Ayer fui, en medio de un precioso día otoñal, a ver la obra "La Puerta de al Lado", del dramaturgo Fabrice-Roger Lacan, nieto del psicoanalista francés Jacques Lacan, el introductor y desarrollador del psicoanálisis de Freud en Francia, al que dio unas vueltas de tuerca nuevas, tales como concebir al sistema Inconsciente con la estructura del lenguaje. Fabrice-Roger Lacan es autor de media docena de obras de teatro y una docena de guiones cinematográficos, entre las cuales se destaca como perlita su última producción, la obra que hoy nos ocupa. Está interpretada por dos actores insustituibles: Pato Menahem y Jorgelina Aruzzi, impensable la obra en el cuerpo de otros actores. Ellos prefieren el método de la sobreactuación, la exageración por sobre los rasgos sutiles de la pieza, con lo que a mí me derrumbó un poquito mis expectativas. También fue en contra de mi ilusión que la obra no fuera taaaaaaan reidera como lo suponía, ya que parece que Lacan es más experto en retratar una situación psico-social que en desarrollar buenos chistes. No se desanimen, igual la obra es graciosa y tiene momentos imperdibles, lo que yo digo no trata de desmerecerla en nada. La gente se ríe igual. Porque cuando ella se refiera a la etapa anal, por ejemplo, la gente no piensa que está haciendo alusión a una de las fases del desarrollo de la psique humana sino que se trata de una broma, y la disfruta. La obra está llena de referencias al psicoanálisis y a las patologías (fase oral, anal, fálica, genital, obsesivo compulsivo, psicótico, manipulador, etc) pero no sabe utilizarla con fines meramente cómicos como un Woody Allen sí lo haría. Con decirle: "usted es un manipulador" no me causa gracia, porque no está adosado a un chiste efectivo. Pero igual tiene lo suyo. Vamos por partes.
Es una comedia de salón "deconstruida". La obra reflexiona sobre la soledad de un mundo hiper-conectado y Lacan retrata la falta de conexión real en una sociedad cada vez más virtual. Un mundo cada vez más digitalizado donde, sin embargo, aún queda la esperanza del encuentro analógico, si uno consigue darse cuenta de qué le pasa. La obra habla de la soledad en un espacio de un edificio de clase media-alta. Ella es una terapeuta y él es jefe de márketing. Son dos polos opuestos y cada uno es lo que detesta el otro. En realidad, ambos están muy solos. Ella no sale de la casa porque es la "típica mujer encerrada en sí misma, con poca empatía, es una gran profesional pero no sabe solucionar sus problemas". Y él es todo lo contrario: sale todas las noches, pero tampoco ha conseguido a nadie. Este argumento daba para todo un drama, sin no fuera que Lacan supo condimentarlo como para que resultara una llevadera comedia, y sumado al aporte de los dos expertos actores, convierten el pasatiempo en un verdadero estudio sobre la vida contemporánea visto tras el cristal de la risa. Sin obviar la extrema pericia de Ciro Zorzoli en la dirección y en su ajustada mano para la comedia.
Cuando se describe la "fase del espejo" como constitucional para el niño, se está hablando de que el bebé va construyendo toda la imagen psíquica de su propio cuerpo a través de la ayuda de un espejo que refleja lo que el niño ve. Algo así pasa acá. Las puertas de los departamentos de ambos están enfrentadas, y por ahí salen, entran, se encuentran, se espían, se observan, invaden el campo del otro sin ningún complejo y comparten varias cosas, entre ellas la más saliente es la soledad que cada uno lleva encima. Hasta se han hecho socios -cada uno en el mismo momento que el otro- de una página de Internet para conseguir pareja, y se frustran por la no recepción de mensajes, hasta que un día los mails empiezan a lloverles como cascadas. Cada uno va determinando su personalidad y construyendo su imagen frente al otro, como en el caso del espejo y del bebé.
Desde el primer momento en que se ven, sienten una especie de atracción-rechazo el uno por el otro, pero prevalece el odio. Se pelean ("los que se pelean se aman" solíamos decir en la escuela primaria), tienen desavenencias, incluso sirve el uno para las bromas del otro ("¿viene seguido tu mamá?" pregunta ella; "no, mi mamá murió cuando yo tenía seis años", contesta él; "ah, qué suerte", responde ella en un típico chiste de psicólogos, el cual lo ofende mucho a él), pero más allá de todo, no pueden dejar de encontrarse, de ponerse a prueba, de pelearse, de enfrentarse, de medirse, como para saber hasta dónde pueden llegar. Hasta el momento en que tienen en la cama -ambos- a una conquista de su página de encuentros, y se juntan en el paliere y deciden que son el uno para el otro y por fin... se besan. Ahí termina la obra.
Pero todo empieza cuando él está poniendo una sinfonía de Bruckner a todo volumen para ilustrar la campaña de un yougurt y ella irrumpe en su departamento para pedirle que baje la música y si no sabe que Bruckner era uno de los músicos predilectos de HItler. Todo se dará vuelta cuando él intercepte una carta de ella (no tienen nombres propios, son él y ella), en la que la defina como afiliada a un partido de derecha, entonces él estalla, porque es evidentemente de izquierda y no puede concebir como su vecina, tan atractiva, deseable y pensante es de derecha. Este es uno de los tantos gags que existen en la obra. Está también el de cuando ella viene de Francia y no encuentra las llaves de su departamento, a las 4 de la mañana, hora en que él vuelve de bailar y también se ha quedado afuera de su residencia. Y el de cuando ella irrumpe en el departamento de él para pedirle el horno prestado ya que tiene que cocinar una corvina para la mamá y el horno de él no anda. Son dos gags que están muy bien planteados y explotados. Aunque no me cause gracia cuando él baila ampulosamente como si estuviera en el boliche y ella le responda con pasos de baile insinuantes de igual categoría. Sólo porque no me siento bien con el desborde, prefiero el chiste sutil, el detallista. Pero esto es cuestión de gustos nada más y está visto que el público lo festeja con aplausos y a carcajadas. Ya saben, si quieren pasar un buen momento con material para pensar e irse luego a un café a discutir la obra, dénse una vueltita por la Sala Pablo Neruda del Complejo La Plaza y saquen entradas para ver esta deliciosa comedia, que esperamos esté buen tiempo en cartel porque no hace mucho que se estrenó.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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