Llevada al cine por el talentoso Stephen Frears, la apasionante vida y obra de Florence Forrest Jenkings ya había sido material de una obra de teatro ("Souvenir", que en nuestro ámbito hiciera Karina K, extraordinariamente), con la que se cruza en más de una oportunidad., aunque tienen diferente autoría. Si bien la pieza teatral se apoya un poco más en las arias y fue escrita por Stephen Temperly, la obra cinematográfica juega con el grotesco y está firmada por Nicholas Martin. Florence Forrest Jenkings existió realmente y vivió de 1868 a 1944, muriendo a la edad de 76 años y fue considerada la peor cantante de ópera (y de todo lo que cantara) de la historia.
Pero plantéemonos, ¿qué era lo que movía a su público a seguirla? ¿Compasión? ¿Piedad? ¿Extrañeza? ¿Curiosidad? ¿Morbosidad? Nunca llegaremos a saberlo, pero tenía un séquito de admiradores que la seguían a todos lados y soportaban estoicamente sus agudos y desafinaciones terribles. Cantaba para públicos moderados, pero cuando alquiló el Carnegiee Hall con sus 3.000 localidades dando 1.000 invitaciones para los soldados, se planteó la gran duda, ¿cómo reaccionará el público masivamente? Y lo que primero la recibió fue un arsenal de risotadas proviniendo de los soldados, que al final de la velada se convirtió en una ola de aplausos. ¿Qué enigma, qué extraño magnetismo tenía esta mujer de 76 años para convertir cada desastre en un éxito?
La película puede considerarse, no una comedia, sino más bien un grotesco, difícil de dirigir (y de digerir) ya que el personaje juega con el patetismo todo el tiempo. Meryl Streep es una actriz enorme y sale adelante con este difícil rol que la llevo a su 20° nominación para el Oscar, rompiendo tímpanos con su voz gastada y desentonada de soprano errante. Hugh Grant, en el papel de su marido, St Claire Bayfield también sale airoso, en ese papel que ya ha cultivado otras veces de aristócrata chanta, aquí preservando a su amada de toda mofa y mala crítica que se le pudiera hacer. También sobresalen Simon Helberg como Cosmé McMoon, el pianista que se sube a ese barco sin rumbo que es acompañar a la estrella patética con su inquebrantable fidelidad. Y Bayfield está casado a su vez con Kathleen (Rebecca Ferguson) con quien realmente disfruta de pasarlo bien juntos. Florence, con esa torta mal puesta que le han dado por peluca, oculta una pelada y una gravedad por haber padecido de sífilis contagiada por su primer marido la noche de bodas (el sr. Jenkings) y trayéndole incontables padecimientos. Lucha contra sí misma, porque cada recital que da mina su salud, y el médico le aconseja reducir los esfuerzos. Pero ella ha nacido para la música (de joven fue pianista también) y con ese áurea de ingenuidad de torre de cristal que tienen algunos artistas, sigue para adelante alterando oídos.
Pero esta obra sería una comedia si no existiera esa posibilidad de desbarrancarlo todo si alguien le dijera que en realidad canta mal. Hay un código de silencio que no está permitido romper, y todos sus seguidores lo saben, menos los soldados que se ríen a voz en cuello cuando ella lanza sus gritos. Cuando canta en el Carnegiee Hall, el cronista del New York Post se retira antes de terminar la función, y así como otros diarios la alaban, éste le ha escrito una crítica lapidante. Es por eso que su marido se despierta bien temprano y compra todos los ejemplares de New York Post que hay en todos los kioscos a la redonda para tirarlos a la basura. Aunque ella lea uno y todo precipite su muerte: la sentencia de que es una pésima cantante. Incluso esa tarde, cuando interrumpe su té con amigas para ir hasta el baño, un par de muchachos la felicitan por su talento cómico y le dicen que nunca se habían reído tanto en una función. Eso es lo primero que amenaza con sacarla de su eje. El problema es que para ella, dentro de su cabeza, canta bien. Esto está expuesto en el momento de su muerte cuando canta una canción, vestida de ángel, a la perfección, para su amado. ¿Cuál es la distancia entre el "freak" y el perfecto nos quiere plantear esta película? Así como se hace motivo de culto a las películas berretas de clase b, el público ovaciona y sigue a esta cantante. Pero, ¿en realidad la escuchan? ¿o están enamorados del mito? Sólo una voz se atreve a levantarse para decirle "che mina, sos una vergüenza".
El papel de Hugh Grant es el de ese actor frustrado que cuida y promociona a su estrella más allá de los límites de la cordura, hasta la lleva a grabar un disco, que sus seguidores reciben como regalo de navidad y que la radio transmite difundiendo a "la gran cantante". Él se desvive por su esposa, si bien lo de ellos es un amor platónico, nunca tuvieron sexo, debido a la enfermedad de ella, y cuando ella se duerme, él parte hacia su otro domicilio conyugal. Parece que ella conoce este juego y lo acepta. El rol del pianista es otro bicho extraño que ronda por ahí. Feo, bajito, enjuto aunque joven trabajaba tocando el piano en bares por monedas, hasta que se ve catapultado a la fama con Florence, para quien hace una audición, quedando él. Aunque a la salida de la primera audición no pueda contener la risa en el ascensor lleno de gente y sea tomado por loco. Pero él decide seguir el juego. Juego siniestro sin embargo, porque no se podía creer que esa muralla que se impone entre Florence y la realidad no fuese nunca franqueada. Ella en un momento le pregunta a su marido: "¿todo este tiempo se han estado riéndose de mí?" Y eso es lo más patético del caso, saber que uno es atracción de circo cuando cinco minutos antes se creyó Messi. Así transcurre esta maravillosa película de Stephen Frears, quien supo hacer películas magistrales como "Relaciones peligrosas", "Mary Reilly" o "Philomena". Un director para tener en cuenta.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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