Nuevamente para la productora "Cennarium" y acercado por Teatrix, tengo el gusto de celebrar esta ágil comedia brasileña, cuya traducción es "Al Borde del Abismo me Crecerán las Alas", escrita, dirigida e interpretada por Maité Proenca (célebre actriz de la telenovela "Donna Beixa", novela provocativa en lo sexual y en escenas subidas de tono que se pudo ver por nuestra televisión durante la primavera alfonsinista). Colabora en la dirección Clarice Niskias, y en la actuación comparte cartel con Clarisse Derzié Luz. Ambas componen a dos viejitas que están en un geriátrico, una por propia voluntad, llamadas Terezinha (Proenca) y Valdina (Derzié Luz). Realmente los físicos y actitudes de personas mayores de 85 años no están bien trabajadas, ya que hablan y se mueven como la edad que poseen realmente (deberían aprender de esas Clarita y Rosarito que juegan Carlos Núñez Cortés y Jorge Maronna -Les Luthiers- en "Pasión Bucólica" o las extraordinarias composiciones de Brandoni y Eduardo Blanco para "Parque Lezama"). Pero dejando esto a un lado, nos asomamos a un texto inteligente y sugestivo de Maité Proenca (el apellido va con cedilla, pero en mi computadora no está), siempre risueño, aunque, como buena comedia actual, deba terminar con una nota triste. Toda la ambientación son dos sillones que están en el geriátrico y que ocupan sendas ancianas, siendo muy ágil la escenografía y coreografías que las obliga a pararse, caminar o bailar, siempre olvidando que su envase es el de un cuerpo trajinado por los años.
Terezinha es más calma y reflexiva, en cambio Valdina es la zafada, la que ha vivido la vida sin escatimar placeres y a su edad no rechaza el goce de una buena cervecita a escondidas del director de la institución. Valdina, sin embargo, carga con un pasado terrible, su marido, Tutuco murió de cáncer de pulmón y de los tres hijos que tuvo con él, dos fueron asesinados y su tercera hija la debió luchar contra un cáncer que terminó ganándole. Turbada por su historia se fue a vivir con una hermana gemela de la que sintió envidia por su dichosa situación familiar y se tomó las de Villadiego y se autointernó en el geriátrico no volviendo a ver a su familia. Cuando estaba por morir, su hermana, le escribió una carta muy emotiva en la que le dice que la perdone y que vaya de vez en cuando a visitar a su sobrina. Pero Valdina no toma con tristeza este pasado, sino que, como ella misma dice, nadie le podrá quitar la risa, y celebra la vida. Tal vez será por ese espíritu carioca que alumbra a los brasileños que, en medio de las grandes tragedias, siempre tienen tiempo para vestir trajes de carnaval y bailar un sanba.
La historia de Terezinha es bien distinta. Casada con un hombre que amó, cuando el murió, a sus 60 años, sus tres hijos que tuvo con él, se fueron lejos, menos uno, que, cuando le empezó a flaquear el cuerpo, y cansado de tenerla en su casa ("y casado con una víbora" -sic-), la internó en el geriátrico para sacarse el peso de encima. Pero Terezinha conserva en ella la niña que fue a los 16 años, la joven de sus 20, la mujer de 40 con hijos y la de 60 cuando murió su esposo, y no sabe qué hacer con tanta vitalidad que le reclama el cuerpo y que ella ya no puede brindarle. Dice en sus parlamentos frases muy acertadas sobre el doloroso trance de la vejez, y otros más esperanzadores. Igualmente no se privan de reír juntas y de compartir vicios y maldades varias.
Maité Proenca también se luce como cantante, tiene muy buena voz y canta una canción en portugués y se da el lujo de acompañar a Edith Piaf en "Non, je ne regartte rien", en francés y a viva voz. Valdina es la bailarina del dúo, y la verdad es que baila como el tujes, pero su compañera la aplaude y apoya en sus aficiones. Valdina viste con estrepitosos colores y parece medio hippie, ante el atuendo recatado y pudoroso de Terezinha, con rigurosa peluca blanca, mientras que la otra ostenta su cabello todavía renegrido, con alguna cana que lo surca. Todo en la vida y en el aspecto de Valdina refleja su alegría por estar viva y su olvido de pesares antiguos.
Las maledicencias de las que hablábamos consisten en festejar el amor lésbico de dos de sus compañeras de geriátrico, que se aman a cielo abierto y lucen muy "machonas", aunque la intriga de Valdina es cómo será la relación entre dos mujeres, ya que entre dos hombres se entiende, "uno tiene su pirulín y otro su agujero, uno hace de hombre y otro de mujer, pero entre dos mujeres, ¿cómo será?", se pregunta. Sólo saben que las dos mujeres saben tocar muy bien los cascabeles, aunque nunca se atrevieron a preguntarles que es éso, aunque se lo imaginan... Así pasan revista a todos los pacientes del lugar, como aquella ex cantante de ópera que fuera muy famosa en su época pero ahora a sus 90 años convertida en una alcohólica sin remedio y a la que los muchachones le pasaban por la verja alcohol puro para ver cómo se desmayaba. El director del instituto, con decisión salomónica, le ofreció que no se acercara más a la verja si él le daba una botella de vino por día así hasta el día de su muerte. De tal modo que la ex lírica se emborrachaba cómodamente sentada en el parque sin molestarse. Como éstas son todas las anécdotas que desfilan por boca de las dos ancianas durante la obra, y no vale la pena contar ninguna más.
La obra, a pesar de ser muy realista en lo que se refiere al mundo de la vejez, lo hace todo con un comentario gracioso permanentemente y enciende el buen humor, ingenioso, sin golpes bajos, inteligente, de la pluma de Maité, para no caer en la melancolía que el tema de la obra podría haber propiciado. Las actuaciones son excelentes, mientras no reparemos en el tono del manejo del cuerpo y de la voz, que, obviamente falló en el momento de las decisiones. Lo mismo podemos decir de la dirección, que si bien propone un entretenimiento que no tiene nada de pasatista y que es muy acertado en su tono y muy ágil en el tiempo de los desplazamientos en escena, descuidó algo tan importante como la presencia física de dos figuras que debían dejar traslucir el paso de la edad.
El ritmo de danza carioca se apodera del texto en los últimos tramos, cuando se celebra la fiesta de los 86 años de Terezinha, fiesta a la que está invitado su hijo e hija con esposos (y "víbora") y nietos, de los que sospechamos no concurrió nadie a pesar de todo el glamour y la buena disposición de ambas en agasajar a sus invitados. Del techo caen papelitos plateados todo el tiempo que dura la fiesta, y Terezinha convida un gran pionono sin recibir acuso. Inclusive, baja a la platea para comprobar si sus familiares están allí. Lógico, cuando termina el festejo, ella se deja caer en el sillón y mientras Valdina habla, Terezinha se despide de este mundo en paz. Es cuidada y abrazada por su amiga, quien sin embargo la despide con alegría y hace suyo el pensamiento: "si cuando el sol se oculta nos lamentamos no porque se oculte, sino porque deja de alumbrar".
La comedia se deja ver con agrado y es recomendable para toda la familia (si bien tiene algunos excesos en el lenguaje de Valdina que no serían convenientes para los menores), pero la recomiendo fervientemente (¡¡¡por fin una comedia brasileña que me gusta!!!) y remarco el talento de Maité Provenca en los tres rubros que eligió para brillar, como ciertamente lo hace.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Vejentud , divino tesoro!!!
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