De nuevo Teatrix nos sorprende, esta vez con el estreno de una obra vanguardista de Marius von
Mayenbruy, tipo de teatro que no es de mi agrado y por lo tanto me va a resultar difícil (por qué no, imposible) una crítica. El teatro de la vanguardia tiene un lenguaje y reglas particulares que no comparte con ningún otro, ni costumbrista ni naturalista, así que lo primero que hay que hacer, pagar el peaje que nos permita al acceso de esa forma de comunicación. No es difícil cuando se ve una sola obra y de estas características. Creo que lo primero que hay que hacer es registrar qué sensaciones despierta en el espectador (así como la pintura vanguardista y el arte en general). A mí me disparó una profunda angustia, hasta el punto que tuve que ver la obra con una interrupción de por medio.
Los personajes son cinco: el matrimonio formado por Ulrike (Brenda Gandini) y Michael (Joaquín Berthold), médico él, artista ella, con un hijo que está en el borde de la pubertad-adolescencia: Vincent (Santiago Magariños), un tanto "freak". Completa el elenco la empleada doméstica de la familia, Jessica (Shumi Gauto) y un artista comunista que quiere revolucionar al mundo y al arte, Serge Haulupa (Julián Calviño). Debo decir que la eficientísima y arriesgada dirección corrió por cuenta de Luciano Cáceres.
La escenografía es una pared blanca con cinco puertas por las que van a salir los cinco personajes a su tiempo y que se abren y se cierran con una velocidad pasmosa. Todas las intervenciones son muy rápidas, así como el lenguaje que se habla, un lenguaje un poco extraño, tal vez queriendo remedar el de las regiones centrales de Europa y en el caso de la empleada con un fuerte aire latinoamericano, que podría ir desde lo boliviano a lo colombiano. En un sexto espacio de la escenografía se proyectan todo el tiempo videos, ya sea un pez dentro de una pecera, ya sea tomas de la "realidad" de lo que está pasando en escena.
El matrimonio de Michael y Ulrike no podemos decir que sea calmo, más bien todo lo contrario, se la pasan discutiendo por pequeñeces y de allí pasan a la cachetada abierta en un instante... y son muchas las cachetadas que se pegan. Todos los personajes están trabajados con algún modo de expresividad personal y tienen características que los diferencian los unos de los otros notablemente. Hay cierta ingenuidad en Michael, casi rayana con la estupidez, al principio, y una desmedida cuota de ferocidad que bien puede convertirse en amor de un momento al otro en Brenda Gandini. Vincent registra todo con su cámara filmadora, y son esos los videos que vemos proyectados en la pared, y tiene una cierta ambigüedad que se desatará al final cuando aparezca travestido. Jessica, callada, que "no piensa en horas de trabajo", tiene dos trencitas sobre la cabeza, muy particulares y habla con el giro idiomático antes enunciado. La explosividad de Serge Haulupa es total y está todo el tiempo al borde de la sobreactuación, marcado así por el director. Es un tipo narcisista y egocéntrico que piensa que el arte nació con él y que todo en el arte tiene que ser subversión de los códigos.
Se trata muy mal durante todo el tiempo a la empleada Jessica por parte de Ulrike, ya sea por su olor hediondo, lo que la hace llegar antes al trabajo para darse un baño, o recibir de regalo una bolsa con ropa para los pobres. Michael también la utilizará, cuando, excitado por el vestidito que le han hecho poner, la "apoye" y tenga un orgasmo frotándose contra ella. La venganza llegará al final por propia mano de cocinera de Jessica. Los movimientos entre la pareja principal parecen sacados de los payasos circenses, unidos de los brazos para propinarse cachetadas, o bien llegando a derribar al otro al piso con una complicada maniobra e insultarlo con muchísima furia. Hay un componente de amor-odio entre los dos, casi podríamos decir que tienen una relación amorroidal...
Michael es designado "Médico sin fronteras" y enviado al África por una comunicación que debe aceptar o rechazar, por supuesto, por un miedo total a contraer alguna enfermedad, la rechazará. Frente al desasosiego de su esposa, que, al ser secretaria de Serge se ha convertido en uno de sus tantos objetos sexuales, ya que él no puede trabajar con ninguna mujer que no lo atraiga sexualmente y a la cual no pueda poseer. Esa es su concepción del hecho artístico. Para él un hecho artístico significa Jessica recogiendo comida del piso que Michael le ha tirado a Serge con indudable bronca. Esa limpieza ya vale como expresión de la cultura. O fabricar un instrumento que arroje latitas al vacío. Digo que la decisión de Michael de no ir al África decepciona mucho a Ulrike quien quiere seguir disfrutando abiertamente del sexo con su empleador. El "comunismo" de Serge le hace decir cosas como estas: "¿tu mujer? ¿y desde cuando es tuya? ella se pertenece a ella, vos no tenés por qué obedecerla".
El clima de la obra, como dijimos anteriormente es sumamente ligero y hasta alocado. Las puertas no cesan de abrirse y cerrarse sin confundirse jamás. Hay un aceitado mecanismo de relojería que impera en todo el juego escénico que funciona a la perfección. Los intérpretes están muy bien preparados para decir parrafadas largas sin respirar y sin saltearse ni una coma, es todo un gran trabajo el que han elaborado entre los cinco y el director. Se puede amar u odiar a esos personajes que muestran todo el tiempo más bien su lado oscuro y más personal. Habría muchas cosas para señalar pero por la rapidez con que son dichas es imposible de retenerlas todas.
Una obra diferente para experimentar en un lenguaje que no siempre nos resulta amigable ni abierto a la comprensión. Pero es un buen intento.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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