sábado, 9 de diciembre de 2017

Mi crítica de "Ella en mi Cabeza" (Teatro)


El esperado estreno de diciembre de Teatrix nos trae "Ella en mi Cabeza" (2005), la celebrada pieza de Oscar Martínez en su función de autor y director. Es la primer obra de su autoría y tiene un irrevocable poder de convocatoria y de autoanálisis, ya que uno de los temas de la pieza, es la relación psicoanalista-paciente en el marco de un psicoanálisis cara a cara. La obra tiene valores intrínsecos de por sí, si bien se decanta por la vía del humor, como nos tiene acostumbrados Martínez (ya tengo sus tres obras: ésta; "Días Contados" y "Pura ficción"), no por eso dejar de tocar los valores fundamentales de la existencia humana: el amor, los celos, el análisis, la locura, la infidelidad, las obsesiones, la imaginación... Sí, la imaginación, porque todo lo que sucede en la obra sucede dentro de la cabeza de Adrián (Julio Chávez) y sus diálogos con su esposa Laura (Natalia Lobo) son completamente imaginados y recreados por él. Lo único concreto es su angustia (que llega a niveles exasperantes que él define como locura) y sus encuentros con Klimovsky, su analista (Juan Leyrado).
Oscar Martínez (ya lo dijimos en sus anteriores obras) es un lúcido analista del devenir humano, de sus relaciones, sus contingencias, sus frustraciones, sus amores y desamores, en fin todo lo que hace que el cartelito de "ser humano" cuelgue del cuello del hombre civilizado y neurótico de las grandes ciudades del hoy. Y por eso mismo sabe reírse de sí mismo y de quienes lo rodean, sabe utilizarse como "carne de diván" para exponer sus miserias y sus alturas. Y maneja su afilado bisturí con la precisión del mejor cirujano/dramaturgo para exprimirle todo el jugo a las situaciones que les toca transitar a su pobre, pequeña, indefensa, criatura humana.
Pero hagámonos  eco de las palabras que el gran Santiago Kovadloff dedica a la obra en el prólogo a la edición de la misma. Dice Santiago: "Al proponernos una comedia, Oscar Martínez nos invita a reconsiderar, mediante el piadoso recurso del humor, dos instancias de lo indefinible que acosan nuestra vida: el amor y el autoconocimiento. Lo que hay de indefinible en estos desafíos agobia sin duda el corazón y la mente. Es que al encararlos, lejos de encaminarnos hacia una clarificación satisfactoria, nos extraviamos en su creciente complejidad. Se diría que son materias en las que jamás arribamos a puerto seguro; que no es nuestra la posibilidad de disolver su tensión y su misterio en un desenlace apacible. (...) Se diría, en fin, que Oscar Martínez sabe provocar el llanto haciéndonos reír de nosotros mismos. 'Ella en mi Cabeza' es una obra valiente, grata y sombría a la vez. En su despliegue puede reconocerse la mano de un hombre que ha sabido asomarse a su propio abismo para hablarnos del nuestro."
La obra comienza con un Adrián visiblemente exasperado y consternado, hablándonos a nosotros como quien se habla a sí mismo. Habla de su relación con Laura, quien duerme apaciblemente en la cama matrimonial que lidera la escena (y que no la dejará ni por un instante) como única escenografía. Y dice que Laura es asfixiante, que trata de eliminar cualquier vestigio de vida en su existencia, que es como un tumor maligno que crece hacia adentro... Ya quedó bien definida cuál es la relación entre estos dos seres, si bien el monólogo continúa y es bastante extenso. No olvidemos que toda la relación, conflictos y tensiones que existen ente Adrián y Laura, están vistos desde la óptica de él, y permanentemente asistimos a su pensamiento como si escucháramos el off de una película. No nos está permitido acá saber cuál es la opinión de Laura. Enseguida aparece Klimovsky, diciéndole que lo que él tiene, no es locura sino que está disociado, ya que es ambiguo en su discurso y comete paradojas. Le propone que hable sin el filtro de "Laura piensa que" o "Laura dice que", sino que exponga tan sólo lo que a él le pase por la cabeza. Y son muchas y muy variadas las ideas que asoman por su mente, asistimos a todas ellas, y con la velocidad de un rayo, ya que el hablar de Adrián es precipitado, casi a borbotones, casi vomitado, por culpa de la ira y el resentimiento. En seguida se incorpora Laura al diálogo (siempre en la cabeza de Adrián) y le propone que le cuente su encono con Marcelo. Al fin de cuentas, su marido acepta contarlo. Y es que el sujeto en cuestión es amigo de una pareja amiga de ellos y siempre se lo cruzan en las fiestas y reuniones. Y es que Marcelo es un seductor profesional, un "encantador de serpientes" y según Adrián, la calienta a Laura y la tiene loca por él. Como es lógico, ella no puede defenderse.
Hay un momento muy agudo y de mucha eficacia cómica de alto vuelo al aparecer Klimovsky disfrazado de réferi de fútbol y con una pelota en la mano, aduciendo que la pelota es el objeto de deseo de todos los jugadores, todos quieren apoderarse de ella, pero que él no interviene en el juego sino que se limita a considerar las faltas y fallos, y es quien debe hacer respetar las reglas, porque, como en toda actividad humana, existen reglas que están para indicar cómo debe definirse el juego... Y muchas otras agudezas que aquí sería imposible comentarlas todas. Luego de ese episodio se sucede otro, en el que Adrián y Laura están invitados a una comida que organiza el tal Marcelo, y ¡oh casualidad!, Adrián tiene una tortícolis que le impide enderezar el cuello. Se hace frotar una crema por su esposa, la cual no surge efecto, y ella le increpa que todo es porque no quiere encontrarse con Marcelo, a lo que él se resiste a aceptar. Finalmente decide que irán aunque lleguen un poco tarde, y le pide a su mujer que llame para avisar su retraso. Ella no llama, sopesando entre ir o no ir a la reunión. Luego de una charla muy extensa en la que ella se prueba un vestido que le queda muy sensual, y él sigue sin levantar cabeza (literalmente), decide irse ella sola. En un interludio le dice Laura que ha aceptado la propuesta de Marcelo de irse los dos juntos y que abandona a Adrián, y que ahora él no tendrá que preocuparse más por su convivencia ya que ella va a ir a arruinarle la vida a otro, según sus propias palabras. No olvidemos que todo esto son proyecciones de Adrián que hace en su mente y que no se corresponden con la realidad.
Finalmente, Klimovsky le propone a su paciente un juego, le enfrenta una silla vacía y le dice que allí está Laura, que él le diga todo lo que tiene ganas de decirle. Adrián, al principio parece reticente a tal propuesta, pero luego acepta, sincerándose con ella y aceptando que la mitad de la culpa de que no haya diálogo entre los dos le corresponde a él. Y le cuenta una experiencia enternecedora: que la vez que la operaron, él tenía tanto miedo, que, a pesar de no creer en nada, fue a la capilla del sanatorio y rezó, y hasta hizo una promesa. Laura ya ha ocupado su lugar en la silla correspondiente y está escuchando todo atentamente. Finalmente, él le habla de una infidelidad con Mariana, íntima amiga de ella, en la que tuvieron sexo y de la que se arrepiente profundamente. El ejercicio termina sin mayores complicaciones.
Al fin, Adrián, que se pasaba las noches en vela mascullando su rencor, logra dormir mientras ella se levanta para acudir a su trabajo de arquitecta.
Las actuaciones van acordes con la minuciosidad de la obra: Julio Chávez tiene un papel a su medida, si bien está muy contaminado por muchos de los tics actorales del Oscar Martínez director, exponiendo con verdad y solvencia toda la desesperación de este hombre acosado por la ira y los celos. Juan Leyrado es un extraordinario psicoanalista, siempre con la palabra justa para desentrañar el complejo nudo gordiano que afecta la mente de Adrián, y Natalia Lobo está correcta en esa mujer idealizada, ora despótica, ora dulce y comprensiva, que habita las fantasías de su marido. La dirección, de la mano de Martínez no dejó nada que desear, imponiendo ritmo, frescura y humor a una obra de por sí complicada de llevar a escena. Gracias nuevamente a este hombre que en la última semana ha entrado a la Academia de Letras por su labor como dramaturgo, un honor que muy pocos obtienen.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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