jueves, 9 de marzo de 2017

Mi crítica de "Nada del Amor me Produce Envidia" (Teatro)


Teatrix estrenó hoy este gran texto de Santiago Loza y estupenda actuación de María Merlino. Con sólo 50 minutos, este unipersonal sabe atrapar y emocionar lo suficiente como para dedicarle un caluroso aplauso. Si bien el titulo es un poco aleatorio para un tema tan conciso, sirve como gancho para el gran público. Nos enfrentamos a otro texto depurado y preciosista de Santiago Loza ("Todas las Canciones de Amor"), para exquisitos del lenguaje y buenos gustadores del teatro bien dicho. María Merlino compone a una costurera de la década del '40 o del '50, con su modo de hablar afectado, tal vez influido por las películas de la época y con un cantar que imita el de Libertad Lamarque, estrella adorada por la costurera. La trabajadora tiene un léxico pulido y se nota que es culta y que no le interesa la política ("A mí con el General o sin el General me da lo mismo, yo no me meto en esas cosas, total, en qué cambia mi vida. Yo evito el tema del General con mis clientas"), y sabe que es mejor tener la boca siempre cerrada para que uno no diga cosas de las que pueda arrepentirse. Entre unipersonal y musical (canta algunos temas popularizados por Libertad Lamarque, como "Besos Brujos","Envidia", "Suavemente" o "Loca") entonando con la misma voz aguda y emulando a Lamarque, le da empuje al unipersonal, que aunque no peca de aburrimiento, tiene el sello distintivo de una época ceñido a las canciones.
La historia es la de una costurera de barrio que un día ve entrar a su local a su ídolo de las películas: Libertad Lamarque quien le encarga un vestido. La ve más chiquitita de como salía en las películas pero aún así le adjunta propiedades de semidiosa. Dice que eso es la elegancia, una mujer que parece no pisar el cielo e ir flotando como los ángeles, que así se debe vivir en París y que ella tiene eso que se llama fineza. Compra la mejor tela, a la que dedica todo un parlamento, y le compone el vestido a Libertad. Ella se lo prueba y le dice que está muy bien pero que hay que hacerle algún retoque. La costurera -sin nombre, que habla a un interlocutor imaginario que adopta la presencia de su maniquí- dice que qué falta agregarle si está perfecto. "Algo falta", le contesta Libertad. 
Poco antes que vuelva a buscar el vestido se le presenta en el local la misma Eva Perón, "descendiendo" (hace hincapié en esta expresión) de su auto como una diosa y elogiándola por las cosas que oyó hablar de ella. Viene en busca de un vestido. ¿Y en cuál repara? En el mismo que está asignado a Lamarque. "No está en venta", balbucea ella, quien se siente una alimaña al lado de una mujer como Evita. "No me importa, quiero este", ordena ella. El secretario le pasa un sobre que dice "Información Confidencial" y lo abre y ve que son las medidas del cuerpo de Eva. Finalmente se va, estrechándole la mano y apretándola fuerte como un hombre, de forma que le hace sentir todos los huesos.
Difícil decisión, ¿a quién darle el vestido? ¿A la una o a la otra, ambas admiradas? Pero lo que diferencia al hombre de las demás especies es su capacidad de elegir, de decidir, de tomar decisiones. Y ahí ella conoce la borrachera del poder. De ella y sólo de ella depende la asignación del vestido. "Yo", se repite un millón de veces sintiéndose dueña de un poder que no conoció nunca en su vida de costurera. Y de noche se desnuda y se pone a bailar frente al espejo, colocándose luego el vestido. Pero así como se le asignado la capacidad de elección se la ha puesto también en un compromiso terrible. Sobrepasada por ese peso no tiene mejor idea que volcarse sobre el vestido todos los frascos de alcohol que encuentra y los perfumes, luego con un solo fósforo, le prende fuego (con ella dentro) convirtiéndose en una antorcha humana. Y se inmola dentro de su vestido que cosió con tanto esmero y troncha toda una vida útil, que recién ahora había empezado a cobrar relevancia. Y corre por las calles cual tea encendida, dicen que se tiró al río para apagarlo, pero ya era tarde, poco es lo que quedaba del vestido y de su carne. Termina en tragedia una historia que empezó como la más mundana de las narraciones. Y al final la vemos a ella, con el vestido puesto y cantando otro tango.
La dirección de Diego Lerman es precisa y ajustada, a la vez que le da plena libertad a Merlino para darle alas a su creación, pero la ajusta a un modo de hablar muy propio de la época (o por lo menos difundido en el imaginario colectivo por los documentos fílmicos, las películas que han quedado de esta) que lo encierra dentro de un cauce muy preciso y acotado. El espacio de trabajo es reducido, tan sólo un cuadrángulo donde se ubica la máquina de coser y el maniquí, pero que la actriz hace suyo recorriendo cada rincón, cada milímetro (incluso parándose encima de la máquina) para aprovecharlo. ¿Y qué decir del milagro de actuación que creó María Merlino? Que ha marcado una huella indeleble, propia de los grandes, un sello propio al personaje que lo distingue de todos los demás que anden por ahí. Con su hablar, con su dicción, con su gesto canoro y sus posturas lo convierten en un referente propio de la actuación. ¡¡¡Bravo por ambos!!! constituyen una magnífica dupla, sumados al texto exquisito de Loza hacen de éste un unipersonal fundamental para la historia del teatro argentino y de la actuación.
Celebro haber visto esta obra, y desde ya la recomiendo a todos los que les guste el buen teatro.
Y gracias por haberme leído nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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