Tercer estreno de Teatrix en lo que va de julio, y esta sí es una pegada, mucho más que los recontra probados Diego Reinhold y Pepito Cibrián, que me resultaron muy malos. Esta es una obra escrita y dirigida por Lorena Romanin, nombre desconocido aún para quienes frecuentamos las salas de teatro, pero de muy buena factura. Y en parte, el éxito se corresponde a tres grandes actores: Silvia Villazur (la madre), Luciana Grasso (Vale) y Guido Botto Fiore (Juan Ignacio), tres talentos descomunales que hacen que esta pieza funcione y que no sea sólo una más del montón. No podía haber caído en mejores manos "Como si Pasara un Tren", título que parece remitir a la nada misma, pero en cambio, en esta obra pasan muchas cosas, y no sólo de las exteriores, sino sobre todo a nivel emocional.
Un sistema es un conjunto de piezas tales que, cuando falla una de ellas, fallan todas las demás. Y la familia compuesta por la madre y Juan (madre e hijo) puede considerarse como un sistema, como, al fin y al cabo, lo son todas las familias. Tiene una forma de funcionar en donde todo está en orden, nada falla, hasta que viene a insertarse una pieza nueva en el juego, la sobrina, un ser extraño, que viene de la gran ciudad, con reglas y normas que no se corresponden con las de la pequeña urbe, y todo pasará a otra fase de funcionamiento entonces. Juan es un muchacho con serios retrasos madurativos a nivel intelectual, sobreprotegido por una madre que tuvo que hacerse cargo de él porque el padre decidió huir. Es comprensible que funcionen de este modo, aunque no es el más recomendable para ninguno de los dos. Es el síndrome que muy bien describe Gabriel Rolón como el "dejá, vos no vas a poder", o "lo hago yo, vos te vas a lastimar". "Bajate de ahí, te vas a desnucar", le oímos decir a esta madre sin nombre cuando en plena euforia Juan se sube a un banquito. Y este síndrome lo padecimos muchos, en mi caso, criado por una madre, padre y abuela que tenían miedo por lo que no pudiera llegar a hacer, y eso deja secuelas irreversibles -asegura Rolón- en la adultez. A aquel chico que se le dijo "vos no vas a poder", cuando llega a grande, "no puede" un montón de cosas en su vida. La madre procede con cautela debido a la enfermedad mental de su hijo y lo trata como a un bebé a quien hay que controlarlo a cada paso, darle las órdenes indicadas para que se maneje y acompañarlo en todo su hacer. Pero llega Valeria, que no lo va a ver como alguien inferior sino que cree en sus potencialidades, y efectivamente, Juan responde bien. "Puede", a pesar de sus claras limitaciones que lo acompañarán de por vida.
Vale llega castigada al "campo", una ciudad de 40.000 habitantes en realidad, llega enviada por una madre psicóloga que le ha descubierto un porro en su poder. Y eso la condena a perder su año del CBC, su independencia, su teléfono celular y hasta probablemente, su novio. Y llega con toda la mufa que tiene a purgar condena en la casa de su tía por tres meses, sin wi-fi dónde conectar su computadora ni poder ir sola al locutorio porque según su tía está "en proceso de rehabilitación". "Es lo más común tener un porro", se ataja ella, "y no estoy defendiendo a la droga". Juan lo único que hace es jugar con su tren eléctrico día y noche, además de ir al colegio y cumplir con ciertos quehaceres domésticos. La convivencia entre los tres al principio se hace dura, porque Vale es vegana, rebelde, como toda adolescente y llega huyendo de la autoridad, lo único que le falta es encontrarse con otra figura de poder en la persona de su tía. Los únicos momentos de liberación los tiene cuando se quedan solos con Juan (la madre es maestra y trabaja todo el día en la escuela) y pueden bailar, ensayar coreografías y liberarse a su manera. Cierto que Vale es muy bella, esto despierta en Juan la necesidad de que sea su novia, y se lo plantea, pero ella esquiva el bulto al decirle que son primos. Escuchan música en la computadora de ella y bailan, único momento de liberación que tiene Juan de la sobreprotección de su madre, y cuando ésta le pregunte qué estuvieron haciendo en su ausencia, Juan se muestre renuente a contestar. "Yo ya soy grande y puedo hacer lo que tenga ganas", es su respuesta. La madre intuye que algo anda mal, y le exige a Vale que no le meta ideas raras en la cabeza a su hijo. El colmo llega cuando Vale le pregunta si alguna vez viajó en tren, y ante la negativa, le dice que lo va a llevar a dar una vuelta en un tren de verdad, que la sensación es alucinante. Juan se lo comenta a su madre y ésta, que no lo había dejado ir con la escuela a una excursión a una granja, por miedo a que se contagiara algo, pone el grito en el cielo. Silvia Villazur es un prodigio de intérprete: capaz de convertirse en la madre autoritaria y pasar a la ternura de un momento a otro, es también la que lleva la parte cómica de la obra, y puede ponerse a cantar "El Baile del Ladrillo" con total desenfado (pese a su gordura) o tentarse y hacerse pis de la risa después de haberse bajado un whiskicito. Luciana Grasso compone a una chica de dieciocho años bella y espontánea, lo hace con mucha solvencia y desparpajo. Y Guido Botto Fiore se la ve con la composición más compleja, la del chico con retraso mental, limitado en su accionar por su madre y sus propias incapacidades, rol que asume sin ningún problema.
Cuando juegan a decir las cosas que más desean, Juan dice que lo que más quiere en la vida es hablar con su padre y viajar en tren. Y lo primero lo conseguirá, porque pasa el número de la oficina del papá a Vale para que lo llame, a pesar de que ésta se oponga, y logre hablar con él, para que le diga que no lo vuelva a llamar nunca más. Esto descompensa a Juan, quien estalla en una crisis de llanto y agresión, que sólo pueden contener una medicación y la mano cariñosa de la madre que le acaricia la cabeza. En cuanto a viajar en tren, la madre se lo tiene prohibido, por los "muertos que se acumulan" en los accidentes, porque lo pueden tirar del tren y miles de excusas más. Aún así, decide que ha llegado el momento de mandarlo al colegio solo. Y allí se va, de expedición, Juan, en su primer día de libertad, a la escuela. Cuando llega, vuelve con la noticia bomba de que hubo revuelo en el colegio porque "Demián le metió el pito a Eve". La madre lo toma de la peor manera y le pregunta si sabe lo que está diciendo, mientras que su prima se ríe del problema. Y encima Juan hizo un dibujo "explícito" sobre la situación. Entre risas e indignaciones se supera el trance.
Pero una noche Juan despierta a Vale para que lo acompañe a tomar el tren para hacer el prometido viaje. Ella se niega, temiendo las represalias de su tía, pero al ver que su primo decide irse solo, ella lo acompaña. Vale es la única que cree en el potencial de Juan y lo sabe capaz de enfrentar sus desafíos. Toman el tren y disfrutan del viaje, aunque Juan le pide que lo bese, que el tercer deseo que tenía era ser besado por ella. Ésta se anima y le da un casto beso en la boca a su primo.
Ha llegado el momento de partir para Vale, y lo que deja atrás suyo es una situación muy distinta a la que encontró cuando llegó a la casa familiar. Juan no se autovale pero sí es mucho más independiente. Incluso Vale les regala la computadora para que puedan escuchar y cantar música con el karaoke. Juan quiere ir a la estación con ella, y le pide permiso a la madre. Ella se lo otorga. No sabemos si va a despedir a su prima o se va con ella, esto queda como un mensaje ambiguo. El resultado es liberador, es una bocanada de aire fresco que entra en esa casa después de tantos años de miedos y represión. No por nada esta excelente obra duró seis años en cartel, y fue registrada en febrero del 2020 en el teatro El Picadero, quienes siempre ofrecen espectáculos de categoría. Gran obra para disfrutar en estos tiempos de pandemia, acá les dejo la dirección en donde la pueden ver.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).