miércoles, 20 de julio de 2016

Mi crítica de "El Acompañamiento" (Teatro-TV)


Ayer murió un gran hombre. No sólo un gran dramaturgo y director. Sino un hombre bueno. Carlos Gorostiza ("El Goro") era un hombre ético y bueno, que además portaba cara de buen tipo. Murió a sus juveniles 96 años y hasta una semana antes estuvo activo, cenando con Magdalena Ruíz Guiñazú, después de cuya cena se sintió con presión y taquicardia y hubo que internarlo. Una trombosis coronaria acabó con su fructífera vida una semana después y fue velado en el Teatro Nacional Cervantes. Escribió más de 40 obras y 4 libros de novela. Fue el que le dio aire nuevo a un alicaído teatro nacional con el estreno en 1943 de su obra (emblemática) "El Puente" y colaboró durante los años de la dictadura en ese excepcional grito de libertad y creatividad que fuera Teatro Abierto, de dónde procede esta obra (1981). Con vientos democráticos fue Secretario de Cultura del gobierno de ese gran demócrata que fue Raúl Alfonsín. Porque Gorostiza también era un gran demócrata, y creía en esos tiempos de cambio para la Argentina. Todas sus obras están cargadas de un profundo amor por el ser humano, de libertad y de creatividad. Recuerdo la emocionante visión de "El Patio de Atrás" o de "Aeroplanos", dos obras suyas que él mismo dirigió. Así como recuerdo la puesta que hicimos con nuestro grupo de teatro de esta que nos convoca hoy, con la mágica mano directriz de Jorge Fiszsón cuando hicimos aquel memorable "teatrazo" en 1985 en el Centro Cultural de Floresta. Ayer murió un gran hombre. Y como mi pequeño homenaje volví a ver "El Acompañamiento" en Teatrix. Siempre conservó su rostro fresco y lozano, hasta su muerte, un rostro que resplandecía vitalidad, honorabilidad y sentido del humor. Nunca dejó de frecuentar los teatros, ya fueran los del off o los comerciales. Era hermano de Analía Gadé y sentía una profunda fraternidad aunque los separara un océano. Siempre quedarás en nuestro recuerdo y en nuestros  corazones, Goro...
Teatrix tomó esta versión de una televisación de Canal 9, que hiciera de obras nacionales, dirigida por Raúl Serrano e interpretada magníficamente por Hugo Arana y Arturo Maly. Lo que le sobra es esa introducción de Sebastián (Maly) hablando con los familiares entre sombras en una pieza exterior o asomándose desde un pasillo a la pieza de Tuco (Arana). Le quita teatralidad. Pero en fin, son las reglas de la televisión. La imagen en este caso es perfecta, tal vez por verse sacada del formato televisivo, más acorde a Internet, que las demás obras, grabadas "con calidad cinematográfica", que producen frecuentes saltos e interrupciones en la emisión.
La historia es simple pero profundamente emotiva. Tuco está desde hace una semana encerrado en su pieza porque vuelve a cantar (tangos). Y somete al público a escuchar una y otra vez su interpretación de "Viejo Smocking", con una voz destemplada y ridícula. Acá se nota el homenaje que Arana le hace a Carlos Carella, quien la estrenara, con esa voz finita que lo caracterizaba. A su encuentro viene su amigo Sebastián, convencido por la familia para que lo saque de su ostracismo y vuelva a convivir con ellos. Y que sobre todo, se saque esa manía de querer cantar de nuevo. Sebastián viene con todo su aire de perdedor y está a punto de echarse a llorar al ver enajenado a su amigo. Resulta que Tuco habló con "el Mingo", un personaje sobrador y atorrante, que le dijo que estaba cantando mejor que nunca, y que él le iba a mandar un acompañamiento de guitarras para presentarlo en televisión. Y Tuco cree, con la ingenuidad de los chicos (o de los locos) de que ese acompañamiento efectivamente llegará. Y no renuncia a su fantasía de cumplir su sueño de libertad de juventud. "Vos sí que triunfaste en la vida", le dice Tuco a su amigo, porque éste tiene un quiosco y no depende de nadie, no se casó y vive solo, no como él "rodeado de locos". "¿Y qué hacés en tu quiosco?", le pregunta, "Y... veo la calle, veo hasta la vereda de enfrente", le contesta en su modestia Sebastián. Esa es toda la independencia que ha conseguido en su vida, pero al otro le parece el "sumun" de la libertad. Los diálogos son entre cómicos y patéticos y están muy bien logrados por la sabiduría de su autor y por la ternura que saben insuflarle Arana y Maly, y respetan hasta la última coma del texto original. Es que Tuco y Sebastián son esos personajes que bien puede ser cualquiera de nosotros, esperando toda la vida la concreción de un sueño  que nunca llegó. Son los personajes de Godot que esperan, en este caso al acompañamiento, pero su espera se transforma en ese anhelo de lo otro, de salir de la rutina diaria, de salir de  de esa pieza de chapas y paredes descascaradas con un catre vencido, que hace más asequible ese sueño. El idioma que usan es un léxico bien porteño, lleno de guiños, "malas palabras" que le otorgan certificado de realidad a la obra que estamos viendo. Son dos seres en completa y perpetua agonía buscando un rayo de sol que les modifique  el sendero. ¿Pueden salir de esto? Sí, con la fantasía que otorga la locura, finalmente Sebastián se convierte en el "acompañamiento" que busca Tuco, tocando una imaginaria guitarra y preparándose para el "vuelo a la fama". Si Gorostiza supo darles el aliento poético que necesitaban Tuco y Sebastián era porque conocía profundamente el alma humana. Con esta sóla obra de 40 minutos basta para agradecerle a Gorostiza su fortuna de creador. Y recordarlo por siempre...
Y en homenaje a él, gracias por leerme hasta acá nuevamente. No se olviden que entrando a mi blog pueden ver la obra completa.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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