se sustenta en la palabra hablada, haciendo muy interesante de seguir esos jugosos diálogos que por momentos se tornan difíciles de atrapar. La dirección de Marcove trata de hacer dinámica la puesta, recurriendo a algunos movimientos bien calculados pero que agilizan lo que en manos de otro hubiese sido una puesta estática.
Einstein, por su parte, tratará de demostrarle a su nuevo amigo que el tiempo no existe. Y le expone lo que para él es el sentido del tiempo. Explica el movimiento, extrayendo un mazo de cartas de su bolsillo y reproduciendo el movimiento como los distintos fotogramas de una película: momentos congelados que al tomar velocidad nos dan la idea de continuidad en el tiempo. El tiempo, dice, es la cuarta dimensión, ya que el mundo posee cuatro dimensiones: tiempo y espacio se combinan para hacer la dimensión espacio-tiempo. Dice que todo lo que ocurre en nuestras vidas ya ha sucedido, que somos como los actores de una obra escrita por otro autor, haciendo el paralelismo entre la obra que están actuando Julián Marcove y Miguel Sorrentino y sus personajes de Franz y Albert. Esto es lo que él llamó Teoría de la Relatividad. Me acuerdo lo que me contaba un psicoanalista que yo tenia: Einstein decía, le explico la teoría de la relatividad, ¿la entendió? No. Ahora se la explico de nuevo. ¿La entendió? Todavía no. Se la explico nuevamente, ¿ahora? Ahora sí. Bueno, pero ya no es la teoría de la relatividad...
El hombre está atrapado en una estructura atemporal, ¿me entiende? Claro, anuncia Kafka, si esa es mi vida... Vive todavía en casa de sus padres, lo cual le resulta un tormento, así como levantarse todos los días para ir a un trabajo que le resulta tedioso. Einstein acota que si la gente se sacara la máscara de la sociabilidad todo explotaría en un minuto. Albert lo invita a tomar un licor, a lo que Franz se niega ya que nunca probó el alcohol. ¿Cómo hace para no sucumbir a las transgresiones?, le pregunta. "Me controlo", es la inocente respuesta que da Franz. Una transgresión que siempre quiso probar y nunca se animó es el baile, ya que una vez lo halló su padre bailando solo en su habitación y el silencio humillante fue la única respuesta. Y le pregunta si no le podría enseñar él a bailar, para lo cual Albert se niega. Einstein está esperanzado de vivir en el siglo XX ya que es un siglo revolucionario, caracterizado por las revoluciones en Rusia, Portugal o México, por la música de Stravinsky, la pintura de Picasso o Matisse, las teorías de Freud acerca de la sexualidad, y aclara que él no adscribe a ningún partido, mientras que Kafka admira a los muchachos socialistas, pero desconfía de los políticos. Y piensa en el antisemitismo que recorre Europa: Franz ha pensado en huir a Palestina, para lo cual está estudiando hebreo; Albert se ha pasado la vida emigrando, por eso no le es extraña la idea. El presiente que pronto habrá una guerra, pero que esta será distinta a las otras, será brutal, devastadora, más teniendo en cuenta que Alemania no puede soportar la paz. Einstein le ofrece la palabra "metamorfosis"; Kafka la toma, agradecido, pensando en escribir su cuento de la transformación en insecto. Franz se define como débil de salud, salvado sólo por su escritura. Einstein dice que mientras que los científicos miran hacia el exterior, los escritores lo hacen hacia el interior. Pasan a hablar de Dios, para Albert existe aunque no en la forma que lo enseña la religión, sino más en la creencia de Spinoza, por la belleza y la perfección de la creación; Kafka presiente en cambio que el infierno está en la Tierra, que vivimos básicamente solos. Pero Einstein le dice que no sea injusto, que dependemos de un montón de otra gente: la gente que confecciona nuestra ropa, la que hace nuestras comidas, la que escribe nuestra música. Kafka le habla de una máquina que ideó para administrar justicia: sería como una cinta por la que van pasando los acusados y unas agujas muy poderosas le inscriben sus culpas en la piel así hasta matarlos. Y describe vivir con la figura intimidante de su padre. Por eso acepta a beber aunque el alcohol le provoque risa. Por culpa de su padre no pudo nunca ser feliz. Kafka le pregunta a Einstein si él es feliz, si el matrimonio no le provoca felicidad. Einstein dice que con todo lo que pudo entender en la vida aún no ha podido descifrar a la mujer. Tocan el tema del sexo: Franz lo practica con prostitutas pero no lo disfruta debido al terrible olor de la mujer. Einstein continúa diciendo que una simple ecuación sería capaz de destruir al mundo, si se pudiera saber cómo dispersar la energía contenida en un átomo sería el fin de la humanidad. La culpa de Kafka, en cambio, le anidó la idea del suicidio. Dice que su culpa fue no haber detenido el suicidio de una mujer que conoció, de la cual estaba enamorado secretamente pero que nunca se atrevió a decírselo. Ella se mató porque estaba embarazada de cuatro meses... y no precisamente de él. Por ese tema es que la policía está detrás de él, y declara que la culpa es el sistema ya que un hombre que se siente culpable es totalmente manejable. "No me da miedo morir- dice Kafka- lo que me aterra es seguir viviendo". Y se sube al balcón para tirarse. Einstein, en un intento por detenerlo, lo hace mirar el cielo y plantearse interrogantes. Esto lo salva. Y confiesa cuál es su culpa. La culpa que arrastra Einstein es que con Mileva, su mujer, tuvieron una hija antes de estar casados. La dieron en adopción, pero enfermó gravemente y murió. La gran contradicción en él es que queriendo conocerlo todo, es incapaz de averiguar si su hija murió verdaderamente. Cuando se encontró con Kafka éste estaba a punto de tirarse por el balcón, pero lo disuadió la música de Mozart que emanaba del violín de Albert. El arte pudo salvar su vida.
En ese momento suena un vals, y al pedido de Franz, Albert le enseña a bailar...
Una obra profunda y didáctica, que si bien acumula muchos -demasiados- datos, nos hace reflexionar sobre dos de los hombres que conmovieron los cimientos del mundo del siglo XX en Europa. Sea o no cierto este encuentro, bien pudo haber sucedido y planteado de esta manera. ¿Quién sabe?
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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