Ayer viví una pesadilla llamada teatro. Porque fui a ver esta obra de Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields (¡tres cabezas para pergeñar semejante bodoque!), muy promocionada como el éxito en Londres y Broadway ahora en la Argentina. Realmente me sentí estafado en mi plata y en mi tiempo, y me extrañó porque la dirección es de Manuel González Gil que tiene mano para la comedia. Pero vamos desde el principio, la obra es un slapstick y a mí ese género me rechaza (tal vez sea yo el que estaba desubicado ya que todo el mundo se moría de la risa y hasta aplaudían algunos gags). El slapstick es casi propiedad del cine, por eso vayamos a citar a Eduardo E. Russo y su "Diccionario de Cine": "El término designa cierto implemento usado por los payasos de circo y compuesto por dos piezas planas de madera que hacen, al chocar, más sonoros sus aparatosos golpes. Cuando en una comedia la acción empieza a hacerse más veloz, se acaban las palabras y los cuerpos se aprestan a participar de una danza alocada con el objetivo de destruirse los unos a los otros (mediante bofetadas, empujones, patadas, tortas de crema, palazos o piquetes de ojos), podemos estar seguros: entramos en el territorio del slapstick. Es la forma más física -y baja, remarcan los teóricos del arte dramático- de la comedia, lo cómico primitivo, la pulsión anárquica copando el cine. Mack Sennett, promotor del caos organizado, fue en el cine mudo su primer maestro. El 'slapstick' posee un costado evidente, el caótico y aniquilador de cualquier orden pero especialmente el de las convenciones burguesas, y otro sistemático, más recóndito pero que se adivina en su coreografía compleja, en sus efectos dominó y los dibujos que trazan sus reacciones en cadena."
Dicho esto señalemos que Laurel y Hardy, así como Los Tres Chiflados hicieron gala de este exponente, será por eso que no me gusten sus trabajos. Y esta obra que estoy tratando es puro slapstick, sus corridas, caídas, golpes, etc. así lo confirman. Y me parece que en teatro eso es un logro menor. No consiguieron sacarme ni una sola sonrisa. Me indigné porque antes de comenzar la obra había una técnica probando una de las puertas de la escenografía que no abría (Fernanda Metilli) y un operador de sonido buscando un CD perdido entre las filas (Maxi de la Cruz, el "Bichi" de los espectáculos de Valeria Lynch). Me hicieron entrar a mí también en el juego. Sabía que era una obra donde todo salía mal pero no pude imaginar que con las luces encendidas ya había comenzado la pieza.
Enseguida se presenta el director de la obra "Asesinato en la Mansión (¿?)" que pasará a representar el grupo de actores de la Universidad Municipal de Morón (¡un grupo de aficionados!) y empiezan los inconvenientes con la luz y la música, incluso juega con una espectadora de la primera fila reconociéndola como la centenaria autora de la obra y hasta la hace decir unas palabras. Empieza la obra, con un muerto sobre una chaise longue, Charlie (Gonzalo Suárez), dueño de la mansión y que celebraba ese día su compromiso con Florence (Florencia Raggi). Enseguida entran en escena el mayordomo Perkins (Marcelo de Bellis) y Thomas (Walter Quiroz). Y cuando aparece Mike (Nicolás Scarpino), hermano de la víctima, salvamos la plata, porque Scarpino es un actor que lleva la comedia en la sangre. Todavía falta que entre el Inspector (Diego Reinhold) otro actor desubicado.
Dice mi directora de teatro Elsa Orrea en su estudio, que un gag puede repetirse hasta tres veces. Más no porque pierde efecto. Acá los gags se prolongan hasta el infinito y la gente parece no cansarse. Entre puertas que no abren, repisas que se caen armando un barullo colosal, letras mal aprendidas y escritas en el interior de un saco, nieve que son papelitos arrojados por los técnicos y ascensores que se traban sucede la trama de la obra que está dentro de la otra obra. Hay un metalenguaje teatral que no es difícil de apresar, pero que hace que se pierda interés en la obra que cuenta "Asesinato en la Mansión...". Todo se sucede a gran velocidad, casi sin dejarle reflejos al espectador. Se repiten parlamentos, se adelantan otros "tratando" de causar gracia. En un momento, Florence es aplastada por la puerta que se abre sobre ella y se desmaya, son increíbles los movimientos del elenco tratando de sacarla por la ventana, completamente inerte, mientras la acción sigue en el proscenio. Enseguida será reemplazada por la técnica, que , letra en mano tratará de hacer creíble su papel. Luego, paulatinamente irá destruyéndose toda la escenografía. Lo que es impactante de este grupo de "aficionados", es el coraje que ponen en seguir remándola y acabar con su obra. Por fin consiguen salir a saludar.
La obra no es mala, sólo que es muy reiterativa con todo lo que pueda salir mal... saldrá (Ley de Murphy) y ni en los peores elencos se ha visto tanta improvisación. Las actuaciones son buenas, si bien el único que compone un personaje es Scarpino, como un actor que recita sus partes con la impostación digna de un principiante. Florencia Raggi también sale airosa con su seductora Florence que vive un romance con Mike, hermano del muerto (que después resulta no estar tan muerto). Marcelo de Bellis... qué quieren que les diga, nunca me gustó este tipo, pero tiene que llevar plata a la casa así que déjenlo actuar. Los demás están correctos, tratando de hacer reír sin saber cómo hacerlo realmente. Se nota la falta de gracia en aquellos cuyos papeles daban para algo cómico.
En definitiva, que parece que no la estoy pegando este año con los espectáculos que elijo, entre la falta de espectadores y la falta de calidad del teatro que se presenta estamos en el horno. Espero que repunte un poco con cuatro o cinco obras que me faltan ver. Es decir, que anoche la pasé fatal, aburridísimo y con ganas de escaparme del teatro. Muchachos, pónganse las pilas y hagan algo bueno...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Una obra de teatro bastante agradable
ResponderEliminar