Continuando con mi preparación del ciclo de Fellini, me dedico ahora a "Giulietta degli spiriti". Entrar al mundo de Giulietta supone un viaje fabuloso al interior de un mundo de sueños y pesadillas. Esta tal vez sea la película más ligada al surrealismo que haya realizado Fellini, con esa galería de personajes estrambóticos y delirantes. Sí, porque la película se parece más a un delirio psicótico que a un sueño con espíritus. Los espíritus andan rondando, y dando consejos, pero es el mundo atormentado de Giulietta lo que nos preocupa. Lo único que sabemos que es cierto es que Giulietta es una señora burguesa de clase media y de que su marido la engaña con una joven modelo de 24 años llamada Gabriela. Giulietta, rodeada de esas mujeronas de cuerpos hermosos y caras idem, no tiene mucho con qué competir, es un ama de casa limitada, chiquita, no muy agraciada y reprimida por una brutal educación católica. Por eso se junta con la niña que fue, que a los 8 años, las monjas en una representación teatral la hicieron acostarse en una parrilla en llamas por los pecados cometidos, función que fue frustrada por su abuelo el libertario/libidinoso, quien se escapara en un aeroplano con una bailarina.
Giulietta visita varios mundos posibles, el de los espíritus, que trae su marido a su casa con sus amigos espiritistas (genial el médium ambiguo) que la conectarán con una mujer llamada Iris, que trata de darle una mano; el de los médiums, con el médium hermafrodita y su aliada, una mujer de cabellos canos, bastante gorda y fea que le dice que se ame, que se acaricie, se bese y se haga amar por los demás; por el mundo del sexo desenfrenado en la casa de su vecina Susy, donde todo apunta al placer y a los juegos eróticos, y allí descubrirá Giulietta que es una reprimida y que lo que le falta es conectarse con su deseo y explorarlo.
Fellini es un genial creador de caricaturas, pero también de personajes sutiles y matizados, como los encontramos generalmente en Giulietta Masina (la Giulietta de los espíritus) y en Marcello Mastroianni. Este film es una radiografía espléndida de la propia Masina y a la vez de la condición femenina real, más allá de las caricaturas y los excesos. Por eso Fellini rodea a su protagonista de monstruos de belleza excesiva, grotesca (Susy, la hindú, la madre), trazando una delicada y respetuosa miniatura en medio de la barahúnda de una feria, sin la estilización simbolista de Gelsomina o de Cabiria. Porque Giulietta es una persona con vida interior, en proceso de separación de su falso apoyo masculino y de sus propios fantasmas, una prisionera que debe caer en la cuenta de su propia condición -en la que le corresponde parte de culpa- antes de liberarse y ser eso que estuvo tan de moda en los años 60 y 70: "ella misma".
Fellini consideraba que era su primera película en color, porque el hecho que "La Tentación del Doctor Antonio" no se rodara en blanco y negro se debió a razones comerciales que quizá él mismo no compartía. "Giulietta", sin embargo, fue concebida en color. Su idea misma pedía el color, un color interno, a la vez expresivo, decorativo y simbólico como el de la gran pintura, un color claro y radiante, no naturalista sino propio de una visión o de un sueño, un color, en suma, subjetivo, que expresa el punto de vista de Giulietta. Dominan en su personaje el blanco, el rojo y el verde, cada uno conscientemente empleado para producir determinados efectos, teniendo el resto del cuadro a su servicio.
El blanco es el color propio de Giulietta. Fellini consigue con él imágenes de alta calidad artística, no pictoricista sino cinematográfica, como los planos de la playa en que el sombrero blanco, abatiéndose sobre el rostro de Giulietta y tapándoselo, y fundiéndose con el vestido también blanco, convierten el plano en un espacio neutro; o como cuando Giulietta, después de ver al detective y, vestida de blanco, pasa junto a la gran cerca blanca. El rojo, otro de los colores privilegiados de la película, pertenece también a Giulietta, pero forma parte de su vida secreta, de su deseo. Un chal de color sangre confiere animación y profundidad al plano blanco de su primer despertar solitario y evita que la imagen sea cromáticamente inerte. Es la misma prenda con la que Villalonga la toreará después de la escena de la preparación de la sangría. Viste de rojo y verde, colores que recogen como un eco los de los pimientos que están ensartando en la escena anterior, cuando visita al hermafrodita en el hotel con su amiga Valentina. Ella va de rojo y blanco a devolverle el gato a su vecina Susy: lleva consigo sus dos cualidades principales, la candidez y el deseo. Pero viste un traje de cóctel enteramente rojo -y lleva carmín en los labios y las mejillas- cuando acude por segunda vez a casa de Susy y está a punto de caer en brazos de un hermoso joven oriental: es un color de amor prohibido.
El primer plano del film muestra el exterior de la casa, de la metáfora de la propia Giulietta, que está encerrada en ella y sólo "saldrá" por su voluntad y sin que nadie la induzca a ello en el último plano, como abandonando una crisálida tras el misterioso -doloroso, en este caso- proceso del insecto en la fase de "ninfa".
Todo lo que sigue es un movimiento lento pero ininterrumpido, envolvente, en el que el espacio va a la vez construyéndose y fragmentándose a base de combinar el movimiento de la cámara semicircular, con reencuadres de espejos de un modo complejo y de un expresionismo casi caligarista. Durante largo rato oímos y vemos a Giulietta fragmentadamente. Las voces de esta y de las dos criadas flotan sin encarnarse por completo, como si a pesar de la iluminación del tocador hubiera una oscuridad sonora, esto es, como si los sonidos fueran a ciegas, sólo oídos, sin anclarse en la imagen. Oímos la voz de Giulietta Masina y la reconocemos, pero nos hurta su rostro, como si se lo reservara para una escena más importante, o más bien como si fuera poco decoroso mostrarse a nosotros antes de exhibirse a su marido para darle una sorpresa. Ya todo parece dispuesto para la representación. Ella está frente a nosotros, en las sombras, y anhelamos que salga, que dé la cara para poder admirarla de una vez. Cuando emerge de las tinieblas y se sitúa en el foco de luz como una actriz que sale a recitar su papel, se produce una decepción en el espectador. La Mesalina que habíamos creado resulta ser un ama de casa encarnada por Giulietta Masina, una criatura encantadora pero carente de atractivo erótico. Así es sin duda como la ve el marido, que está en el contraplano, con el que compartimos -ahora sí- la mirada destinataria: la de la cámara.
Quizá en el fondo Giulietta no sea más que esa nada inicial, el vacío, a la búsqueda de un sentido que ella misma espera que le venga desde el exterior: de un exterior trascendente, lleno de palabras, de unas voces que vayan más allá de los signos de la feminidad y de todo aquello que para Fellini constituye representación y espectáculo del mundo, sin más. La crisis que se desencadena en su visión ingenua del mundo viene causada por la imposibilidad de seguir sosteniendo la creencia en lo que tiene de fetichista. Como no tiene visión de sí misma, puesto que siempre se ha definido en función de la imagen que de ella fabrican los demás, no le queda otra vía que seguir ese itinerario de voces cuya genealogía (interior/exterior, subjetiva/objetiva) resulta privada de anclaje.
La película acaba con una idílica escena de soledad diurna: Giulietta sale de la casa dejando la puerta abierta y se entrega al susurro de sus voces interiores. Por primera vez la vemos en plano general como una figurita en medio de la naturaleza, tras haber mirado discretamente a la cámara, como en "Cabiria". Ha cesado la invasión de los fantasmas que la acosaban, y de la gente que desde el comienzo ha estado agobiándola con su charlatanería, intentando conducir su vida y obligándola a mirarse en espejos extraños. Giulietta ya ha hecho las paces consigo misma, con su deseo y su soledad, y le queda empezar a reconstruirse, después de haber pasado por cientos de experiencias extrañas, sueños, ensueños diurnos, pesadillas y escenas de su pasado.
Como siempre, un puntal definitivo es la música de Nino Rota (casi exclusivamente durante todo el film) y el guion del propio Fellini, más Tullio Pinelli, Ennio Flaiano y Brunello Rondi, y la mágica fotografía de Gianni di Venanzo. Ahora sólo les queda verla y disfrutar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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