Gracias a la labor de Teatrix, nuevamente, pude disfrutar la obra de Julio Ordano en su función de autor y director "Eran Tres Alpinos", una pieza entrañable. En su libro "Construir al enemigo", Umberto Eco nos dice que para que un grupo tome cohesión es imprescindible que se invente un enemigo contra el cual luchar, ya sea entre dos naciones, partidos políticos o creencias religiosas. Siempre hay que buscar a un Otro en quien depositar el miedo. Y cuando al Ruso y al Gordo (este último no tiene nombre, por eso de acá en más lo voy a llamar así) se les acerque Pedro, un muchacho joven e impetuoso en aquel andén frío y húmedo de invierno, se replegarán para atacarlo. Aunque Pedro viene con intención amistosa, les propone regalarle su mochila, les trae comida y bebida, ellos dos se atrincheran y lo enfrentan. El Ruso sobre todo, quien es el más irascible de los dos cartoneros que están esperando el tren que los llevará a Moreno para cartonear. Se podría sospechar que esos dos hombres grandes con alma de niños están esperando a Godot, pero no, con el transcurso de la obra nos damos cuenta que lo que esperan, en ese tren que los lleve a la "terminal" es la muerte, así como muere Pedro sentado entre los dos, después de un ataque de pulmonía. Y el indicio lo da la historia que cuenta el Gordo sobre el cementerio de "mamíferos" (opta llamarlos así a los elefantes) donde se reúnen estos animales cuando, ya cansados de la vida, deciden morir.
Se nota en estos dos cartoneros una pátina de cultura, de que han vivido tiempos mejores pero ahora el devenir del destino los hace andar andrajosamente vestidos y cubriéndose con frazadas agujereadas. Cultura no sólo enciclopédica sino también de la vida: hay entre los dos una especie de ternura muy particular. Se quieren, se hacen compañía, se protegen. Y forman un dúo muy contrapuesto: el Ruso es el cabrón, se enoja por nada, grita, defiende el territorio. El Gordo permanece todo el tiempo sentado en ese banco sin moverse (tal vez dado el enorme cuerpo de Roly Serrano a quien le debe resultar muy difícil desplazarse) contando historias... inventadas todas. Él no es un creador, dice, porque el creador inventa desde la nada, lo que cuenta él tiene una semilla de cierto. Para aclarar después que todo, absolutamente todo lo que cuenta es pura invención. Así nos pasea por las historias más dulces, trágicas o románticas. Es que el Gordo habla y se maneja con cierta inocencia y gracia que le da un aire de niño grande. "Invento para saber que estoy vivo", le dice al Ruso cuando éste le dice que malgastó su vida no siendo escritor, que podría haberse llenado de plata y no tener que estar ahí pasando frío y hambre. Pero en todas sus mentiras hay una gran cuota de poesía, de lirismo. El Ruso y Pedro también son poetas a su manera, hablan eligiendo las palabras, lo hacen rápido, con maestría de verdaderos oradores y construyen imágenes de potente belleza. Son verborrágicos los tres, cada cual en su estilo.
Otro detalle. Los tres tienen la cara maquillada con un blanco ceniza lo que les da el aspecto de muertos vivos, tal vez lo que estamos viendo es una reunión de espectros que están esperando su pase al Purgatorio. Esperar, esperan. No se sabe qué, pero el Gordo está constantemente preguntando la hora al Ruso y siempre falta un poco. Cuando por fin pasa el tren, lo dejan ir, quietos en su banco y divirtiéndose con las caras que ven dentro. Pero su espera no ha concluido. Esperarán al tren que viene después. Tienen constantemente los ojos rojos, surcados por lágrimas, lo que juega en ellos como fantasmas con corazón humano. Esperan para llegar al Centro de Morón, a la Terminal...
El juego entre los actores es impagable y delicioso. Está el enorme (en volumen y en talento) Roly Serrano, jugando a ser un chico grandote cuyo talento es la invención de mentiras poéticas. Invalorable también es el trabajo de Pablo Alarcón en El Ruso, con toda su carga de nerviosismo, furia incontenible y ternura infinita, tocando delicadamente una armónica de la que extrae las más bellas melodías. Y el tercero en discordia es un joven Álvaro Ruíz, cuya juventud desbordante le juega en contra, con sus grandes parrafadas se ve un poco fuera del registro de los dos maestros por su exuberancia de vitalidad y movimiento (a pesar de llevar un brazo en cabestrillo).
La dirección es impecable y combina momentos muy graciosos con otros patéticos o decididamente románticos (¿es imposible un buen "romance" entre dos hombres?). Muy bien Ordano, se destaca en la creación de climas y en generar imágenes poéticas.
¿Qué podemos agregar? Que Teatrix se ha inspirado para ofrecer una grabación impecable lista para el disfrute y con gran profesionalismo en el muestreo de primeros planos y planos conjunto.
Se las recomiendo fervorosamente y, como todas las obras de Teatrix, pueden verlas con sólo cliquear el enlace en la página de mi blog.
Gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario