Acabo de ver "El Ciudadano Ilustre" de Gastón Duprat y Mariano Cohn y me pareció una maravillosa película. Bueno, ya nos tenían acostumbrados a su trabajo los directores de "El Artista" y "El Hombre de al lado", otras extraordinarias obras. Bien merecido tiene el premio a Mejor Película y Mejor Actor en Venecia. Lo que nos sucede con Oscar Martínez es un caso de acostumbramiento. Ya estamos familiarizados con su forma de actuación, tanto en el cine como en el teatro o la televisión que nos resulta natural que actúe bien, que sea lo que es, un gran actor, un actor natural. Pero para ellos, que se ve que no lo han visto antes, constituyó toda una revelación este genial actor argentino. Realmente está muy bien en la película, aunque no difiere tanto de otras actuaciones, pero es como dije antes, la costumbre de verlo nos opaca la maravilla.
Y qué decir de "El Ciudadano Ilustre"... ¿Que es una película engañosa porque todo era falso o que era plenamente coherente con el pensamiento de su protagonista, Daniel Mantovani, que en la literatura (como en el cine) todo es ficción, que los personajes no reflejan otros reales sino que es pura inventiva de la cabeza del escritor?. Sea cierta o ficticia la historia de "El Ciudadano..." ejerce una especie de embrujo cuanto más avanza en una trama que al principio parecía un tanto anodina, pero sobre todo porque está resignificada por su final, un final que no está bien delatar en estas líneas. Pero toda la película, Mantovani se la pasa dictando cátedra sobre la invención del autor, sobre la distancia entre realidad y ficción y que en los buenos autores, todo lo que se lee, ha salido de la cabeza puramente de su autor. Salvo la anécdota que contaba Facundo Cabral de cuando le dieron el Premio Nóbel a García Márquez, que al enterarse la noticia todos los periodistas corrieron a la casa de su madre, y ella confesó: "No sé lo que dirán por ahí pero lo que sé es que el Gabo tiene muy buena memoria, porque todo lo que escribe se lo contaron".
Anécdotas aparte, para los que de una forma u otra estamos metidos en el mundo de la literatura, esta película resulta un manjar exquisito por todas las definiciones que se dan sobre el tema a lo largo de la trama. Como la tan discutida teoría de si la infelicidad produce mejores artistas que los estados de bienestar. Afirmada y negada en la película por el propio Mantovani. Como el pretexto de que el chico que repartía en bicicleta de uno de sus libros era o no el padre de aquel gordo medio salame que lo invita a su casa a comer.
La anécdota gira alrededor de Daniel Mantovani, un reconocido escritor que vive en Europa y que resulta galardonado con el Premio Nóbel. Enseguida es contactado por todos los medios del mundo y, cinco años después de haber recibido el premio, invitado por su pueblito de Buenos Aires, Salas (otra ficción dentro de la realidad) a visitarlos y a ser declarado Ciudadano Ilustre. Pronto se decide Mantovani a volver por cuatro días con una serie de eventos por cumplir, cuando se sube a un avión y, después de un accidentado viaje hasta su pueblo natal en remise, desembarca en él. Mantovani es un desestabilizador, un subversivo de la palabra, sabe que el arte tiene como misión inquietar, mover las aguas quietas de la laguna, como ese pueblo que nació y morirá de la misma forma y con las mismas gentes, y al que reniega de pertenecer. Al llegar es bien recibido por el intendente, un tal Cacho, que ostenta en su sala las fotos de Perón y Evita (lo cual ya plantea un estado del mundo) y que lo acoge con bombos y platillos celebrando la deferencia de su visita. Lo llevan desde la intendencia hasta la sala en donde lo van a condecorar en el camión de bomberos, a sirena batiente para que... nadie en la calle repare en él (es más, no hay gente en la calle). Los títulos con los que empieza cada capítulo ya nos da una idea de que se trate de una novela. Por fin llega al auditorio y -con bastante gente en la sala- lo condecoran ciudadano ilustre.
Allí se encuentra con un viejo amigo, Antonio (Dady Brieva) quien le cuenta que se casó con la que era novia de Daniel, Irene (Andrea Frigerio), desde hace 25 años y con quien tiene una hija. Lo invita para el día siguiente a cenar a su casa junto a Irene y su hija. Ya en sus clases magistrales da cátedra sobre literatura y el rol del escritor en la sociedad, y deja el final abierto a preguntas. Allí sólo una atractiva chica demuestra interés por preguntarle, a lo que él responde afirmándose y negándose al mismo tiempo. Horas después esa chica golpeará la puerta de su cuarto de hotel para leerle desde la puerta un escrito de él en el que afirmaba lo que antes había negado y se introduce y empieza a besarlo en la boca. Finalmente terminan desnudos en la cama luego de tener sexo y Mantovani debe excusarse por teléfono de ir a una reunión en su honor.
El paso siguiente es oficiar de jurado para una muestra pictórica donde deben (él y dos personas más) proclamar al ganador. Ninguno de los cuadros vale nada, y menos el del patrocinador del evento, un tipo con el que conviene quedar bien porque es "uno de los pesados" del pueblo. Finalmente queda deslumbrado con una simple pintura realizada sobre un cartel de vaya a saberse qué, pero eso es lo que lo fascina. Como rechaza la obra del auspiciante, empiezan las persecuciones y las amenazas soterradas y no tanto.
La noche en que va a cenar con Antonio e Irene ve llegar a la hija de estos, Ruth, con su novio y descubre que es la chica con la que él se acostó la noche anterior. Ella volverá a intentarlo en su habitación de hotel, pero Mantovani finalmente la rechazará. A partir de conocer este dato, tanto Antonio como Irene se vuelven una amenaza para él, también. Y todo termina cuando es abucheado por el "artista" de cuadros la velada que declaran los premios y ve que él no ganó y le arroja huevos e insultos y amenazas al por mayor. A partir de allí debe huir del pueblo. Pero todavía se deben una cacería de chanchos salvajes con Antonio y el yerno de éste. No vamos a develar más nada de esta atrapante película que sorprende por un final inesperado, en el que descubrimos que hemos sido unos meros títeres de los directores, pero no a la manera de mofarse de nosotros, sino de querer regalarnos un final más feliz del que se esperaba.
10 puntos para este film argentino y para sus realizadores e intérpretes. Totalmente recomendable. Ya se puede bajar de Internet.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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